Sunday, July 11, 2010

La homilía de Betania: PRACTICAR LA MISERICORDIA CON EL NECESITADO Y EL EXCLUIDO

Por José María Martín OSA


1.- Como a nosotros mismos. El Deuteronomio recuerda el precepto principal, que es amar a Dios sobre todas las cosas. ¿Y respecto al prójimo? Falsamente se puede deducir que el Antiguo Testamento enseña la exigencia de venganza contra el enemigo. Sin embargo, enseña, sobre todo, que hemos de amar al prójimo como a nosotros mismos. En este “como a nosotros mismos” se encuentra la clave. Pero “el prójimo” se determina en círculos concéntricos a partir del yo y se va definiendo por “proximidad”: primero, respeto o “reverencia hacia la madre y el padre”, amor a los paisanos, llegando hasta el amor al extranjero que habita de manera estable en el país: “lo amarás como a ti mismo, porque vosotros fuisteis inmigrantes en la tierra de Egipto”. El ejemplo del Samaritano cambia de perspectiva: “prójimo” es el que no da rodeos ni pasa de largo, sino que se aproxima para ayudar a quien necesita ayuda. “Prójimo” es quien sabe actuar solidariamente y entiende su vida como “ser para los otros”. En el “desinteresarse” de uno mismo, nosotros nos interesamos por los demás.


2.- Mi prójimo es un hombre cualquiera que me encuentra tirado en el camino, excluido, herido, abandonado… Ese hombre concreto está apelando a la conciencia de quien lo encuentra, para que reconozca en el rostro desfigurado y en el cuerpo contrahecho y dolorido la imagen del hermano, del otro yo que pide una ayuda efectiva, una mano cercana. Intentemos ahora comprender nuestra sociedad a la luz de este evangelio.


--Esa persona concreta excluida es hoy uno de los miles de niños —la criatura más débil e inocente— que son eliminados en el seno materno. La cuna natural de la vida se convierte para él en el corredor de la muerte. Una sociedad que legitima un crimen tan abominable como el aborto está perdiendo el sentido mismo de la dignidad humana, base de los derechos fundamentales y de la verdadera democracia.

--Esa persona concreta excluida en nuestra sociedad puede ser una de las madres que, ante las dificultades para sacar adelante al hijo de sus entrañas, es dejada sola. En ese período en el que necesita más ayuda muchas veces no encuentra el apoyo efectivo al que tendría derecho.

--Esa persona concreta excluida puede ser también hoy, en nuestra sociedad, uno de los emigrantes pobres que acuden a nuestras tierras —quizá tras sobrevivir a una penosa travesía—, buscando una oportunidad en la vida. En ocasiones encuentra que el bienestar no es repartido entre todos.

--Esa persona concreta excluida puede ser hoy, en nuestra sociedad, uno de esos muchos ancianos abandonados. La sociedad los considera cada día más como una carga insoportable. Se llega a la aberración de la aceptación cultural y legal de la llamada eutanasia, forma gravísima de insolidaridad. La enumeración de formas de despojo podría seguir.



3.- El amor hecho obras de misericordia es el que hoy edifica eficazmente la civilización del amor y la cultura de la vida. Casualmente pasó junto al hombre herido un sacerdote y después un levita. Ambos lo vieron, pero dieron un rodeo. Esta mención debió ruborizar a su interlocutor y al resto de las autoridades religiosas que escuchaban en ese momento a Jesús. También nosotros, pastores de la Iglesia, y todos los discípulos de Cristo, hemos de sentirnos directamente interpelados por esta indicación del Maestro. No podemos pasar de largo ante ese hombre que encontramos, hoy, excluido, en nuestro camino, en nuestras calles. La Palabra de Dios nos llama a un profundo examen de conciencia y revisión de vida. La coherencia y la credibilidad de nuestro anuncio cristiano requiere que amemos con obras. Es precisamente un samaritano, considerado habitualmente por los contemporáneos de Jesús como un infiel despreciable, quien se mueve a compasión ante el hombre malherido y se desvive por él.

El buen samaritano es la figura de la persona que vive para los demás, abierto a compartir los sufrimientos de los otros. Gracias a Dios en nuestra sociedad son muchos, miles, cristianos o no, los que reviven con infinidad de gestos ocultos la actitud generosa, hondamente humanitaria, del que se acercó al hombre maltrecho. Son muchos los que acogen con amor sacrificado al niño por nacer, a la madre en apuros, al emigrante desamparado, al anciano desvalido.


Acabada la narración, Jesús le devuelve la pregunta a su docto interlocutor. Pero cambia los términos. La cuestión sobre la identidad del prójimo “¿Quién es mi prójimo?” tiene una respuesta obvia: todo hombre. La cuestión decisiva es otra: ¿Quién fue prójimo del hombre excluido? esta respuesta debe darla cada ser humano con sus obras. Esa respuesta decide, juzga, el auténtico valor de su vida. En su contestación el interlocutor no se atreve a mencionar el nombre samaritano, pero acierta igualmente. Fue verdaderamente prójimo del hombre despojado el que practicó misericordia con él. Hasta un niño habría sabido contestar a una pregunta tan fácil. El Evangelio de la misericordia predicado por Jesús llega sencillamente al corazón del hombre, de todo hombre. ¡El Buen Samaritano escuchó a su conciencia! Fueron tres los que pasaron ante este hombre herido... y solamente uno de los tres ofreció su ayuda... La conclusión del diálogo y de la parábola no requiere más comentarios. Requiere, simplemente, que cada uno la convirtamos en norma de vida: Vete y haz tú lo mismo.



4.- El ejemplo del Buen Samaritano busca mucho más que dar una lección de caridad fraterna: pretende que nadie se atreva a poner límites al amor. El amor al prójimo exige entrar afectiva y efectivamente en el mundo de nuestro prójimo. Comentando este ejemplo del Buen Samaritano, el papa Benedicto escribe:


“La actualidad de la parábola es clara. Si la aplicamos a las dimensiones de la sociedad globalizada, vemos cómo las poblaciones de África que viven robadas y saqueadas nos miran de cercan. Entonces vemos cómo son «prójimas» a nosotros; vemos que nuestro mismo estilo de vida, la historia en la que estamos metidos las ha despojado y sigue despojándolas. Sobre todo por el hecho de que las hemos herido espiritualmente. En lugar de darles a Dios, el Dios cercano a nosotros en Cristo, y en lugar de aceptar todo lo que hay de grande y precioso en sus tradiciones a fin de llevarlo a perfección, les hemos llevado el cinismo de un mundo sin Dios, en el que cuentan sólo el poder y el dinero; hemos destruido los criterios morales de forma que la corrupción y un afán de poder sin escrúpulos resultan comportamientos obvios. Y esto no vale solamente para Afrecha” (BENEDICTO XVI, Jesús de Nazaret, 7.2, p. 234).

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