Thursday, March 13, 2014

El Cónclave de Bergoglio


Hace un año, la elección del arzobispo de Buenos Aires. Los detalles sobre la llegada del primer Papa latinoamericano de la historia

ANDREA TORNIELLICIUDAD DEL VATICANO
Hace un año, el 12 de marzo por la tarde, el Cónclave que debía elegir al sucesor de Benedicto XVI, el primer Papa de la historia que renunció por motivos de edad, comenzó con mucha incertidumbre mucho mayor a la que se respiraba en abril de 2005, cuando los purpurados electores (menos dos: Joseph Ratzinger y William Wakefield Baum) debían afrontar por primera vez la experiencia de un Cónclave, pero contaban con un candidato cuya autoridad era universalmente reconocida incluso por los que hasta el final no habrían votado por él. Este candidato contaba desde el principio con un gran número de consensos: el Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, que habría sido elegido a la cuarta votación y eligiría el nombre de Benedict


El clima de 2005 era muy diferente del clima de 2013. Hace nueve años el mundo lloraba la muerte de un Pontífice considerado un gigante de la fe, que había reinado durante muchos años y que había marcado los cambios históricos del último cuarto de siglo del siglo XX que introdujeron a la Iglesia en el nuevo milenio. En 2013 lo que había imperado eran los escándalos, en particular una cierta gestión de la Curia romana. Muchos de los problemas en cuestión se habían originado en el Pontificado wojtyliano y Benedicto XVI había tratado de remediarlos con mucha valentía (basta recordar las normas en contra de la pederastia y la transparencia financiera), pero tenía que pagar la falta de colaboradores que estuvieran a la altura de su tarea.


Lo que sucedió en la Sixtina entre el 12 por la tarde y el 13 de marzo de 2013 fue la consecuencia de los intensos y francos debates que tuvieron los cardenales (electores y no electores) una semana antes del Cónclave. Muchos, muchísimos de los discursos cardenalicios subrayaban la necesidad de un claro cambio de dirección en la gestión de una Curia que parecía muy afectada por las luchas intestinas y algunos grupos de poder: un panorama tal vez demasiado oscuro lo trazaron incluso los medios de comunicación, pero los que dentro del Vaticano se obstinaban en culpar a los periodistas (los que veían solamente el dedo que indicaba el sol) tuvieron una desagradable sorpresa ese día. Los purpurados de todo el mundo llegaron bien informados y con las ideas muy claras con respecto a los cambios necesarios.


El único candidato italiano era el arzobispo de Milán, Angelo Scola, y contaba con un “paquete” de votos consistente al principio. Era considerado el cardenal que de alguna manera había sido indicado por Benedicto XVI ante la Iglesia mundial, debido a su paso de la sede patriarcal de Venecia a la arquidiócesis de Milán. Pero muchos purpurados extranjeros, e incluso algunos italianos, consideraban que la Curia e Italia estaban demasiado involucradas y tenían demasiadas responsabilidades en los problemas de los últimos tres años del Pontificado ratzingeriano. Por este motivo, el apoyo al cardenal de Milán (que durante la primera y la segunda votaciones obtuvo la mayor parte de los votos) no aumentó. E incluso la operación completamente curial de apostar por el arzobispo de San Paolo de Brasil, Odilo Pedro Scherer, fue considerada por muchos como algo bastante miope.

Pero no hay que pensar que las congregaciones generales que se llevaron a cabo antes del Cónclave estuvieron marcadas solo por el sentimiento anti-curial y por la “conventio ad excludendum” para frenar a los candidatos europeos o italianos. Los purpurados dialogaron durante mucho tiempo sobre la vida de la Iglesia y sobre su futuro. Pero sobre todo sobre lo que se necesitaba en ese momento. Dos intervenciones sorprendieron a los cardenales que se estaban preparando para elegir al sucesor de Ratzinger. La primera fue la que pronunció el arzobispo de Buenos Aires, Jorge Mario Bergoglio, el 7 de marzo (que fue divulgada después de su elección por el cardenal de Cuba); la segunda fue la del arzobispo de Manila, Luis Antonio Tagle. Dos purpurados que ofrecen servicios en el “fin del mundo”. Bergoglio, en particular, entusiasmó a sus hermanos. Habló durante tres minutos (aunque tenía a disposición cinco, como todos) y se concentró sobre la misión, sobre una Iglesia que deja de replegarse sobre sí misma, que deja de ser autoreferencial y que sale para llevar a los que sufren en el cuerpo y en el espíritu el mensaje de la misericordia de un Dios cercano: «La Iglesia está llamada a salir de sí misma e ir hacia las periferias, no solo geográficas, sino también las periferias existenciales: las del misterio del pecado, del dolor, de la injusticia, las de la ignorancia, de la ausencia de fe, las del pensamiento, las de cualquier forma de miseria».


Fue justamente en ese momento cuando su candidatura tomó fuerza, y muchos comenzaron aconsiderarlo su candidato. A pesar de que tenía 76 años y que no fuera un secreto que en el Cónclave que eligió a Ratzinger fue el segundo en la votación. El 12 de marzo por la tarde, Bergoglio obtuvo sorpresivamente un número elevado de votos y se posicionó en el tercer lugar entre los candidatos más conocidos y favoritos. Una situación que se repitió de nuevo durante la primera votación del 13 de marzo por la mañana. El cambio llegó con el escrutinio de la segunda votación de la mañana (la tercera del Cónclave), cuando Bergoglio dio un inesperado salto y superó los 50 votos, dejando atrás a los demás candidatos. El almuerzo de ese día fue decisivo, tal y como lo fue el almuerzo del segundo Cónclave de 1978, cuando los últimos indecisos tomaron partido por Wojtyla, y como sucedió durante el Cónclave de 2005. En el caso de Bergoglio, debían ser desmentidas dos leyendas metropolitanas: la primera era la de su presunta renucnia durante el Cónclave de 2005. Renuncia inexistente, porque el arzobispo de Buenos Aires en 2005 nunca llegó a tener un número tan significativo de votos. La segunda leyenda era su salud y sobre el hecho de que tuviera solo un pulmón. El actual Papa sufrió una operación en la que le quitaron un pedacito de pulmón, pero fue a principios de los 50 y había continuado viviendo sin ningún problema, incluso con los ritmos de trabajo a los que está acostumbrado.

Así, a la primera votación de la tarde de ese 13 de marzo (la cuarta del Cónclave), Bergoglio obtuvo todavía más votos. Ya le faltaban solamente algunos cuantos para llegar al número de 77, la cuota de los dos tercios, que la Iglesia considera indispensables (el Papa debe ser elegido como expresión de una amplia mayoría y no de una parte). La segunda votación de la tarde (la quinta del Cónclave) no llegó al escrutinio, porque uno de los cardenales cometió un error (no se dio cuenta de que había votado usando una boleta a la que se le había pegado una segunda que quedó en blanco). La sexta votación fue la última, la de la elección. Superado el “quórum”, Bergoglio recibió el abrazo del cardenal que estaba sentado a su lado, Claudio Hummes, y de sus palabras («no te olvides de los pobres») recibió la inspiración para elegir el nombre de Francisco. Como primer gesto, el nuevo Papa se dirigió hacia donde estaba Scola y lo abrazó. Una hora después de la “fumata bianca” se asomó por primera vez desde el balcón hacia la Plaza San Pedro y comenzó un Pontificado lleno de novedades.

Vatican Insider

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