En nuestra vida
es dios lo que la luna para el mar:
la causa de sus crecientes
y de sus menguantes.
Todas nuestras peregrinaciones terrestres
han sido movidas por el llamado divino,
llamado que ya nos eleva a lo alto,
ya nos precipita en lo hondo.
Ese llamado de Dios,
perceptible en nuestras almas,
es el que nos ha convocado
a todo lo que merece llamarse grande
en nuestra vida,
a tdo lo que da sentido a una existencia,
cuando la vida es en verdad una vida.
Y ese llamado de Dios
que es el hilo conductor
de una existencia sana y santa,
no es otra cosa
que el canto que desde las colinas eternas
desciende dulce y rugiente,
melodioso y cortante.
Llegará un día
en que veremos que Dios
fue la canción que meció nuestras vidas.
¿Señor, haznos dignos
de escuchar este llamado
y de seguirlo fielmente!
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