Al caer la tarde, quisiera ser una lamparita de cera en la calle Voltaire de París, y arder o llorar o elevar una plegaria por todos los muertos y por todos sus vivos, sus seres queridos. Una plegaria silenciosa llena de piedad y de preguntas.
Las condenas se suceden, a porfía. Una masacre inhumana. Un atentado contra la humanidad. Una profanación, una blasfemia. Todas las palabras de condena llevan razón. Pero ¿por qué no reprobamos por igual cuando son otros los que mueren: en Alepo, en Bagdad, en Kabul, en el Mediterráneo, muertos sin número en lugares sin fin? ¿No valen, no duelen por igual todos los muertos? Pronto olvidaremos también a los muertos de París, y seguiremos condenando nuevas masacres. ¿De qué servirá si no nos preguntamos el por qué y el adónde? ¿Por qué estamos donde estamos?
Se suceden también las declaraciones de guerra. Me inquieta profundamente la primera reacción del gobierno francés: los bombardeos de Raqqa. ¿Acaso intimidarán nuestras demostraciones de fuerza a los que no conocen el miedo? “Es el combate de la civilización contra la barbarie. Venceremos al terrorismo”, proclaman, mientras la industria de las armas se frota las manos.
Pero ¿cómo creeremos sus promesas de victoria si llevamos tantas décadas de guerra contra los terroristas, y los terroristas no cesan de aumentar y son cada vez más fuertes e incontrolables? ¿No es invencible un desesperado dispuesto a morir? Y nuestras guerras llamadas legítimas contra el terrorismo ¿acaso no tienen mucho de terrorismo, para coartada y soporte de aquellos a los que combatimos? La guerra lleva a la guerra. Así ha sido siempre y así seguirá. ¿Así querremos seguir?
Llamadas a la unidad europea frente al terrorismo, refuerzos policiales, fervores de la Marsellesa, cierre de fronteras… Por supuesto, serán necesarias medidas inmediatas para impedir atentados, para que la gente pueda pasear tranquila por la calle o asistir a un concierto o comer en un restaurante. Pero ¿cómo lo lograremos mejor para mañana y pasado mañana, cuando olvidemos los muertos de hoy?
Las acciones yihadistas hacen que aumente el odio contra el Islam, y el odio contra el Islam proporciona a la yihad pretextos y militantes enardecidos dispuestos a inmolarse matando. ¿Hasta cuándo seguiremos sumidos en esta locura? ¿Dónde están la Razón y las Luces proclamadas por París contra la sinrazón en todas sus formas? ¿Qué será de la Libertad, la Igualdad y la Fraternidad en Europa si las defendemos contra otros, los de fuera? ¿Hasta cuándo seguirá siendo verdad aquello que dijo Voltaire: “La civilización no suprimió la barbarie; la perfeccionó e hizo más cruel y bárbara”?
Ardan las lámparas de cera en las calles de París en memoria de todos los muertos y en consuelo de los vivos. Suba la plegaria piadosa. Pero recordemos a todos los muertos, también a los de Raqqa, y no olvidemos la historia. Los atentados que estamos sufriendo y todo lo que sucede en el Oriente Medio ¿no es acaso el reflejo del mundo que los poderes occidentales hemos contribuido a construir o seguimos empeñados en destruir?
Recapacitemos sobre Afganistán, Irán, Irak, Libia, Egipto, Siria… Y Palestina, la sufrida Palestina. Recapacitemos sobre los cien últimos años de invasión y expolio de los poderes occidentales en Oriente Medio, sobre tantos derrocamientos de gobiernos legítimos cuando la democracia no servía a nuestros intereses, sobre tanta colaboración con los regímenes más corruptos y dictatoriales cuando convenía a nuestros intereses.
Ante los muertos de París y ante las lágrimas de los vivos, sigamos preguntando: ¿Quién creó, financió y entrenó a Al Qaeda para combatir a Rusia? ¿Y quién concibió y sigue sosteniendo en la sombra al Estado Islámico para desestabilizar todo el Oriente Medio y sacar mayor provecho? ¿No se sientan en el G 20 de los grandes del mundo algunos gobiernos amigos de países, Arabia Saudí en cabeza, en los que encuentran soporte ideológico y financiero los yihadistas que nos combaten y que decimos combatir? ¿No sonextrañamente coincidentes los intereses del Estado Islámico y los del poder financiero del mundo occidental, a los que están sometidos casi todos nuestros medios de comunicación que tanto nos mienten? No nos dejan respirar.
Y vosotros, dirigentes políticos de los países árabes, ¿a dónde conducís a vuestros pueblos, a esa inmensa mayoría de gente pacífica, con vuestras luchas fratricidas sin fin, con vuestro enfrentamiento secular entre sunníes y chiíes, con vuestros imposibles proyectos teocráticos, con vuestro sueño de califato confesional, medieval, absurdo? Y vosotros, los dirigentes religiosos de la ummah o comunidad musulmana universal, ¿a dónde conducís a esa multitud de gente creyente llena de bondad y de generosidad, empeñados como estáis en mantenerla encerradas en el pasado?
Amigos y amigas musulmanas, de vosotros depende en buena medida que en nuestro mundo se realicen la Libertad, la Igualdad y la Fraternidad que también proclamó el Profeta, la paz sea con él, con vosotros, con nosotros. Somos hermanos. No os dejéis engañar por quienes –sean de los “vuestros” o de los “nuestros”– os quieren llevar al desastre por el camino de la sumisión o de la guerra. ¡Ojalá, insha-Allah, podáis vivir entre nosotros y ser plenamente de los nuestros sin dejar de ser vosotros, y podamos nosotros vivir plenamente en libertad, igualdad y fraternidad entre vosotros! Shalam aleikum.
José Arregi
RD
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