El Papa no “baja de la cruz”, más bien reconoce su fragilidad
ANDREA TORNIELLICIUDAD DEL VATICANO
Las palabras del ex secretario del Papa Wojtyla, el cardenal Stanislaw Dziwisz, sobre el hecho de que Juan Pablo II “no bajó de la cruz”, han parecido, más allá de las intenciones del que las pronunció, un juicio negativo sobre la clamorosa decisión de Benedicto XVI. El Papa, efectivamente, renunció libremente, es más anunció que lo hará formalmente a las 20 horas del 28 de febrero. Pero aparentemente no tiene ninguna enfermedad particular. Tampoco se puede decir que sus capacidades intelectuales estén disminuyendo, como demuestra la “Lectio divina” que acaba de impartir, improvisando, a los seminaristas romanos. Entonces, ¿por qué “baja de la cruz” el Papa? ¿Es una manera para huir de sus responsabilidades?En la primera homilia de su Pontificado, en abril de 2005, Benedicto XVI pidió a los fieles que rezaran “por que no huya ante los lobos”. Y, durante casi cuatro años de Pontificado, lobos ha habido bastantes. El Papa los afrontó con mansedumbre. Después decidió dejar el Pontificado, en un momento de calma, después de la conclusión del caso de los “vatileaks”, después de haber entregado a la Iglesia reglas más férreas en contra de los abusos sexuales en contra de menores perpetrados por religiosos.
¿La “cruz” del Pontificado se hizo demasiado pesada para sus espaldas? Claro que sí, de otro modo el anciano teólogo bávaro no habría llegado a una decisión de estas magnitudes, un precedente en la historia de la Iglesia, pues ninguna de las excepcionales renuncias que se han dado en dos mil años puede compararse con la suya. Pero justamente este gesto puede representar la última gran enseñanza del Papa Ratzinger. De este Papa que en su primer discurso a los cardenales en la Capilla Sixtina dijo que el Pontífice “debe hacer resplandecer la luz de Cristo, no la propia”. Todo lo que ha hecho en estos durísimos años ha sido para hacer entender a la Iglesia que la verdadera guía de la Iglesia misma no es el Papa, ni su protagonismo ni su heroísmo, ni su figura solitaria aislada en una torre y expuesta al ojo inmisericorde de los reflectores. La guía de la Iglesia es Jesús, de quien el Papa es solamente un vicario.
Al admitir su fragilidad física y psicológica, al hacer este gesto humilde y libre, el Papa transmite una vez más esta enseñanza. Y en cierta manera, “relativiza” el Pontificado romano. El Papa es Papa porque es obispo de Roma. Cuando los obispos cumplen 75 años deben renunciar a su puesto y acostumbrarse a la idea de ser “eméritos”. Con el Papa no sucedía y no hay que esconder que un “Papa emérito” (y además inquilino del Vaticano) representa una figura incómoda para cualquier sucesor. Sin embargo, a pesar de estas dificultades, al pedir perdón por sus defectos y al admitir que se ve imposibilitado para proseguir en su ministerio, el Papa ha demostrado un gran ejemplo de realismo cristiano. Todos los “ministros” que sirven a la Iglesia son hombres frágiles. Desde el que se siente en el Trono de Pedro hasta el último de sus sacerdotes.
Vatican Insider
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