Sunday, March 14, 2010

La homilía de Betania: EL TERCER HIJO

Por José María Maruri, SJ


1.- Esta parábola ni es la del hijo pródigo, ni la de los dos hijos, sino la parábola de nuestro pobre Padre Dios… Pobrecillo, sí, porque toda su riqueza son los hijos y el uno le sale insensato y derrochador de lo ajeno y el otro se queda en casa como una calculadora fría y sin corazón. ¡Pobre Padre Dios!


Desde que el hijo menor, con la idea de realizarse, de encontrarse a si mismo, de buscar su propia identidad --todo farfolla y palabreo contemporáneo--, se marchó de casa tintineando en el bolsillo el dinero ganado por su padre, no por él, claro, el hogar paterno ha dejado de ser hogar, porque tras el hijo de le ha escapado el corazón del Padre Dios, que es el único que no se avergüenza de acompañar al hijo a tabernas, tugurios y casa de meretrices, con tal de estar con él cuando lo necesite


Como Jesús, corazón de nuestro Padre Dios hecho carne, tampoco se avergonzó de tratar y comer con pecadores y prostitutas, no para avergonzarles con su presencia, sino para hacerles sentir el calor amigo del corazón de Dios. Y ese calor, esa mano siempre extendida es la que el hijo menor siente cerca de la soledad de los amigos de su dinero, sabe que hay un corazón que aun late por él, una mano a la siempre podrá aferrarse. Cuánto fue su arrepentimiento no lo sabemos porque es el hambre lo que le hace recordar a su padre, no el cariño y porque piensa podrá recibirle de jornalero. Qué mal conocía a su padre y qué mal padre será él en su día.


Es emocionante ver a nuestro pobre Padre Dios perdiendo su dignidad, corriendo con los brazos abiertos al encuentro del hijo que regresa. Le abraza, le besa y no le deja acabar su frasecita, sobre todo la pedantería de “cuéntame como jornalero”… En la casa del Padre o se está como hijo o no se está.


Pobre Padre Dios, qué alegría, pero que falta de dignidad, no le pide cuentas de sus pecados (nos ha dicho San Pablo), no le echa en cara su conducta, no le dice: “ya te lo decía yo”. Todo es alegría y querer que todos se alegren con él, porque había perdido un hijo y lo ha encontrado. Porque hay mas alegría en el cielo por un pecador que se convierte que por noventa y nueve justos que no necesitan conversión. Todo pudo acabar aquí y la película hubiera tenido un final feliz, pero hay otra secuencia inesperada como en las películas francesas.



2.- Hay un hijo mayor en el hogar, que no se ha gastado la herencia, la guarda. Nunca se ha marchado de casa, pero lleva la contabilidad de las horas que ha trabajado para el Padre. Cuántos cabritos le ha dado o no le ha dado. Cuántas obras buenas hemos hecho por Dios. Cuántas misas hemos oído. Cuántos NOES no hemos transgredido. Cuánto nos hemos aburrido en la casa de Dios… Una exacta contabilidad propia y ajena.


Porque tampoco nos olvidamos de los “malos”, que no va a misa, viven casados por lo civil, que viven felices mientras nosotros morimos de tedio y aburrimiento. Y nos parece indigno e injusto el proceder de Dios con los “malos” y por eso no queremos participar en la alegría de nuestro pobre Padre Dios y con nuestra “contabilizadora” y aburrida vida espiritual aguamos la fiesta porque no admitimos a su hijo por hermano nuestro.



3.- Aquí se le acabó a Jesús la parábola y yo creo que se dio cuenta tarde de que hubiera quedado mejor no añadir a este segundo hijo con el fin de que el final feliz de la película se estropee. Por eso también nosotros durante siglos durante siglos hemos mutilado esta parábola reduciéndola a la mitad.


Y Jesús cayó en la cuenta que no acababa bien porque se le había olvidado el tercer hijo, carne y hueso del pobre Padre Dios, Corazón de Dios hecho carne. Hermano de sus hermanos los hombres, que va a buscar entre zarzas y espinas al hermano menor hasta encontrarlo aun a costa de la propia vida. Y que va a vencer con cariño la envidia y frialdad del hermano mayor. Y así va a reunir a los hermanos junto a Dios, porque con Jesús el tercer hermano la alegría en casa del Padre es completa.

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