Aprovechando su estadía en Roma para asistir al Concilio Vaticano II, un grupo de obispos latinoamericanos firmaron un compromiso que pudieron asumir en parte y que sus sucesores dejaron en el canasto de los papeles donde va lo que ya no sirve.
El compromiso fue firmado en una de las catacumbas romanas que recuerdan a una iglesia sin poder, sin estatus, sin vanagloria, pero fortalecida con el testimonio de los mártires.
Los que firmaron fueron 8 obispos brasileños, 4 argentinos, 2 ecuatorianos, 2 colombianos, 2 uruguayos, 1 panameño y 1 chileno.
Muchos de los postulados han sido retomados por el papa Francisco; pero los obispos sucesores de aquellos que estuvieron en el comienzo, han optado por el caminoexactamente contrario.¿Quién ha visto un obispo en algún bus rural? ¿Quién los ha visto con la vestimenta sencilla de un cura de población? ¿Quién los siente “vecino” a la par con otros del vecindario en el lugar de sus residencias?
Han quedado solamente en el recuerdo y en el buen ejemplo, el obispo Jorge Hourton viviendo en la población La Pincoya, uno de los barrios bravos de Santiago; el obispo Bernardino Piñera movilizándose en moto por Talca y por Temuco, sus primeras sedes episcopales; el obispo Juan Luis Ysern aferrado a las barandas de una lancha por los canales chilotes; el obispo Sergio Valech, viviendo en la casa del clero siendo su familia la dueña de lo más valorado en los barrios burgueses de la capital de Chile.
Han pasado 50 años desde el pacto de las Catacumbas. Sus compromisos darían tema para un retiro espiritual de los actuales obispos. Así no sería un documento para los archivos sino un espolonazo para que asumieran ser pastores más que administradores de oficinas, y guardianes de una ética sobrepasada por la realidad.
Dice así el Pacto:
1) Procuraremos vivir según el modo ordinario de nuestra población, en lo que concierne a casa, alimentación, medios de locomoción y a todo lo que de ahí se sigue.
2) Renunciamos para siempre a la apariencia y a la realidad de la riqueza,especialmente en el vestir (tejidos ricos, colores llamativos, insignias de material precioso). Esos signos deben ser ciertamente evangélicos: ni oro ni plata.
3) No poseeremos inmuebles ni muebles, ni cuenta bancaria, etc. a nuestro nombre; y si fuera necesario tenerlos, pondremos todo a nombre de la diócesis, o de las obras sociales caritativas.
4) Siempre que sea posible confiaremos la gestión financiera y material de nuestra diócesis a una comisión de laicos competentes y conscientes de su papel apostólico, en la perspectiva de ser menos administradores que pastores y apóstoles.
5) Rechazamos ser llamados, oralmente o por escrito, con nombres y títulos que signifiquen grandeza y poder (Eminencia, Excelencia, Monseñor...). Preferimos ser llamados con el nombre evangélico de Padre.
6) En nuestro comportamiento y en nuestras relaciones sociales evitaremos todo aquello que pueda parecer concesión de privilegios, prioridades o cualquier preferencia a los ricos y a los poderosos (ej: banquetes ofrecidos o aceptados, clases en los servicios religiosos).
7) Del mismo modo, evitaremos incentivar o lisonjear la vanidad de quien sea, con vistas a recompensar o a solicitar dádivas, o por cualquier otra razón. Invitaremos a nuestros fieles a considerar sus dádivas como una participación normal en el culto, en el apostolado y en la acción social.
8) Daremos todo lo que sea necesario de nuestro tiempo, reflexión, corazón, medios, etc.al servicio apostólico y pastoral de las personas y grupos trabajadores y económicamente débiles y subdesarrollados, sin que eso perjudique a otras personas y grupos de la diócesis. Apoyaremos a los laicos, religiosos, diáconos o sacerdotes que el Señor llama a evangelizar a los pobres y los trabajadores compartiendo la vida y el trabajo.
9) Conscientes de las exigencias de la justicia y de la caridad, y de sus relaciones mutuas, procuraremos transformar las obras de "beneficencia" en obras sociales basadas en la caridad y en la justicia, que tengan en cuenta a todos y a todas, como un humilde servicio a los organismos públicos competentes.
10) Haremos todo lo posible para que los responsables de nuestro gobierno y de nuestros servicios públicos decidan y pongan en práctica las leyes, las estructuras y las instituciones sociales necesarias a la justicia, a la igualdad y al desarrollo armónico y total de todo el hombre en todos los hombres, y, así, al advenimiento de otro orden social, nuevo, digno de los hijos del hombre y de los hijos de Dios.
11) Porque la colegialidad de los obispos encuentra su más plena realización evangélica en el servicio en común a las mayorías en estado de miseria física cultural y moral -dos tercios de la humanidad- nos comprometemos a:
-participar, conforme a nuestros medios, en las inversiones urgentes de los episcopados de las naciones pobres;
-participar, conforme a nuestros medios, en las inversiones urgentes de los episcopados de las naciones pobres;
-pedir juntos a nivel de los organismos internacionales, dando siempre testimonio del evangelio como lo hizo el Papa Pablo VI en las Naciones Unidas, la adopción de estructuras económicas y culturales que no fabriquen más naciones pobres en un mundo cada vez más rico, sino que permitan a las mayorías pobres salir de su miseria.
12) Nos comprometemos a compartir nuestra vida, en caridad pastoral, con nuestros hermanos en Cristo, sacerdotes, religiosos y laicos, para que nuestro ministerio constituya un verdadero servicio; así:
-nos esforzaremos para "revisar nuestra vida" con ellos;
-buscaremos colaboradores que sean más animadores según el Espíritu que jefes según el mundo;
-procuraremos hacernos lo más humanamente presentes y ser acogedores
-nos mostraremos abiertos a todos, sea cual sea su religión.
13) Cuando volvamos a nuestras diócesis, daremos a conocer a nuestros diocesanosnuestra resolución, rogándoles nos ayuden con su comprensión, su colaboración y sus oraciones.
Que Dios nos ayude a ser fieles.
José Agustín Cabré, claretiano
El Catalejo del Pepe
RD
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