Portar su propio maletín, esperar el abordaje del vuelo, convivir con los periodistas sin mayor protocolo, la vista abajo mientras se dan los honores al Jefe de Estado...
Guillermo Gazanini Espinoza / Secretario del Consejo de Analistas Católicos de México. 22 de julio.- Pequeños gestos que dicen mucho. El primer viaje internacional de Francisco comenzó justo con la aplicación de la palabra con gestos sencillos de gran significado. El Papa recorre el mundo hasta Sudamérica, la herencia de su predecesor en estas jornadas mundiales que quieren ser el gancho de fe para millones de jóvenes en el encuentro con Cristo y su Iglesia. El invitado de honor, quien preside en la caridad, Francisco, el Papa del nuevo mundo.
Contrastan las primeras formas en este primer viaje. Portar su propio maletín, esperar el abordaje del vuelo, convivir con los periodistas sin mayor protocolo, la vista abajo mientras se dan los honores al Jefe de Estado, la salutación sin mayores formalidades. Las multitudes rodearon un pequeño vehículo atrapado entre las filas de autobuses en un Río de Janeiro que, al principio, no demostró gran algarabía por el visitante; después, las concentraciones hicieron imposible el paso del Romano Pontífice en unas imágenes que recordaban aquéllas cuando Paulo VI, en sus visitas a Bombay (1964) y Bogotá (1968), se vio rodeado por una turba que intentaba alcanzarlo e impedían el paso del vehículo descapotable.
Francisco quiere poner la palabra en acción, todavía acostumbrado a las formas como arzobispo de Buenos Aires, gestos para abrir puertas, para dar a conocer al mundo que él, antes que Soberano del Estado de la Ciudad del Vaticano es obispo de Roma, de la Iglesia que preside en la caridad. Y quien vive en la caridad, porta un mensaje de coherencia porque la misión es, ante todo, espiritual y sí, provocadora. Ver a un Papa austero y ser testigos de que no es el señor que tiene vasallos. Sus actitudes no se confunden con los discursos de la defensa de los pobres cuando los responsables de la promoción del bien común viven como sibaritas; el vicario de Cristo desciende para evitar esa narcosis del vértigo del poder y las formas que hacen perder piso para recordar al mundo que, el primero de entre todos, es el que tiene la obligación de servir.
Un mensaje más acentuado cuando a la vista tiene dos escenarios: el primero, el gran encuentro de los jóvenes, los golpeados en las crisis y los más marginados en las sociedades y, segundo, el país sudamericano, azotado por las manifestaciones y los choques sociales exigiendo el fin de la corrupción y la justicia ante un aparato burocrático cuestionado por su efectividad y servicio al pueblo.
Los pequeños gestos de Francisco son claros y demoledores contra las sociedades del consumismo, del exhibicionismo y los anuncios estridentes con los que un soberano o jefe de Estado se mueve por el mundo, erogando millones de dólares en un viaje de unos cuántos días. El mensaje es contundente para los responsables de las crisis y para quienes han sumido en la pobreza a miles. Es difícil tener más austeridad cuando el Papa es el soberano de un Estado, pero Francisco tiene presente que el Papado no puede predicarse sino desde la emancipación de los símbolos que han hecho de la Iglesia una institución cuestionada y señalada. La predicación de la pobreza es, en esta primera etapa del viaje del Papa a Brasil, la primera homilía donde no han sido necesarias palabras o discursos grandilocuentes; no se puede provocar a una sociedad enardecida con exhibiciones y recibimientos que ya no corresponden a un líder con un gran mensaje de Salvación. Poco a poco estos elementos de soberanía e imperio irán siendo desterrados del papado; sin embargo, en este viaje apostólico, la revolución del Evangelio proclamada por Francisco dejará una huella indeleble en quienes hicieron grandes esfuerzos por ver coronada su peregrinación y no sólo en el turismo religioso para hacer un paseo y sumar anécdotas a las charlas y tertulias de café. Y el obispo de Roma sabe bien que Brasil es un experimento religioso, lugar de cientos de sectas y de iglesias neopentecostales de exportación, criadero de los líderes más opulentos beneficiados por la fe y necesidades de la gente en la filosofía de la teología de la prosperidad donde el líder, pastor y obispo es el empresario bien vestido del jet-set religioso y la Biblia es el libro artificial de discursos para engrosar las arcas de las iglesias beneficiadas por los “ siete dones económicos” del Espíritu Santo: Abundancia, Prosperidad, Materialidad, Liderazgo, Bienestar, Fortaleza y Superioridad.
Como peregrino, signo de contradicción, anunció ante los poderosos del mundo cuál es el mayor tesoro del que es portador: “No tengo oro ni plata, pero traigo conmigo lo más valioso que se me ha dado: Jesucristo. Vengo en su nombre para alimentar la llama de amor fraterno que arde en todo corazón; y deseo que llegue a todos y a cada uno mi saludo: «La paz de Cristo esté con ustedes”.
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