Nosotros, los participantes del II Congreso Continental de Teología, provenientes de veintitrés países de dos continentes, hombres y mujeres, de diferentes edades, etnias y generaciones, queremos expresar nuestra alegría y compromiso expresado en este Congreso.
Venimos de diferentes regiones del mundo, compartiendo las preocupaciones por las realidades que generan un peligro de vida de dimensión planetaria: la explotación ilimitada de los bienes de la tierra, el terrorismo, las guerras y nuestro estilo de vida centrado en una exacerbación del consumo, contribuyen al calentamiento del planeta, destruyendo las posibilidades reales de sobrevivencia de vida digna de éstas y las próximas generaciones.
Reconocemos la causa en el sistema económico capitalista, hoy, en su versión política neoliberal, generando las consecuencias de pobreza, desigualdad e inequidad, la exclusión social, las migraciones, la expulsión de los refugiados sin lugar donde vivir.
Realidades que generan: una violencia cada vez más fuerte y cruel, convirtiendo nuestras sociedades en zonas de miedo que generan un peligro a la paz; fundamentalismos de todo tipo: religiosos, culturales, económicos y otros, que refuerzan el individualismo y globalizan la indiferencia. Estas realidades se presentan como anti-signos de nuestros tiempos que nos siguen interpelando.
Considerando que esta realidad des-humaniza y contradice la voluntad de Dios, se nos pide no acostumbrarnos a la pobreza que siguen viviendo nuestros hermanos/as y a seguir comprometiéndonos con la causa de Jesús y de los pobres para la construcción del Reino de Dios y su justicia.
Desde los nuevos signos de los tiempos, también estamos invitados a una nueva manera de ver la realidad e interpretarla con otros ojos, desde el reverso de la historia, desde abajo, donde se resalten los nuevos brotes, signos de lo nuevo. “con un oído en el pueblo y otro en el Evangelio”, (Monseñor Angelelli, Argentina). Desde las prácticas y desde las diversas hermenéuticas, desde las narrativas que los expresen donde se incorpore la dimensión de la razón sensible que provoca la revolución de la conciencia, que toma en cuenta la subjetividad, el grito de la Tierra y de los pobres para vivir una mística de la articulación con nuevas posibilidades para generar una praxis transformadora, como testigos en este Congreso de que otro mundo y otra iglesia es posible.
Hemos confirmado que la sangre de nuestros testigos, los mártires son una autoridad de acompañamiento en nuestros procesos: Obispos, sacerdotes, religiosas/os, laicos/as, que por realizar en la historia el seguimiento liberador de Jesús de Nazaret han dado y siguen dando su vida, dando cuenta que el martirio no es solo una forma de morir sino también de vivir. Reconocemos que el amor por los pobres hasta dar la vida es el mayor símbolo de la presencia misericordiosa de Dios con nosotros.
Hemos constatado que el Espíritu, es la presencia de Dios en América Latina, que ha estado de manera histórica, encarnada, continua, liberadora y manifestada en la vida cotidiana de nuestras comunidades eclesiales latinoamericanas. Hemos sido testigos que ha sido el Espíritu de Dios la fuerza para subvertir la historia, fortaleciendo la liberación real de nuestros pueblos y haciendo que los pobres sean sujetos protagonistas de su destino. Somos conscientes que si bien, nos hace falta mucho camino por recorrer, hemos dado pasos importantes.
Se nos ha invitado a contemplar la acción del Espíritu en lo bello de la vida cotidiana, en la libertad, en lo nuevo que surge, en la fiesta, en la alegría, en la justicia; es percibirlo desde el interior del nosotros/as, porque es Dios en nosotros que se expresa. Esto lo hemos vivido en la belleza de las liturgias de las mañanas.
El Espíritu nombrado de varias maneras por nuestros pueblos tiene un lugar central en la espiritualidad de América Latina. Atestiguada desde el Antiguo Testamento como una presencia que siempre nos acompaña y casi siempre, sin darnos cuenta; La RUAH, se presenta como brisa, como respiración, emerge como la energía en movimiento y tiene dentro de sí un rumbo, una dirección, se mueve y coloca otras cosas en movimiento hacia lugares inusitados y más humanos y que ninguno consigue controlar.
En los evangelios vemos que el Espíritu es defensor de los pobres, el grito que clama, y que anima a Jesús de Nazaret a liberar a los excluidos, es, por tanto, quien nos da sentido de existir como cristianos. Por eso en nuestra tradición “espiritual” latinoamericana se nos recuerda constantemente que “donde está el pobre está Dios” y que felices seremos cuando pongamos, como ellos, nuestras vidas en las manos de Dios de manera total y absoluta. Ubicándolos no como nuestra causa sino como compañeros/as de vida.
El Espíritu está presente en los diversos sujetos de seguimiento, manifestado en el macro-ecumenismo que incluye otras espiritualidades, culturas y pueblos. Y en esta sabiduría sagrada los pueblos originarios nos enseñan su relación con la naturaleza y nos proponen nuevos modelos humanos y sociales para lograr el “buen vivir”.
Es el Espíritu quien nos impulsa a reconstruir las relaciones para lograr la igualdad de género y que se pueda escuchar el clamor en la reforma en clave inclusiva, para manifestarse en nuevas formas estructurales de diakonía, de lugares de decisión que contemple la alteridad en la iglesia ya que sin la dignidad y el aporte de las mujeres no hay salida hacia lo nuevo en la sociedad y en la cultura y la iglesia hacia adentro también debería ser la primera en dar testimonio al modo de Jesús, salvando la dignidad de la mujer para levantarla en igualdad de condiciones.
Sentimos y pensamos que es el Espíritu quien está creando la iglesia samaritana en América Latina, cercana, próxima a las nuevas víctimas del terror y la exclusión. Mantener este rumbo implicará crear las condiciones para vivir fuertemente la experiencia del Espíritu, volviendo a lo esencial, provocando el encantamiento de otra forma de ser iglesia que tenga sentido para la gente de hoy. El signo que la caracteriza es ser cada vez más una iglesia pobre, desde, para y por la causa de los pobres. Y esta opción debe atravesar todas nuestras teologías, estructuras, inserciones y pastorales. En este sentido reafirmamos, la importancia del Vaticano II y de Medellín, como grandes señales del Espíritu en nuestra Iglesia.
Es el Espíritu, quien, está impulsando al Papa Francisco hacia caminos de reforma tan largamente esperada, a la cual recibimos con mucho entusiasmo, pero, también, no desconocemos la influencia de los oponentes. Invitamos a vivir este momento histórico como un Kairós, un momento lleno de Gracia, donde se deja ver con mayor claridad la presencia misericordiosa y amorosa de Dios. Donde tenemos una oportunidad de recuperar y fortalecer los caminos de la tradición latinoamericana que esperan de la sinodalidad, la misión compartida, la comunidad ministerial igualitaria como caminos con nuevas oportunidades.
En este sentido no vemos solamente la acción del Papa actuando sino de una iglesia histórica en movimiento llena del Espíritu de liberación, que nos guía a lugares inusitados, reformando todo lo que toca, e impulsándonos a reformar actitudes, instituciones, culturas, convivencias y teologías con urgencia pero con la certeza de su presencia, porque, como decía Monseñor Romero “la voz de la justicia, ya, nadie puede callarla”. Somos testigos de ello.
Amerindia
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