Friday, April 05, 2013

Las mujeres también están perdiendo la fe



Estructuras anquilosadas y una concepción equivocada del poder provocan una fuga silenciosa


DARÍO MENOR | Misa de tarde en una parroquia cualquiera de una ciudad o de un pueblo cualquiera en un país católico europeo. Celebra la Eucaristía un sacerdote y es día laboral. Habla en su homilía de Dios y de su hijo, Jesús; lee las narraciones de los evangelistas y luego reza por el obispo de la diócesis y por el papa. Todos varonesEntre los feligreses, en cambio, son mayoría las mujeres, ancianas además.

Son también mujeres quienes se encargan del mantenimiento de la iglesia. Y lo mismo ocurre con las catequistas, responsables de enseñar a vivir la religión cristiana a los niños, adolescentes, jóvenes y adultos de la parroquia, a quienes, probablemente, la fe se la hayan transmitido sus madres. O sus abuelas, como las que se ven los domingos llevando orgullosas de la mano a sus nietos a misa.
Fuera de los templos, el ambiente es diferente: en 1968 comenzó una nueva era para el equilibrio entre sexos, una revolución pacífica aún en curso que llevará a que el XXI sea el siglo de la mujer. La Iglesia, con la sabiduría parsimoniosa que le dan sus dos milenios de historia, apenas vislumbra las repercusiones de este profundo cambio social, aunque está ya redefiniendo la idiosincrasia de la comunidad cristiana.

Las mujeres de mediana edad, y de forma aún más clara las que tienen entre 20 y 30 años, han empezado a alejarse de la Iglesia al mismo ritmo que los hombres. En las últimas décadas, en Occidente cada vez menos personas se casan en las parroquias, forman parte activa de la vida de estas, tienen una vocación religiosa o se interesan por la educación católica.
El número lleva tiempo disminuyendo, pero las mujeres siempre mostraban una mayor cercanía a la Iglesia respecto a sus coetáneos. Este desequilibrio se ha acabado: la paridad entre sexos también se hace sentir entre los bancos de las parroquias.
El cambio puede tener consecuencias trascendentales: son las mujeres, en la mayoría de los casos, las quetransmiten la fe a los niños, y son ellas, con su callado trabajo, quienes hacen funcionar el engranaje eclesial. Laicas o religiosas, las mujeres son mayoría en la Iglesia y su nivel de compromiso eclesiástico es superior al de los hombres, aunque sean ellos los que ocupen la inmensa mayoría de puestos de decisión y discernimiento, y sea también masculino el rostro público que casi siempre ofrece la comunidad cristiana a nivel parroquial, diocesano y universal.

Cuestión generacional

El teólogo italiano Armando Matteo, profesor en la Pontificia Universidad Urbaniana, ha dedicado a este fenómeno el ensayo La fuga delle quarantenni. Il difficile rapporto delle donne con la Chiesa (La fuga de las mujeres de cuarenta años. La difícil relación de las mujeres con la Iglesia).
El libro, editado por Rubbetino, retoma un informe de la revista Il Regno en el que se constata que la variable que más influye en la relación que las distintas generaciones mantienen con la Iglesia es la fecha de nacimiento. El año que marca un hito es 1970. La tendencia se hace aún más visible entre los nacidos después de 1981: a partir de esa edad, no hay diferencias entre la religiosidad de hombres y mujeres.
Expertos como el sociólogo Alessandro Castegnaro, presidente del Observatorio Sociorreligioso Triveneto, están convencidos de que no habrá un cambio con el paso de los años: la Iglesia no puede quedarse cruzada de brazos esperando que estas generaciones vuelvan a las parroquias cuando envejezcan.
La colombiana Ana Cristina Villa Betancourt, responsable del departamento dedicado a la mujer del Pontificio Consejo para los Laicos, dice que la disminución de la religiosidad femenina existe “en todos los países afectados por la agresiva secularización contemporánea”. “Lo constatamos en todos los contactos que tenemos con asociaciones, movimientos, conferencias episcopales…”, comenta.
Y añade a la tesis de Matteo dos consideraciones. La primera es que hay que preguntarse si vale la pena regresar a la situación anterior, donde la práctica religiosa femenina era mayor a la de los varones. La segunda, que la secularización ha conllevado una “cierta ideología feminista radical que tiende a sembrar mucha confusión entre las mujeres”. Son las católicas de mediana edad las más afectadas por esta ideología, corrobora Villa Betancourt.

Protesta silenciosa

El cardenal Gianfranco Ravasi, presidente del Pontificio Consejo de la Cultura, se mostró de acuerdo con el fenómeno detallado en La fuga delle quarantenni en un artículo publicado en el diario Il Sole 24 Ore: “La ausencia y la desconfianza de las mujeres jóvenes representa un fenómeno que todos habían ya advertido en las dos o tres décadas pasadas (…). Hay una crisis que homologa a los muchachos y a las muchachas, que hace que sientan la Iglesia como remota, que hace rígida a sus ojos toda opción rigurosa de fe y de moral, que tiene una imagen dogmática y machista de la Iglesia”.
¿Cómo se ha llegado a esta situación? Básicamente, por una cuestión de poder. “La fuga de las mujeres en torno a los 40 años de nuestras iglesias es una protesta silenciosa al silencio con que querría constreñirlas por naturaleza la Iglesia de los hombres”, sostiene Matteo.


EDITORIAL VIDA NUEVA | El hecho es constatable en nuestras parroquias: las mujeres jóvenes y las de mediana edad han comenzado a dar la espalda a la Iglesia, como ya lo hicieran antes los varones adultos y los jóvenes.
Esta deserción, convertida en tendencia a partir de los años 80 del siglo pasado, pone en peligro algo tan fundamental como es la transmisión de la fe a las nuevas generaciones, porque ellas, además de constituir la mayoría de los agentes de catequesis, se han ocupado, al menos durante los primeros años, de que sus hijos y nietos no faltasen a las eucaristías dominicales.
Algunos ven en esta huida una forma de protesta silenciosa ante unas maneras de hacer y decir la Iglesia desde estructuras de poder machistas que las ahoga. No reivindican nada, pero no se sienten valoradas y se van. Es una crisis de fe a la que ha contribuido el trato recibido durante años. Es hora de empezar a cambiarlo antes de que sea demasiado tarde.
Vida Nueva

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