El 12 de marzo de 1977 murió asesinato el padre Rutilio Grande sj, junto a dos campesinos que le acompañaban. Yo nacería un mes después. Fue como un hermano para Monseñor Oscar Arnulfo Romero –que sería también asesinado tres años más tarde-, viviendo con él muchos momentos importantes de su vida. Podría decirse que este acontecimiento marcó y selló no sólo la vida de Romero, sino también el compromiso de la Iglesia salvadoreña con los pobres, los campesinos, los marginados del país.
Monseñor Romero sorprendió a todo el mundo cuando dijo de manera clara y natural que Rutilio fue “nuestro primer mártir” (9 de marzo 1980), porque murió como Jesús por defender la vida de los pobres.
No voy a rememorar aquí toda la trayectoria de este gran hombre, basta con decir que de alguna manera también a mí me marcó la vida, porque aprendí a amar a esos mismos campesinos como a mis propios hermanos, gracias a testimonios como el de Rutilio Grande, Monseñor Romero o muchas otras personas sencillas y anónimas, porque fueron la viva imagen de Jesús. Ese Jesús sufriente que te acompaña en la última de las soledades.
Me atrevería a asegurar que su testimonio de vida sigue siendo inspiración y semilla de esperanza para mi querido pueblo que sigue padeciendo, ya no la guerra de entonces, pero sí violencia, desigualdad, injusticia, pobreza…
Monseñor Romero, mientras vivió, en cada aniversario de la muerte de Rutilio lo recordó como “memoria de esperanza para nuestro pueblo”. Significativa fue la última de sus homilías en la catedral el 23 de marzo de 1980, víspera de su propio martirio, en ella decía que cuando se quiere ser fiel a Jesús uno se encuentra “lo que el Padre Grande encontró”. Al día siguiente él mismo caería abatido por la misma fidelidad a Jesús, por estar al lado del pueblo pobre.
Así que es de justicia el inicio de la futura beatificación del Padre Rutilio Grande.
Monseñor Romero con la foto del padre Grande junto al Papa Pablo VI.Yurina Rodríguez Portillo
En todo amar y servir
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