Thursday, January 26, 2012

Perú; fracasa la candidatura del cardenal

En las elecciones para la nueva cúpula de la Iglesia peruana fue derrotado, por la cuarta vez, el cardenal Juan Luis Cirpriani Thorne. Prevalece el área de los obispos que no se reconocen en el protagonismo del arzobispo de Lima

GIANNI VALENTE
ROMA

Son tiempos de elecciones en los episcopados latinoamericanos. Despu’es de Brasil, Argentina y Venezuela, ahora también en Perú los obispos han elegido la nueva “cúpula” que dirigirá la Conferencia episcopal peruana (Cep) durante los próximos tres años. Los resultados ofrecen una clave preciosa para interpretar las tensiones y descifrar las sensibilidades que prevalecen y que se mueven dentro del catolicismo peruano.

La 99ª Asamblea Plenaria del Episcopado Peruano, que se celebrará hasta el viernes 27 de enero en la sede de la Conferencia Episcopal Peruana, en Jesús María, eligió ayer por la mañana al nuevo presidente de la Conferencia episcopal: monseñor Salvador PiñeiroGarcía-Calderón, arzobispo de Ayacucho desde agosto del año pasado. Tiene 63 años y un perfil más pastoral que académico, fue párroco, profesor de teología y rector del seminario antes de ser nombrado vicario general de la arquidiócesis de Lima y posteriormente obispo castrense en 2001.

Su elección parece estar en perfecta sintonía y continuidad con la figura de su predecesor, Héctor Miguel Cabrejos Vidarte, el franciscano arzobispo de Trujillo que dirigió la Conferencia episcopal durante dos mandatos. Ayudará a Piñeiro, como vicepresidente, el jesuita Pedro Barreto Jimeno, arzobispo de Huancayo famoso por su compromiso con las cuestiones sociales y ambientales, y que hace poco fue nombrado presidente del departamento de justicia y solidaridad del Celam (el órgano continental que reúne todos los episcopados latinoamericanos). El segundo vicepresidente será, en cambio, el arzobispo de Arequipa, Javier del Río Alba, relacionado con el Camino Neocatecumenal.

La elección de los obispos peruanos adquiere relevancia si se consideran la composición y las dinámicas internas que caracterizan al episcopado peruano en comparación con otras Iglesias latinoamericanas. De los 48 miembros del episcopado nacional, 14 pertenecen a movimientos y a entidades eclesiales “nuevas”. Dos son del Sodalicio de la vida cristiana, dos pertenecen al Camino Neocatecumenal y otros 10 provienen del Opus Dei. Entre ellos, también está el cardenal Juan Luis Cipriani Thorne, arzobispo de Lima y figura pública de relieve en la Iglesia peruana.

Esta se puede considerar la enésima derrota del cardenal Cipriani en las elecciones del episcopado. En la votación para elegir al presidente de la Conferencia, obtuvo 21 votos; en cambio, Piñeiro obtuvo 24, y hubo 2 abstenciones. Después de la primera batalla perdida, Cipriani se presentó como el candidato “fuerte” para la primera vicepresidencia, pero fue superado en aquella ocasión por Barreto. Esta es la cuarta vez, desde que Cipriani es primado de la Iglesia peruana, que la mayoría de los obispos peruanos han rechazado su candidatura para guiar la Cep. Además, ninguno de los obispos que provienen del clero del Opus logró entrar a formar parte de la “cúpula” en esta ocasión.

