Sunday, January 12, 2014

Consistorio sin automatismos y que premia al Sur del mundo


Los criterios que siguió, los “mensajes” que envía y los procesos que ha puesto en marcha Papa Francisco al elegir a sus primeros cardenales

GIANNI VALENTECIUDAD DEL VATICANO
Las decisiones que tomó Papa Francisco en su primera creación de cardenales están llenas de sugerencias, y no solo por los nombres elegidos. También en esta circunstancia, el modus operandi del actual sucesor de Pedro indica su percepción de la naturaleza misma de la Iglesia.

Respetar las reglas

En su primer Consistorio como Obispo de Roma, Papa Francisco decidió seguir con firme intención las reglas en vigor para la creación de nuevos cardenales, a pesar de haber superado por uno el límite de los 120 cardenales con menos de ochenta años (es decir los que tienen derecho a voto en un eventual Cónclave), confirmado por Juan Pablo II en la Constitución Apostólica “Universi Dominici Gregis” y que el mismo Papa polaco habría superado ampliamente en diferentes ocasiones (como en el Consistorio de 2001 en el que los cardenales con menos de ochenta años llegaron a ser 135), así como su sucesor. Los nuevos purpurados con menos de ochenta años elegidos por Bergoglio solamente son 16, aunque los potenciales canditados fueran muchos más. Tres de los anillos distribuidos en la Curia van a los responsables de tres dicasterios (el Secretario de Estado Piero Parolin, el Prefecto del ex-Santo Oficio y el de la Congregación para el Clero Beniamino Stella) que, según la Constitución apostólica “Pastor Bonus”, deben ser guiados por un cardenal. A ellos se suma el Secretario del Sínodo de los Obispos, Lorenzo Baldisseri, responsable de un organismo (la Secretaría general del Sínodo) que no pertenece en sentido estricto al organigrama curial.

El Sur vence al Norte: 9 cardenales a 3

De los nuevos cardenales que tienen derecho a voto, la mayoría absoluta (9 de 16) proviene de América Latina, Asia y África. Y la distancia entre el Sur y el Norte del mundo aumenta si se consideran solamente los cardenales con menos de ochenta años que no forman parte de la Curia. Así, Papa Bergoglio continúa con el proceso que había comenzado Benedicto XVI, quien en su última creación de cardenales (7 púrpuras “votantes” extraeuropeas y extracuriales) había pretendido corregir la composición fuertemente desequilibrada del Colegio cardenalicio. El polo negativo del que se pretende alejar es el que había alcanzado el Consistorio de febrero de 2012, en el que los desequilibrios en la distribución del cuerpo electoral cardenalicio llegaron a niveles vergonzosos: de 125 cardenales votantes, 67 eran europeos y 30 de ellos italianos (casi un cuarto del cuerpo electoral del Cónclave era proveniente de un país en el que vive solamente el 4% de la población católica global). Los norteamericanos habían alcanzado 15 púrpuras, mientras que había solo 22 cardenales de América Latina (en donde habita el 43% de los católicos de todo el mundo) con derecho a ejercer su voto en un Cónclave. Además, los cardenales pertenecientes a la Curia vaticana eran 44 (más del 35% del total). Si en las próximas creaciones cardenalicias Papa Bergoglio sigue con esta tendencia, se puede imaginar una progresiva disminución porcentual de los cardenales italianos y de los curiales. Los presidentes de dicasterios vaticanos que en el pasado dependían de un cardenal deberán acostumbrarse a la idea de que serán colaboradores del Papa sin entrar a formar parte del Colegio cardenalicio. Incluso sin tomar en cuenta abstractos criterios de proporciones, será muy posible que las púrpuras se vayan redistribuyendo geográficamente siguiendo la línea del pueblo católico, por lo que probablemente tendrán una mayor ventaja las “Iglesias-Cenicienta” de América Latina.

