Imagina a Juan, un niño de 12 años, que ha sido abusado por su padre, toda su vida. Me pregunto: “¿Cómo ve Dios a este joven?” Seguramente nuestro Dios de Compasión, debe tener un lugar especial en su Corazón por él, por lo que él ha sufrido como un niño inocente.
Ahora imagina a José, con 22 años de edad y que está robando para alimentar su drogadicción. Está violentando las casas, robando todo lo de valor. Una anciana, desde su cama oye como se rompe el vidrio de una ventana del piso de abajo y se muere de susto. Se siente tan indefensa, que desea arrancar de su casa, pero no puede. Me pregunto: “¿Cómo ve a José el Dios de Compasión?”. Me imagino que Dios desea justicia para la anciana, y las cientos de ancianas que José ha asustado. ¿Pero de José? No lo sé.
Finalmente, imagina a Julio. Tiene 18 años y roba a personas indefensas para tener dinero y comprar droga. ¿Porqué? Porque la droga es la única forma en que puede enfrentar el hecho de haber sido abusado cuando niño. ¿Cómo ve el Dios de Compasión a Julio? No pretendo saberlo. Dudo que haya alguna solución buena para esto. Pero el amor hace cosas muy extrañas.
Una madre vino a verme una vez y dijo: “Padre, no sé qué hacer. Mi hijo usa drogas. Varias veces a llegado a la casa exigiendo dinero, y si no se lo doy, rompe las ventanas de su pieza. Incluso a veces me ha pegado, porque no tenía dinero para su droga. No sé qué hacer”. Le pregunté donde estaba su hijo ahora. “Declan está en la cárcel, Padre, y ahora tengo un poco de paz, por primera vez en cinco años.” Le pregunté:“¿Y lo va a visitar alguna vez?“ “Ah, Padre, lo voy a ver cada Sábado en la tarde, sin falta. Seguro, ¿no se trata de mi hijo?”
Declan nunca le dijo que lo sentía; pero ella aún podía decir; “Seguro, ¿no se trata de mi hijo?” De ella aprendí mucho sobre el amor, y sobre Dios, y sobre cómo debía yo amar.
¿Qué debí decirle a ella?
Espacio Sagrado
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