El resultado de la elección plantea viejas cuestiones sobre la exasperada dialéctica interna que caracteriza al episcopado peruano. De hecho, desde hace más de 15 años, la Iglesia de Perú se divide y discute alrededor de la figura y de los “performances” de Cipriani. El hijo de una pareja de supernumerarios del Opus Dei que llegó a cardenal ocupa la escena con un protagonismo incluso mediático que parece excéntrico con respecto al estilo normalmente reservado de los hijos espirituales de San Escrivá. Durante el último año, su figura estuvo involucrada en vibrantes polémicas. Durante la primavera de 2011, en medio de la campaña de las elecciones presidenciales, cuando el candidato de izquierda Ollanta Humala (que después ganaría las elecciones) reprochó a su antagonista Keiko Fujimori las esterilizaciones forzadas de las mujeres indígenas que efectuó el gobierno de su padre (el ex presidente Alberto Fujimori) durante la segunda mitad de la década de los 90; Cipriani (que se presenta como un acérrimo defensor del derecho a la vida) intervino para defender a la candidata de derecha, acusando a Humala de haber usado un «golpe bajo». Despu’es de esa declaración del cardenal, el entonces presidente de la Cep, Héctor Miguel Cabrejos Vidarte, intervino para aclarar que las declaraciones de Cipriani eran «a título personal» yq ue no representaban las posiciones de la Iglesia del país. También opinó al respecto el Premio Nobel nacional, Mario Vargas Llosa, que en un duro ataque publicado por el periódico español “El País”, definió a Cipriani como «representante de la peor tradición de la Iglesia, autoritaria y oscurantista».

En los últimos meses, los periódicos peruanos han seguido la áspera polémica que se desencadenó entre la Pontificia Universidad Católica de Perú y el cardenal, que reivindica el control de la arquidiócesis de Lima sobre la casa de estudios. Una disputa que provocó incluso la llegada de un visitador apostólico de Roma (el cardenal húngaro Peter Erdö), y que los obispos peruanos que critican a Cipriani le achacan como una muestra más de sus aspiraciones para hacer crecer la propia influencia.


En más de una ocasión, las acusaciones contra Cipriani habían rozado la difamación, con cartas comprometedoras enviadas al Vaticano como “pruebas” y que el mismo cardenal ha siempre definido como el resultado de manipulaciones en su contra.

Incluso, comenzó a difundirse el rumor de su persunta participación en el asesinato de su predecesor, el jesuita Augusto Vargas Alzamora, que murió de una hemorragia cerebral. Cipriani, que en sus buenos tiempos fue jugador de baloncesto en la seleción nacional, se ha defendido siempre con temple atlético. Siempre fiel al lema según el cual, en la Iglesia, “oportet ut scandala eveniant”. Es mejor pelearse que cultivar conformismos unánimes de fachada. Tal vez con una referencia en contra de los obispos que, según él, son los “secuaces de Gutiérrez”, el teólogo peruano considerado el “padre noble” de la Teología de la Liberación.

Más allá de las cuestiones personales, lo que se pone en tela de juicio es un esquema que ha condicionado durante mucho tiempo las dinámicas eclesiales en américa Latina (y no sólo), sobre todo durante el pontificado de Wojtyla: el esquema en el que se apostaba todo por grupos selectos y élites militantes para volver a hacer que la Iglesia fuera culturalmente influyente incluso en la escena pública.

En los hechos, esta opción preferencial ha terminado por agudizar las polarizaciones y los conflictos, y a endurecer las luchas de poder entre bloques episcopales contrarios. Fomentando las iras, las excomuniones recíprocas y compromentiendo en algunos casos incluso una saludable y fisiológica valoración de los carismas. Una dirección que ha alcanzado el paroxismo en el caso peruano, mientras otras situaciones se orientan hacia una composición colegial de las diferentes sensibilidades eclesiales.

Ahora, con el llamado a la «conversión pastoral» que se propuso en la última asamblea del episcopado latinoamericano que tuvo lugar en Aparecida, el esquema de los grupos militantes que distribuyen patentes de ortodoxia dividiendo al cuerpo eclesial entre “amigos” y “enemigos” parece anacrónico. La imagen, propuesta en Aparecida, de una Iglesia que se ofrece a todos como «una madre que va al encuentro, como una casa acogedora» no concuerda con el espectáculo de una banda clerical completamente inmersa en las luchas entre grupos por la hegemonía interna.


Vatican Insider

No comments: