En un año, el Papa impone con sencillez su revolución en la Iglesia
Su método: Descongelar el Concilio y hacerlo carne y vida del "pueblo de Dios"
(José Manuel Vidal).- Hace un año estallaba la "primavera" en la Iglesia de la mano delPapa "venido del fin del mundo". Una primavera similar a la puesta en marcha, 50 años antes, por Juan XXIII, el Papa Bueno, con el Vaticano II. La de Francisco consiste, precisamente, en descongelar el Concilio, aplicarlo en todas sus potencialidades, hacerlo carne y vida del "pueblo de Dios". El Concilio y, sobre todo, el Evangelio.
Una primavera que cuaja a buen ritmo. Primero fueron los gestos y las portadas de los medios de comunicación de medio mundo. Signo de la curiosidad suscitada por la revolución del Papa Bergoglio fuera de los muros de la Iglesia, síntoma de la ausencia de otros líderes creíbles en el panorama mundial y confirmación de que la fe es noticia "urbi et orbi" en la aldea global. Después vinieron las decisiones y, sobre todo, el cambio de tendencia. ¿Cuáles son las las claves de la primavera de Francisco?
1/ Cambio de paradigma del papado
Bergoglio no quiere ser un superman ni siquiera un Santo Padre. Se llama a sí mismo obispo de Roma y, en un año, ha conseguido cambiar el modo de ejercer el papado. Primero, en el espacio. Abandonando el Palacio apostólico y viviendo en la residencia Santa Marta desacraliza el espacio papal. Es como si el Rey dejase la Zarzuela para irse a vivir a Vallecas. Después, en el tiempo, que dedica masivamente no a los vips, sino a los pobres, a los humildes, a los enfermos, a su pueblo, a la gente que le aclama cada miércoles y cada domingo y se convierte, así, en su escudo protector. Y, pro último, en el ejercicio de su rol: El Papa gobierna pero asesorado por un Consejo de cardenales. En colegialidad, en sinodalidad, en corresponsabilidad. Un Papa normal que, como él mismo dice, "ríe, llora, tiene amigos" y "hasta comete pecados".
2/ Cambio de estilo y de lenguaje
Para normalizar el papado, Francisco cambia de estilo. Deja de ser el Papa-rey, para pasar a ser el obispo de Roma y el párroco del mundo. Con ese estilo le bastaron 5 minutos, tras ser elegido y salir al balcón del Vaticano, para seducir el corazón del mundo. Y, desde entonces, ya nos ha acostumbrado a la novedad de sus gestos. Es un papa imprevisible, porque no desarrolla su papel como el ejecutor de un plan preconcebido, sino que reacciona a los reclamos de la gente y a los impulsos del corazón. Y, por eso, para sintonizar utiliza un lenguaje directo, sencillo, que no necesita intermediarios y que remueve por dentro los sentimientos de la gente. Es el lenguaje del corazón. No se trata sólo de lo que dice y cómo lo dice, sino desde dónde lo dice. Desde la humildad de un padre, que no esconde sus fragilidades, que invita al amor y al perdón, virtudes que él mismo trata de vivir. Un Papa testigo, que dice lo que vive, que predica y da trigo.
3/ De la doctrina al Evangelio de la alegría
Francisco imprime a la Iglesia un cambio de óptica. Quiere que deje de obsesionarse con la doctrina, especialmente con la moral sexual, y se centre en el Evangelio. Primero Evangelio y, después, doctrina. Pero no un Evangelio cualquiera,sino el Evangelio de Jesús de Nazaret, que es Buena noticia. Es decir, el Evangelio de la alegría y la alegría del Evangelio, como tituló su primera gran exhortación apostólica, una "summa" de la evangelización. Porque, como suele decir Bergoglio, un cristiano no puede ser "un pepinillo en vinagre".
