Hace hoy un mes, la noticia de habemus papam recorrió en segundos el mundo. Desde aquel momento, la Iglesia tenía dos papas: uno, Francisco, el primer papa americano, en plenas funciones y poderes como nuevo obispo de Roma. El otro,Benedicto XVI, papa emérito, tras haber renunciado al papado.
Dos papas vivos en Roma, y el dormitorio del papa aún vacío. Después de 110 años, desde Pio X, es la primera vez que un papa no usa el dormitorio papal, enclavado en los apartamentos pontificios, en la tercera planta de los Palacios del Vaticano.
El papa Francisco, trás haber visto el apartamento y haber exclamado: “Aquí caben 300 personas, demasiado grande para mi”, prefirió, por el momento por lo menos, seguir viviendo en el hotel pensión Santa Marta construido por el Vaticano para acoger al clero que llega a Roma de la periferia de la Iglesia.
No sabemos si el primer papa no europeo después de más de mil años de historia, va a seguir viviendo en ese hotel a 90 euros pensión completa.
Lo cierto es que no ha querido hasta ahora dormir donde lo hicieron los ocho papas anteriores. Aquellos apartamentos fueron varias veces reformados. Ignoro si lo fue también el dormitorio de triste memoria donde apareció misteriosamente muerto una mañana a los 33 días de pontificado, el papa Juan Pablo I.
No se si es el mismo dormitorio del que se quejaba el bueno y anciano Juan XXIII que le confiaba al escultor que moldeaba su busto: “La gente dice que el papa vive en un palacio, pero mi dormitorio es muy incómodo. Es enorme y cuando me despierto de noche para ir al baño tengo que hacer un viaje, pues está muy lejos de la cama”. Y le añadió otra confidencia: “Me da un poco de cosa dormir en la cama en la que han muerto otros papas”.
No conocemos las reales razones que hayan podido llevar al papa Francisco a no querer usar ni el dormitorio ni la cama de su antecesor, que sigue vacía. Cierto es que un papa viviendo en aquellos apartamentos que encierran tantos secretos y quizás misteriosas traiciones, se convierte en un preso en una jaula de oro.
Para llegar a él, incluso un obispo, tiene que atravesar una enmarañada burocracia y a veces esperar meses. Si viene de la periferia del mundo aún peor.
El papa queda en manos además de los cardenales de la Curia, de su pequeña familia, formada por su secretario particular, las monjitas que cuidan de los apartamentos y de su mayordomo. El último, el del papa Benedicto XVI, acabó en la cárcel tras haber traicionado al pontífice vendiendo sus documentos secretos.
Un día la historia podrá revelar todo lo que en estos 110 años se ha vivido en esos apartamentos. Juan XXIII decía que se aburría en ellos, sobretodo por las tardes.
Los papas quedaban tan presos en aquellos apartamentos de diez habitaciones, que cuando Pablo VI tuvo que ser operado de próstata, para que nadie pudiera verlo en un hospital, improvisaron allí mismo una sala médica donde fue operado.
El atentado a Juan Pablo II en San Pedro
Sólo Juan Pablo II pisó un hospital tras haber sufrido el atentado en la plaza de San Pedro. Fue un imperativo de fuerza mayor. Se estaba desangrando.
Los papas, se dice en en Roma, “mueren pero no enferman”. Nadie debe ver a un papa ni con gripe. El vaticano esconde cualquier indisposición del papa. Sin hablar de sus posibles depresiones.
Recuerdo que Juan Pablo I, en su único mes de pontificado, que había sido muy mal recibido por la Curia pues pensaba dejar los palacios apostólicos para trasladarse a vivir a un barrio de la periferia de Roma, se quejaba amargamente de lo abandonado que lo dejaban.“Pregunto cosas a los cardenales y me responden que eso debo saberlo yo, pues para eso soy papa”,confesó amargado y dolido a su secretario.
Aún no sabemos si un infarto producido por esos disgustos o algo más químico se lo llevó mientras dormía. Lo saben sólo las paredes de aquel dormitorio, hoy vacío, que el papa Francisco no ha querido aún inaugurar y quizás no lo haga nunca.
En una soledad más dura, murió Pio XII, en los aposentos del castillo de Castelgandolfo, residencia veraniega de los papas a 30 kilómetros de Roma.
Pio XII, , fue secuestrado literalmente por Sor Pascalina Lehnert, la monja alemana que cuidaba en Munich del entonces Nuncio Apostólico Pacelli y que se la llevó a Roma cuando lo hicieron Secretario de Estado y la dejó a su lado cuando en el cónclave de 1939, lo eligieron papa. En total, 41 años a su lado.
