Gran entusiasmo y alegría entre los habitantes de una de las “favelas” de Río de Janeiro, que se preparan para acoger al “Papa de los pobres”
GERARD O'CONNELLRIO DE JANEIRO
“Quiero besar los pies del Papa, pues no soy digna de que entre en mi casa”, me dijo Amara Marinho, de 83 años, en vísperas de la visita del Papa Francisco a su humilde y desguarnecida casa, en una de las “favelas” de Río de Janeiro.
Amara vive con su hermanas de noventa años, Jovenia, a pocos minutos caminando de la iglesia de San Jerónimo, que el Papa visitará el 25 de julio.
Tras la visita a la iglesia, el pontífice caminará algo más de setecientos metros a través de la calle que lleva al campo de fútbol, donde le acogerán unas 2.500 personas de la Comunidad de Varginha. La comunidad forma parte de la gran “favela” de Manguinhos, donde viven más de 20.000 brasileños.
El Papa Francisco pidió visitar una de las 763 “favelas” de Río durante su visita a la ciudad con motivo de la Jornada Mundial de la Juventud (JMJ), pues quiere testimoniar la dignidad de muchas personas que afrontan una vida con frecuencia sumamente difícil en estos precarios alojamientos, construidos con sus propias manos, a veces en un clima de violencia y criminalidad. Quiere dar voz a sus dramas, y alentar a las autoridades a trabajar con seriedad para garantizar una mejor vivienda, trabajo y esperanza para el futuro.
Hoy, al menos uno de cada cinco de los seis millones de habitantes de Río de Janeiro (el 22% de su población) vive en “favelas”. Según las últimas estadísticas nacionales (2010), cerca del 11% de los 196 millones de habitantes de Brasil vive en 6.328 “favelas”, y muchos de ellos son jóvenes.
El Papa argentino conoce bien la situación y tanto con sus obras como con sus palabras quiere traer esperanza y aliento a todos los que viven en la “favelas” de Brasil, tal y como lo hacía con los habitantes de las “villas miserias” o “villas de emergencia” en Buenos Aires, donde fue arzobispo desde 1998 hasta su elección como Papa. Con frecuencia visitaba las “villas” de la ciudad, de modo que cuando el 25 de julio llegue en un jeep descubierto a esta “favela” de Río se encontrará con una realidad que le es profundamente familiar.
Su visita está creando un extraordinario entusiasmo en esta “favela”, donde el pasado mes de enero, tras una larga batalla, las autoridades lograron finalmente derrotar el dominio de las bandas criminales que se alternaban por el control del territorio. Como resultado de este proceso de “pacificación”, la policía ahora está visiblemente presente en todas las entradas de la “favela”, tratando de asegurar una vida más segura a todos sus habitantes, así como a las dos hermanas ancianas.
“Sólo le quiero decir al Papa Francisco: ‘¡te quiero!’”, me dijo Amara al visitar su casa junto a un grupo de periodistas de habla española el pasado 23 de julio. Las dos hermanas tienen un póster del Papa en la pared de su casa, junto a una estatua de madera negra de Nuestra Señora de Aparecida, la patrona de Brasil.
“Estoy tan excitada, contenta y emocionada con la visita que se me ha olvidado tomar las medicinas para el corazón”, confesó.
Luego, poseída por la emoción, rompió a llorar en lágrimas. Cuando recuperó la compostura, nos dijo: “No voy a cambiar nada en mi casa. ¡Quiero que él vea nuestra casa tal y como es!”. Incluso piensa en ofrecerle una taza de café.
Entre las familias de la “favela”, la casa de las dos hermanas ancianas ha sido escogida para ser visitada por el Papa por la comunidad parroquial local, guiada por su dinámico sacerdote, el padre Marcio. Las hermanas esperan que algunos de sus nietos puedan estar presentes cuando llegue el Pontífice.
La visita del Papa a las dos hermanas ancianas se integra muy bien con el mensaje que está ofreciendo en esta JMJ: la tendencia social de las recientes décadas a “descartar” a los ancianos está repitiéndose ahora con los jóvenes, al privarles de una adecuada atención sanitaria, de una buena educación y, lo que es más importante, de un trabajo.
El Pontífice está diciendo a cada uno, en la Iglesia y más allá, que todos debemos unirnos al combate de esta cultura del “usar y tirar” y reafirmar una vez más la dignidad y el valor de cada ser humano, ya sea joven o anciano.
Vatican Insider
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