El pontífice gusta a las nuevas generaciones porque es diferente de los personajes del poder que ellos conocen y abominan
Ya nadie lo pone en duda. Francisco gusta a los jóvenes, católicos o no. Más aún, los electriza, como se pudo comprobar ayer en las calles de Río, donde pudo verse, con un nudo en la garganta, el pequeño Fiat del Papa materialmente invadido por una marea de jóvenes peregrinos llegados para la Jornada Mundial de la Juventud (JMJ)
La pregunta es por qué esa fascinación de unos jóvenes que al mismo tiempo, como revelan los sondeos, exigen a la Iglesia mucho más de lo que el mismo Papa les ofrece.
Los jóvenes hoy están desencantados con casi todo, preocupados con el futuro. Son ellos mismos víctimas, por ejemplo, de una violencia asesina. Entre los 50.000 homicidios con armas de fuego anuales perpetrados en Brasil, el 80% son de jóvenes.
Dicen que ellos no creen en los mayores. Menos aún en los políticos. Se dice que son fundamentalmente egoístas y hedonistas. Y sobretodo consumistas. Que carecen de valores.
Y llega Francisco, bien mayor, casi un abuelo para ellos, un papa exigente que les pone en guardia contra la “fascinación de lo provisorio”, es decir del ansia de consumir y poseer; que les dice que ellos son la puerta por donde entra el futuro del mundo, pero les propone un futuro en el que "menos es más". Les llama a despojarse de lo provisorio y fugaz en busca de lo que permanece, de la esencia.
Hay algunas claves, presentadas por los mismos jóvenes presentes aquí en Río que son significativas para entender esta paradoja. Dicen algunos de estos jóvenes que les gusta el papa Francisco porque “no representa un papel. Es lo que dice”. ¿Como lo saben? Lo intuyen.
Les gusta porque es diferente de los personajes del poder que ellos conocen y abominan. Dicen que Francisco “simplifica” las cosas, que para él menos es más.
Quizás porque los jóvenes sienten fuerte el gusanillo del consumismo y de lo efímero, se sienten fascinados por la sencillez de sus gestos y palabras.
Cansados de las hipocresías y del despilfarro de los hombres del poder, se sienten atraídos y enloquecidos viendo a Francisco recorrer las calles de Río en un coche utilitario, sin blindar, con la ventanilla abierta. Lo ven sin miedo a morir, algo que excita a los jóvenes.
Y aprecian de Francisco el que sea un papa con “cuerpo”. No es un espíritu ni un ángel. No tiene miedo de besar ni de abrazar. No rechaza el tacto de los cuerpos.
Intuyen que Francisco no es un actor ni un hipócrita, que no exige lo que él no es capaz de hacer, que es consecuente con sus palabras.
Lo ven despojado, cariñoso, tierno y al mismo tiempo severo, empezando consigo mismo.
Cuando supo que querían contratar al chef de cocina de un lujoso y mítico hotel de Río, el Copacabana Palace, hizo saber que prefería que las monjas le cocinaran arroz, frijoles y pan de queso, bien a la brasileña.
Les gusta esa su mirada, escribía ayer un joven, “que te mira y parece verte dentro”.
Saben los jóvenes que Francisco ya fue como ellos: tuvo novia, pensaba casarse antes de decidir seguir su vocación. Más aún, ya sacerdote, durante una boda se enamoró perdidamente de una chica y pasó, como contó él mismo a su amigo el rabino Skorka, una semana sin poder dormir. Hasta había pensando en dejar los hábitos. Resistió y prefirió seguir su vocación. Y eso también gusta a los jóvenes.
“Nos parece sincero, no hipócrita” decía un joven espiritista que vino de fuera de Río para conocer a Francisco: “Aunque no soy católico, me gusta ese señor tan sencillo a pesar de ser Papa”, dijo a un reporterodel diario O Globo.
Y, por fin, los jóvenes sienten que Francisco cree en ellos, en lo que represen tan en el mundo. Cree, como él mismo ha dicho, en esa “capacidad de sorpresa” que suelen ofrecer los jóvenes.
En tiempos de descreencia general; mientras grupos de adultos hacen ritos aquí en la calle para “desbautizarse” o exhibir su ateísmo, una buena sorpresa es que cientos de miles de jóvenes de tantos países y lenguas distintas, se hayan enamorado de un papa que les pide que se despojen de la hojarasca de lo superfluo para sentir la vibración de lo que permanece y vale la pena de saborear.
Sobre todo, les ha dicho el papa, vale la pena “hacer algo por los demás”. Parece poco, pero es ese poco propuesto como mensaje condensado, lo que le está conquistando la simpatía y el cariño de esa juventud de la que dijo ayer que "debemos abrirles espacio" para que pueda "crecer y amar en libertad".
El País
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