En mi estancia en Roma, durante el mes de mayo, me he encontrado con algunos hombres que, en diferentes ocasiones, me expresaron su preocupación sobre el futuro de Europa, sobre todo ante la presencia creciente de los musulmanes, por ser de una cultura y una religión diferente y, ante todo, porque coincidían bastantes de ellos, en la constatación que “cada vez son más y no hacen el mínimo esfuerzo por integrarse o adaptarse a nuestra cultura” (se les olvido decirme, que somos pocos los europeos y europeas que hacen poco por acogerlos).
Como prueba de su exclamación: ¡Que viene los moros!, es el aumento de mezquitas, las numerosas las mujeres que se ven con su velo típico, la carnicería en el barrio, siempre se les ve siempre agrupados, por separado, los hombres y las mujeres, comparten muy poco con el entorno en el que viven.
Con algunos que pude estar más tiempo, confieso que no me fue fácil que me dejaran hablar, por más que intentara expresándome en su propia lengua. En ningún caso me dejaron expresar mi opinión al respecto. Apenas si me dieron oportunidad de manifestarme, pues tan pronto ponía una pregunta o intentaba matizar alguna afirmación radical suya, era la ocasión para reafirmarse en su argumentación: “si las cosas van como van ¡esto no tiene salida! ¡Europa, dentro de poco tiempo, será mayoría musulmana!…
En todas las “conversaciones” sobre este aspecto, tuve una especie de diálogo entrecortado. Apenas si puede expresar (más bien no, pues no me escuchaban) que la interculturalidad, el pluralismo es algo propio de nuestro mundo globalizado; que es uno de los signos de nuestro tiempo; que tenemos que verlo como una oportunidad, no simplemente como un obstáculo; que tenemos que ir viviéndolo en la cercanía, en la vecindad, en la apertura y la curiosidad de quien es diferente, según aquel dicho: “si discrepas no me ofendes, me enriqueces”…
Por otra parte hay que pensar, es propio de quien deja su tierra, su cultura y religión -y uno tiene experiencia-, tiende a reafirmar lo propio, sobre todo si no se tiene experiencia y una base cultural y religiosa personalizada, pues constata que su identidad se diluye en el nuevo contexto cultural y religioso.
Intenté, sin lograrlo, céntrame en nuestra larga historia europea, como ha sido fruto de muchas culturas y religiones, tal vez recordamos selectivamente la era de la cristiandad que ciertamente ha durado por siglos, pero que desde hace mucho tiempo ha habido profetas que, desde dentro de ella, ha intentado anunciar que otro mundo es posible, más allá de la cristiandad, como forma cultural. Es más, intenté apelar a la regla de oro universal, que toda religión, también la cristiana acepta: “tratar a los demás como quisiéramos ser tratados nosotros mismos”.
Confieso y espero, que el mejor camino es la acogida y el diálogo de vida, que nos llevará a una nueva convivencia en la que se respete el pluralismo, propio de nuestra condición humana y cristiana. Así superaremos aquel dicho que una vez se lo oí a un amigo de Bilbao: ¡Qué pena que Jesús habiendo podido nacer en Bilbao, nació en Nazaret! Dicho con todo mi respeto a los de Bilbao.
Nacho
Por un mundo mejor
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