Francisco, Benedicto, y el poder que tiene que ser servicio
Entre ambos tendrán que ir escribiendo
la praxis de la cohabitación
(José Manuel Vidal).- Dos Papas cara a cara. Lo nunca visto desde hace casi 700 años.Dos Vicarios de Cristo. Aunque los auténticos vicarios de Cristo son los pobres y los Pontífices romanos sólo se convierten en tales, si cargan con el sufrimiento de los últimos. Dos 'Sus Santidades' y los dos verdaderos. Y es que hoy se ha escenificado en la intimidad, sin cámaras en directo ni fotos, que la Iglesia católica tiene dos Pedros, dos columnas. Una, en activo. La otra, jubilada y casi enterrada en vida.
La Iglesia católica tiene dos Pescadores, peroun sólo anillo, símbolo por excelencia del poder de las llaves, del poder de atar y desatar "en la tierra y en el cielo". Porqueese poder sí es indivisible, lleva aparejada la infalibilidad (en condiciones muy concretas y pautadas) y eso es lo que ha perdido el Papa Ratzinger.
Es evidente que, con su renuncia, Benedicto XVI introdujo una fisura en el imaginario católico sobre el Primado. Que esa fisura no se convierta en grieta o en quiebra, es la labor de los dos Papas. La cohabitación será lo que ellos quieran y decidan que sea. O, mejor dicho, la que quiera y decida el Papa reinante, que es el que detenta todo el poder. Aunque, nadie duda tampoco que contará con la total colaboración del Papa emérito. Y con su "obediencia", como ya dijo.
Entre ambos tendrán que ir escribiendo la praxis de la cohabitación. Desde los pequeños detalles a las grandes decisiones. Conscientes ambos de que, al hacerlo con normalidad, estarán normalizando la posibilidad de la renuncia papal en la Iglesia.
Y esa simple posibilidad, activada o no por decisión personal de cada Pontífice, deja claro que el poder tiene que ser servicio en la Iglesia. Que si el Papa renuncia, de él hacia abajo nadie puede aferrarse al poder-servicio.
El encuentro de los dos Papas escenifica también la continuidad profunda del papado en lo esencial, pero, al mismo tiempo, la discontinuidad en gestos, acentos y discursos. No hay dos Papas iguales. Y ésa es una de las claves de la pervivencia de la institución que, sin romper nunca la cadena que la une a Pedro a través de los siglos, es capaz de 'aggiornar' el papado y la propia Iglesia por medio de los diversos carismas de los distintos Papas que se suceden en el solio pontificio.
El péndulo eclesial en manos de los Papas siempre se mueve entre la reforma y la conservación. En períodos que suelen ser alternos y sabiamente combinados. Después de la época reformista de Juan XXIII y Pablo VI, con la coda final truncada de Juan Pablo I, vino la era de la conservación con Juan Pablo II y Benedicto XVI.
Toca cambio de ciclo. Por alternancia histórica. Porque la Iglesia lo necesita, tras haber tocado fondo en autoridad moral, en mala imagen y en sangría de fieles. Y porque el nuevo Papa es un reformista moderado, que pondrá en marcha una revolución tranquila en la Iglesia. Pasamos de un pontificado pedagógico a la Iglesia de la calle. Del profesor al párroco. De Ratzinger a Bergoglio. De Alemania (Europa) a Argentina (Latinoamérica). Giro geoestratégico de la Iglesia, que busca salir de su jaula eurocéntrica y buscar nuevas salidas a la fe. Con claves eternas, pero pasadas por un Papa del Sur: la bondad, la ternura, la misericordia son para los pobres, los preferidos de Cristo.
Dos Papas próximos y lejanos a la vez, que volverán a vivir uno al lado del otro, en el escaso kilómetro cuadrado de la Ciudad del Vaticano. En una coexistencia pacífica pero inédita en una institución como la Iglesia que, fuerte de sus dos mil años de historia, tiene respuesta para casi todo. Menos para esta cohabitación de dos Pedros.
RD
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