Más pastores y menos obispos-teólogos

La connotación de equilibrio de los prmeros cardenales creados por Bergoglio parece no solo tocar la dimensión geográfica. Muchos de los nuevos purpurados con derecho a voto, antes de ser nombrados obispos, fueron párrocos durante largos periodos de sus vidas: sucedió por ejemplo con el burkinés Philippe Ouèdraogo y con el arzobispo de Seúl Andrew Yeom soo-jung, descendiente de uno de los mártires coreanos. El salesiano chileno Ricardo Ezzati Andrello y el cistercense brasileño Orani João Tempesta estuvieron activos durante mucho tiempo en las realidades pastorales y de educación relacionadas con las respectivas congregaciones. El canadiense Gérald Cyprien Lacroix, miembro del Instituto seglar Pío X (del que fue director general) y sucesor del cardenal Ouellet como responsable de la arquidiócesis de Québec, vivió una experiencia misionera de nueve años en Colombia. Incluso el inglés Vincent Nichols, antes de convertirse en obispo, fue párroco y se dedicó a las actividades de institucines educativas que se ocupan de la formación pastoral. En el nuevo tablero de los cardenales con derecho a voto, el único teólogo “de profesión” es el alemán Müller. En su conjunto, el nuevo equipo de cardenales (todos ellos fueron nombrados arzobispos bajo el pontificado de Ratzinger) se presenta bien estructurado y no se pueden reconocer en él “partidos” o categorías eclesiales homologadoras. Discrecionalidad elocuente En muchos Consistorios del pasado, incluso reciente, se podían adivinar las presiones ejercidas por grupos eclesiales o por algunos hombres fuertes de la Curia que habían influido en las listas de los nuevos cardenales. Esta vez todos los que habían hecho apuestas podrán quedar algo confundidos. Respetando firmemente las reglas canónicas, Papa Francisco aprovechó completamente el amplio margen de discrecionalidad que compete al Obispo de Roma en la elección de sus colaboradores cardenales. Los nombres de los nuevos cardenales los eligió personalmente. No recibió los “consejos” (por no llamarlos deseos) de alguna lobby eclesiástica. Con algunas de las decisiones más demoledoras también pretende enviar mensajes fuertes y de fácil interpretación, en plena consonancia con las palabras y la mirada sobre la Iglesia que ha ido expresando en su magisterio cotidiano. De esta manera, Chibly Langlois (de 55 años) será el primer cardenal de Haití, isla-santuario de todas las contradicciones y de todos los sufrimientos latinoamericanos. Y el segundo cardenal con derecho a voto de Filipinas en el actual Colegio, Orlando Quevedo, proviene de Cotabato. En cambio, la púrpura otorgada al arzobispo de Perugia Gualtiero Bassetti (que ya se encuentra entre las filas de la Congregación para los obispos), representa el enésimo mensaje que Papa Francisco envía al episcopado italiano.

Prohibido el carrerismo

Papa Bergoglio sabe distinguir muy bien entre costumbre eclesiástica y Tradición. Sabe que no hay ninguna diócesis en todo el planeta que sea “cardenalicia” por mandato divino o por definición en el derecho canónico. Algunas de las decisiones de este Consistorio (como la inclusión en la lista del arzobispo de Perugia, en donde la púrpura faltaba desde los tiempos del Estado Pontificio, y la simultánea ausencia de cardenales de otras sedes diocesanas más identificadas con el estado cardinalicio, como Turin o Venecia) hacen pensar que Papa Francisco podría continuar eligiendo a sus cardenales en el futuro sin tomar en cuenta las reglas no escritas del “así se ha hecho siempre” (“Evangelii gaudium”, 33). De esta manera se reducirá considerablemente la rosa de arzobispos diocesanos convencidos de merecer “ex officio”, antes o después, el anillo cardenalicio. Desarticulando el automatismo que vincula la guía de algunas diócesis al estado cardenalicio, se podrán poner en marcha, con el paso del tiempo, algunos procesos indicados por el “sensus Ecclesiae” de Bergoglio: por una parte, demolería parcialmente el frenesí de ciertos individuos o grupos eclesiásticos que se mueven para poner a sus “hombres de confianza” en las arquidiócesis que son consideradas “seguras” y garantizarles el acceso al Colegio cardenalicio. Además, se frenaría la perversión clerical que tiende a distinguir las diócesis según niveles de prestigio. Esa concepción mundana según la cual existen diócesis “de bajo nivel”, que representarían una “diminutio” o incluso un castigo. En cambio, desde el punto de vista sacramental, el obispo de cualquier isla perdida en medio del Pacífico tiene la misma dignidad sacerdotal que el cardenal arzobispo de Milán o de París. Los tres son iguales y deben servir al pueblo de Dios con la misma dedicación y con el mismo olvido de sí. La Iglesia de Cristo funciona de esta manera. Y Papa Francisco estaría tratando de sugerirlo con cada gesto y con cada decisión.

Vatican Insider

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