4/ Reforma y/o revolución
La Iglesia huye de la palabra revolución. Se siente más cómoda con la de reforma, siempre que sea en continuidad. "Ecclesia semper reformanda", dice un eslogan protestante. "Ecclesia semper purificanda", afirma el Vaticano II en la constitución 'Lumen Gentium' (8). Y es que, en la Iglesia católica, reforma y purificación tienen que ir siempre de la mano. De lo contrario, la primera es solo una reorganización burocrática y la segunda, una espiritualización de los problemas. La reforma de Francisco comenzó por arriba (por el propio papado) y tiene que plasmarse abajo. Comenzó por la Curia, que tiene que dejar de ser un aparato de poder y convertirse en un órgano de servicio, y por la economía, con la creación del superministerio económico, que va a limpiar el banco vaticano y a instaurar la máxima transparencia en las cuentas de la Iglesia. Después, tendrá que seguir la reforma doctrinal, al menos en el sentido de admitir, en su magisterio, una cierta idea de evolución de la persona humana. Y, por supuesto, terminar con el clericalismo.
Pero la reforma sólo triunfará si cala en las bases. Si provoca un cambio en las mentalidades y en las costumbres de los católicos. Por eso, Francisco, como Juan XXIII, reinterpreta la tradición, colocando la vida cristiana como brújula de la reforma y obviando, por lo tanto, cualquier tentación de ideologización.
5/ Misericordia y ternura
"Dios no se cansa de perdonar. Somos nosotros los que nos cansamos de pedir su misericordia". Es una de las frases recurrentes de Francisco, que coloca a menudo en el frontispicio de su pontificado. La Iglesia deja de ser fortaleza asediada, para convertirse en "hospital de campaña" de las numerosas heridas del mundo. Francisco quiere convertir la misericordia y el perdón en instrumentos de la política y de la diplomacia. Pasar de la lógica de la lapidación a la del perdón. Un perdón que, a su juicio no depende de lo que el otro haga. Es un don asimétrico, desinteresado, absoluto, que no exige contrapartidas y va mucho más allá de la lógica del 'do ut des'.
Misericordia y perdón que se plasman a nivel personal en la ternura. Ternura que, como buen psicólogo, predica a los demás y, al mismo tiempo, practica. Porque Bergoglio elimina las distancias, toca los sentimientos. No tiene miedo de besar, abrazar y acariciar. No tiene miedo de su cuerpo. Al contrario, lo utiliza como instrumento para demostrar amor y ternura.
6/ Justicia y dignidad para las periferias
"En un corazón poseído por la riqueza no hay espacio para la fe", suele decir el Papa. Y, en alguna ocasión, recordando a su abuela Rosa, añade que "el sudario no tiene bolsillos". Y, por eso, es capaz de denunciar el actual sistema económico, como "una economía de la exclusión y de la inequidad". O lo que, en otras ocasiones, llama "la cultura del descarte", que deja en las cunetas de la vida a los niños, a los ancianos y a los parados.
"¡Trabajo, trabajo, trabajo!", gritaba en Cerdeña el 22 de septiembre de 2013, rodeado de trabajadores parados o precarizados. Porque la caridad no puede separarse nunca de la justicia. Y, para el Papa, sin trabajo no hay dignidad. Sólo desde la "cultura del encuentro" se puede edificar un mundo más justo.
Para construirlo, el Papa quiere que la Iglesia salga de sus grupos estufa y vaya a la calle. Salir a las periferias geográficas y existenciales para ir al encuentro de las personas que allí habitan. Salir de las sacristías y de los templos, porque eso le hará bien a los sacerdotes y a los fieles, no sólo espiritualmente, sino también piscológicamente. Se trata de salir del enrarecido ambientillo eclesiástico, para cambiar de aires y dejar que un soplo de viento fresco entre de nuevo en la Iglesia. Como en los tiempos del "aggiornamento" de Juan XXIII.
7/ Un tsunami de ilusión y esperanza
En menos de un año, Francisco consiguió revitalizar a una Iglesia triste y apagada, que se sentía acosada por enemigos de fuera e intrigas de dentro. Los católicos ya levantan la cabeza y se sienten orgullosos de proclamarse como tales. Ya no se esconden. Han dejado de ser católicos vergonzantes. Una ola de ilusión recorre, de nuevo, el orbe católico. Y llama la atención de los indiferentes, que se habían ido sin dar portazos, porque no encontraban en la Iglesia respuesta a sus preguntas de sentido, de los ateos y de los creyentes de otras religiones. Francisco es el Papa de la esperanza. La Iglesia es la única institución global que ha conseguido regenerarse en menos de un año. Y la gente mira a Bergoglio y se pregunta: ¿Por qué no podría pasar lo mismo en el sistema financiero o en el sistema político mundial?
RD
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