La popularidad del Papa tras su primer año de mandato se palpa en las bases de la Iglesia
Sus allegados ven a Jorge Mario Bergoglio como un amante del mate, del fútbol y del tango. Un sacerdote que descubrió la vocación en su juventud y llegó a convertirse en arzobispo en 1998. Su nombramiento como sucesor de Benedicto XVI, el 13 del tres de 2013, una fecha no apta para supersticiosos, le convirtió hace ya un año en el primer Papa latinoamericano y jesuita. Un hito que, unido a su talante dialogante y aparente apertura hacia temas que aún siguen siendo tabú para gran parte de la jerarquía eclesiástica, como el matrimonio gay, la contracepción o el divorcio, ha disparado la Franciscomanía.
Hoy, cuando justo se cumple un año de su designación como pontífice, esta popularidad es ya patente en las parroquias españolas. “Es mi ídolo”, asegura exultante Liliana, de 48 años. “Un 10”, interrumpe otra de las parroquianas de Nuestra Señora de la Concepción, en Madrid, a la salida de la misa de 11. “Es estupendo”, grita mientras se aleja a paso apresurado para alcanzar el autobús que para enfrente de la iglesia. “Imita de verdad a Cristo en la humildad, la pobreza y el amor a los demás”, concluye la más mayor de la larga hilera de personas –casi todas mujeres– que abandonan la capilla. “No todos son así”, remata sin querer profundizar en la comparación.
Orlando, un médico colombiano de 50 años, habla sin reservas: “Con Juan Pablo II hubo un primer avance que se paró en seco con la llegada de Benedicto XVI. Si hubiera llegado antes Francisco, la Iglesia estaría ya mucho más cerca de la sociedad”. Tanto él como su mujer, Liliana, opinan que la “mentalidad de cambio” ha entrado ya en el seno de la jerarquía eclesiástica, pero ambos coinciden en que todavía quedan muchos problemas por resolver. “No pueden hablar de pobreza con una curia rica. Falta comunicación entre la base de la Iglesia y los altos mandos”, opina Orlando. “La falta de transparencia y el hecho de que apartaran los problemas en lugar de afrontarlos de frente ha minado la confianza de los feligreses”.
“Un año es poco tiempo dentro de la larga vida de la Iglesia”, argumenta Gonzalo, vicario de la parroquia desde hace un lustro. “El Papa está sembrando y los frutos tardarán en verse. Aunque algunos ya son palpables”, opina el párroco de 43 años en referencia a la austeridad de la que ha hecho gala la máxima autoridad de la Iglesia católica. La renuncia a utilizar lujosos coches oficiales, la entrevista de hora y media ante las decenas de periodistas que le acompañaban en el viaje de vuelta de Brasil sin establecer de antemano ninguna línea roja o la encuesta de 38 preguntas que remitió en noviembre a las parroquias de todo el mundo para sondear si los católicos comparten o no la doctrina oficial de la Iglesia son algunos de los gestos sin precedentes que le han valido la fama de aperturista.
“Que el Papa hable de la homosexualidad sin hacer juicios o del papel de la mujer en la Iglesia es un paso”, opina Liliana. “Un Papa que se acerca a la gente puede comprender mejor los problemas de la ciudadanía”, completa su marido, que achaca la cercanía a la procedencia del Papa: “En Latinoamérica los curas son más próximos. Aquí es inconcebible que un obispo hable de tú a tú con la gente”. El optimismo decae cuando se habla de tiempo. “Francisco ha iniciado el camino, pero ni él ni nosotros veremos los frutos”, sentencia Liliana. “Lo importante es que cuando se vaya él, venga otro que siga su estela”, concluye.
María Lillo
El País
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