La ideología de género se ha convertido en objeto preferente de denuncia por parte de algunos obispos. Entre ellos destaca Mons. Munilla, obispo de San Sebastián, que no duda en presentarla como “metástasis del marxismo”, para igual asombro de marxistas y no marxistas que saben algo del asunto. Ha sido diseñada, sostiene, para destruir la familia y arruinar el alma de Occidente. Y, citando a Santa Teresa que calificó de “tiempos recios” la época que le tocó vivir, llama a los cristianos a afrontar con ánimo martirial los tiempos actuales en los que son perseguidos el bien y la verdad y quienes los defienden.
Clarifiquemos los términos. Según la Organización Mundial de la Salud –lo puedes encontrar en Wikipedia–, el término “género” significa algo tan simple como “los roles socialmente construidos, comportamientos, actividades y atributos que una sociedad considera como apropiados para hombres y mujeres”. ¿Será que también la OMS está afectada por esa perniciosa metástasis del marxismo? Seamos razonables.
Con el sexo se nace: soy hombre o mujer (aunque hay veces en que ni eso es tan claro);el género se construye, y depende en buena parte de lo que en una cultura determinada significa “ser hombre”, “ser mujer”. En cuanto a la “identidad de género” (me siento varón o mujer), depende tanto del sexo como del género, así como también de ese mundo insondable de nuestra psicología personal, maravillosa y frágil. El sexo es naturaleza y el género es cultura, pero existe una infinita red de interrelaciones entre ellas. No existen ni la pura naturaleza ni la pura cultura. Nada está cerrado. Todo está infinitamente abierto, y todo necesita cuidado, y un infinito respeto. Y siempre debemos empezar por acoger, más aun, por reconocer lo que es cada ser, cada persona, con su historia, su gracia, sus heridas. ¿Quién soy yo para dictar a nadie lo que debe ser, cómo debe sentirse o cómo debe amar, en nombre de una naturaleza cerrada que no existe, o en nombre de un “Dios” legislador exterior y patriarcal que tampoco existe?
El género –el papel culturalmente asignado al varón o a la mujer– se convierte en ideología perniciosa cuando establece relaciones de sumisión, y las religiones cargan con una grave responsabilidad histórica por ello. La ideología de género, como todas las ideologías, se halla siempre, consciente o inconscientemente, al servicio de una trama de intereses, y no pocas veces recurre a la religión para legitimarlos y legitimarse, para perpetuarse en el poder.
Basta, para ilustrarlo, con mencionar algunos textos bíblicos sobre la mujer. En el libro del Génesis, dice Dios a la mujer: “Tendrás ansia de tu marido y él te dominará”. No es Dios quien habla, sino quien lo escribió y la cultura patriarcal de la que depende: ideología de género. Contra lo que piensan quienes tanto la fustigan, la ideología de género no es un engendro de nuestros tiempos, matriz de todos los males de una sociedad hedonista, materialista y relativista, etc. Viene de muy lejos, y predomina en la Biblia. En el libro del Levítico se dice: “La mujer que conciba y dé a luz un varón quedará impura durante siete días, y si diera a luz una niña, quedará impura durante dos semanas, como cuando tiene la menstruación”. En el libro de Qohelet o Eclesiastés leemos estas terribles frases que me duele transcribir: “La mujer es más amarga que la muerte, porque es una trampa; su corazón es un lazo y sus brazos cadenas”. “Entre mil se puede encontrar un hombre cabal, pero mujer cabal, ni una entre todas”.
San Pablo, que escribió en la Carta a los Gálatas aquello tan innovador de que “en Cristo ya no hay distinción entre varón y mujer”, en la primera Carta a los Corintios escribe, sin embargo, que “la cabeza de la mujer es el varón” y que “no procede el varón de la mujer, sino la mujer del varón, ni fue creado el varón por causa de la mujer, sino la mujer por causa del varón”, que, en consecuencia, “la mujer debe llevar sobre su cabeza una señal de sujeción” y que “no es decoroso que la mujer tome la palabra en la iglesia”. Y en la Carta a los Efesios, que no es de Pablo, se dice: “Mujeres, someteos a vuestros maridos”.
La mujer impura, la mujer tentadora, la mujer sometida. ¿Palabra de Dios? No. Pura y dura ideología de género, humillante para la mujer tratada como inferior, degradante para el varón convertido en déspota. Liberar al Espíritu de la prisión de esa letra bíblica es la única manera de ser fieles a la Biblia. Seguir aferrados a “lo que está escrito” hace miles de años es seguir ahogando la vida. Es lo que hizo, por ejemplo, San Pío XI cuando, en 1930, condenó a quienes ponían en tela de juicio la “obediencia de la mujer al marido” o defendían que las mujeres pudiesen “tener libremente sus propios negocios”. Ideología de género con argumentos “teológicos”. El daño que ha hecho y sigue haciendo a la mujer, al homosexual, al transexual, al bisexual…, tratados como pervertidos cuando no como perversos en nombre de la “naturaleza” o de “Dios”, es espantoso.
Hoy condenarían –sin saber lo que hacen– por ideología de género a Santa Teresa, que hace 500 años, y refiriéndose a los inquisidores, escribió en su Camino de Perfección (aunque luego, por precaución, lo borró hasta hacerlo ilegible, pero hoy se puede leer): “Como son hijos de Adán y, en fin, todos varones, no hay virtud de mujer que no tengan por sospechosa”. Lo que hacía justamente era denunciar su ideología de género. Y, por cierto, cuando Santa Teresa hablaba de “tiempos recios”, no hablaba de los enemigos de la fe y de la Iglesia, sino de los eclesiásticos inquisidores. La historia se repite.
No repitamos la historia. Seamos naturaleza viviente y creadora. Seamos Iglesia compañera, Iglesia liberadora, Iglesia sanadora. Iglesia de Jesús.
RD
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