La ternura de Dios
“-¿Es qué puede una madre olvidarse de su criatura, no conmoverse por el hijo de sus entrañas? Pues aunque ella se olvide, yo no te olvidaré” (Is 19, 15).
“Descansa sólo en Dios, alma mía, porque él es mi esperanza” (Sal 61)
“Mi juez es el Señor” (1Cor 4, 4).
“No estéis agobiados por la vida pensando qué vais a comer, ni por el cuerpo pensando con qué os vais a vestir. ¿No vale más la vida que el alimento, y el cuerpo que el vestido? Mirad a los pájaros: ni siembran, ni siegan, ni almacenan y, sin embargo, vuestro Padre celestial los alimenta. ¿No valéis vosotros más que ellos?” (Mt 6, 25-26)
Recepción de la Palabra
En el texto evangélico se repite una expresión que contiene el mensaje principal de las lecturas que hoy nos propone la Liturgia: “No os agobiéis”. En otras traducciones se lee: “No andéis preocupados” o “No os inquietéis”, “No os afanéis, ni por el vestido, ni por la comida, ni por la vida.
Es muy fácil apelar a la Palabra de Dios para ofrecer un discurso providencialista, y quedar así excusados de la solidaridad. Es verdad que Dios nunca nos deja de amar. Y como prueba de esta verdad, el profeta pone el ejemplo de la madre gestante. Y aunque por un casual la madre se olvidara del hijo de sus entrañas, Él nunca se olvida de su criatura.
Es verdad que la Palabra afirma que para Dios valemos más que los pájaros, que la hierba y que los lirios, y que es mejor fiarse del Señor que de los jefes de este mundo; de ahí la expresión paulina: “El Señor es mi juez”, que sin duda es el mejor.
Sin embargo, en otro lugar de las Escrituras se puede leer que es incoherente con el mensaje revelado desear la bendición de Dios al hambriento y no darle de comer. Por el contrario, será bendecido aquel que parte su pan con el necesitado, viste al que está desnudo, y no se cierra a su propia carne.
La Providencia divina nos ha dejado la posibilidad de colaborar entrañablemente con su prodigalidad, de tal manera que seamos nosotros mismos las manos magnánimas que alarga Dios.
Es verdad que algunos, fiándose de Dios, lo han dejado todo y son testigos de la verdad del Evangelio, porque sienten cómo acontece cada día el regalo generoso de los que se convierten históricamente en mediadores de la Providencia.
Tengo para mí que debo fiarme de la Providencia, a la vez que debo ser generoso con los demás. Yo puedo elegir para mí el camino de las Bienaventuranzas, pero para los demás debo elegir el camino de las obras de misericordia.
Ciudad Redonda
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