Pio XII, , fue secuestrado literalmente por Sor Pascalina Lehnert, la monja alemana que cuidaba en Munich del entonces Nuncio Apostólico Pacelli y que se la llevó a Roma cuando lo hicieron Secretario de Estado y la dejó a su lado cuando en el cónclave de 1939, lo eligieron papa. En total, 41 años a su lado.
Fue proverbial en el pontificado de Pio XII, el poder casi absoluto que llegó a acumular Sor Pascalina. Ni los cardenales podían llegar al papa sin pasar por ella. Fue la primera mujer con tales poderes en la Historia moderna del Vaticano.
Murió a los 89 años y fue contraria a las innovaciones del Concilio. Cuando Juan XXIII llegó al papado su primer acto fue sacarla del del Vaticano.
Sobre ella y sobre cómo la monja alemana se apoderó hasta de la muerte de Pio XII, existen muchas versiones.
De confidencias que me hizo un día Mons. Loris Capovilla, que había sido el secretario de Juan XXIII, la muerte de Pio XII, por orden de Sor Pascalina, fue de alguna forma secuestrada. Ella se habría negado a decirle al papa que le había llegado su hora. Le ponía música clásica y cuidaba de los canarios en las jaulas del dormitorio.
Uno de los pocos al que Pascalina dejaba entrar en aquel dormitorio donde Pio XII se debatía entre la vida y la muerte era al médico pontificio Galeazzi Lisi, que acabó traicionando al papa sacándole fotos irreverentes en los momentos de su agonía que trató de vender a revistas extranjeras y que acabó siendo expulsado del Colegio de Médicos de Italia.
Pio XII, prfíncipe Pacelli
Tan en secreto llevó Sor Pascalina la muerte de Pio XII que al parecer ni pudieron impartirle los últimos sacramentos, ya que no se atrevía a decirle que se moría.
De lo que si le dio tiempo a Pio XII antes de morir fue de dar títulos nobiliarios a toda su familia.
Juan XXIII, que llegó al papado después de Pio XII, conocía aquella historia lúgubre. Cuando le diagnosticaron el cáncer que se lo llevaría de este mundo, le pidió a Capovilla que en vez de esconder su muerte, quería vivirla en directo con la gente.
Tras recibir la Extrema Unción, le dijo a su fiel secretario: “Ahora prepara mis maletas para el viaje final”. Y pidió que Radio Vaticana retransmitiera en directo cada momento de sus despedida de este mundo.
En vez de secuestrar su muerte, Capovilla abrió puertas y ventanas para que todos “rezaran por el papa” que se estaba yendo.
Juan XXIII, apellidado el papa del Concilio
En su testamento espiritual, Juan XXIII que sabía que su antecesor el Príncipe Pacelli había hecho nobles a su familia escribió a la suya: “No os dejo dinero ni riquezas porque nací pobre y muero pobre”. Sus hermanos, al morir el papa seguían cuidando vacas. Uno de ellos me regaló un día que fui a visitarlo un cencerro de su corral.
Eso también pasó en los apartamentos papales. Otros tiempos y otros papas, ya que difícilmente, después de Francisco, los apartamentos pontificios volverán a ser escenarios de oscuras historias como las vividas en el último siglo de la historia de la Iglesia.
Francisco está echando abajo el muro de Berlín del Vaticano. En el hotel Santa Marta donde sigue viviendo, puede recibir y escuchar la voz de la periferia de la Iglesia. Puede hacerlo sin que curas, obispos y cardenales, que se hospedan allí cuando van a Roma, tengan que pasar, como antes, por las horcas caudinas de la burocracia de los palacios pontificios.
Con ellos celebra la eucaristía, con ellos almuerza en la pensión y allí nadie le impide, si un día lo desease, darse un paseo por Roma, algo tabú para los papas cuando vivían secuestrados en los apartamentos pontificios, hoy vacíos y solitarios.
A los papas, los periodistas, nunca le habíamos visto los calcetines. Sólo a Juan Pablo II, el primer papa que cruzaba las piernas en público. Hoy al papa Francisco, si se descuida, lo pueden sorprender en pijama por algún pasillo del hotel.
A Dios gracias, la Iglesia parece estar volviendo a su cuna de Nazareth.
¿Dejarán al papa Francisco seguir libre sin el corsé de la Curia?
A un mes de su pontificado, aún no se le ven las cadenas a los pies.
Sigue aún libre sin usar el dormitorio pontificio.
Juan Arias
Vientos del Brasil
El País
Vientos del Brasil
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