Pase lo que pase el domingo en la final, Álvaro del Bosque verá cumplido su deseo: ir con sus ídoles en el autobús-jardinera a lo largo de todo el trayecto triunfal por Madrid. Su padre le había hecho esa promesa hace un año. Lo cuenta José Féliz Díaz en El Confidencial. Álvaro, el segundo hijo del seleccionador, sufre síndrome de Down. “Es extraordinario, una maravilla de hombre. La alegría de la familia” le oímos decir anoche a Vicente. Juan Cruz, en El PAÍS de hoy, nos presenta la gran lección que estos muchachos, con este entrenador, nos están dando.
Fábula de Einstein y Del Bosque
Un actor de Hollywood conocido por su simpleza fue el interlocutor preferido por Einstein cuando el sabio de la teoría de la relatividad visitó los estudios Columbia siendo ya muy famoso. Después de su larga conversación con el actor, de nombre Fernando Lamas, los colegas de este quisieron saber de qué habían hablado. “Ah, es un viejo muy simpático, muy buen conversador. Me dijo que aquí daba gusto estar, entre gente tan guapa e inteligente”. ¿Y qué le respondiste?, preguntaron a Lamas. “Le respondí”, dijo, “que todo es relativo”.
Del Bosque es mucho más listo que Lamas, dónde va a parar, pero, si se hubiera encontrado con Einstein en África del Sur, también le habría dicho que todo es relativo. Con esa justificación de la historia se ha paseado primero sobre los cristales rotos por Suiza y ahora por el triunfo ante Alemania. Todo es relativo y hasta que pase el rabo todo es toro, como dice Pérez-Reverte. Lo bueno de esa pachorra relativista del seleccionador español es que se la ha contagiado a sus jugadores. Si se hiciera una antología de lo que dijeron estos antes y durante el campeonato que ahora están a un paso de ganar no se hallará ni una sola frase que desprecie al contrincante o que anuncie victoria en lugar de competición o drama.
Está siendo una lección de sensatez que le viene muy bien, por otra parte, no solo al fútbol, sino también al país. Joyce decía que, ya que no se puede cambiar de país, habría que cambiar de conversación. Este país entró en el Campeonato del Mundo de fútbol teniendo una conversación reiterativa sobre los nubarrones que la vida había posado sobre España y han sido unos muchachos disciplinados y geniales, ordenados por un hombre que parece a la vez un maestro de obras y un maestro de escuela, los que han llenado las barras de los bares y los pasillos de las universidades, e incluso las irreductibles tertulias de los comentaristas, de una ilusión inédita y de una conversación distinta.
No es un milagro. Es la consecuencia de una política futbolística que tiene su arranque (así es la vida) en una escuela catalana del fútbol, La Masía, que tiene más años que Guardiola y que ha hallado cobijo en la más representativa de las formaciones balompédicas nacionales, la selección. Responde a una teoría del juego que cobra sentido cuando se trabaja en conjunto. Y en eso la selección es ejemplar. Un grupo de chicos, algunos millonarios, otros multimillonarios y otros aún humildes como su origen, ha demostrado, ante un país colérico a veces y a veces perplejo, que se puede jugar a resolver colectivamente las ecuaciones más complejas del más popular de los deportes.
En esa teoría del juego se ha producido además un espejo entre seleccionador y seleccionados que ha sido decisivo en la imagen del equipo. Todos estos futbolistas, sin excepción alguna, han dado un espectáculo complementario al excelente resultado de sus actuaciones: son buenas personas, chiquillos que parecen salidos de un campo colegial en el que compitieran con la ilusión de llevar un buen resultado a casa. La consecuencia es este cambio de conversación del que ahora disfruta el país. Los que auguraban, después de Suiza, un suicidio futbolístico de la España que había ido a buscar gloria a África entenderán ahora por qué Del Bosque dijo siempre que todo es relativo.
Atrio
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