Ha participado en la agenda ciudadana ‘Aguas, ríos y pueblos’, que se celebra durante este mes en Barcelona
MARÍA JESÚS IBÁÑEZ
Aterrizó en Chile el 11 de agosto de 1973, justo un mes antes de que se produjera el golpe de Estado de Pinochet. Al italiano Luis Infanti (Udine, 1954) no le resultó fácil vivir en un régimen que contaba con el beneplácito de sus jefes, la jerarquía eclesiástica, y pronto apostó por los marginados. Pese a ser afín a la teología de la liberación, el Papa le nombró obispo, aunque le envió al sur del Sur. La naturaleza intensa de la Patagonia guía ahora sus reivindicaciones.
–¿De dónde surge su lucha?
–Del lugar donde yo vivo, la Patagonia chilena, un lugar prístino, virgen, que aspira a ser reconocido como patrimonio de la humanidad y que es, tras los polos Norte y Sur, la tercera gran reserva de agua del planeta. Hay lagos, hay ríos, hay glaciares, hay nieve en las montañas...
–Vive usted entre agua...
–Sí, sí, entre agua líquida, agua sólida y también agua subterránea. El problema es que ese lugar, que hasta hace 100 años no interesaba a nadie, está empezando a ser comprado por gente de todo el mundo. Y eso no ocurre por casualidad. Ocurre porque el agua tiene cada vez más relevancia. Sin agua no hay vida y eso significa que ser dueño del agua equivale a tener mucho poder.
–Entiendo que esto es percibido como una grave amenaza.
–En este momento están proyectadas en la Patagonia cinco megapresas para la producción de electricidad. Pero no son para suministrar a la Patagonia, sino para la industria minera, situada a 2.300 kilómetros. Eso inquieta mucho a la población y por eso decidí hacer una pastoral.
–Su punto de partida es que el agua es un bien universal, al que todo el mundo debe tener derecho.
–En Chile, el agua es un bien privado. Eso se explica por la actual Constitución, de la época de Pinochet, que regala a perpetuidad el agua de la Patagonia. Primero, la propietaria fue una empresa chilena, que luego fue comprada por la española Endesa y que ahora está en manos de la italiana Enel. El problema es que la Constitución chilena está hecha de tal manera que no se puede modificar y hay que recordar que el ADN de ese texto es dictatorial. La única posibilidad para alterar ese marco inamovible es que el pueblo, ojalá que pacíficamente, exija un cambio.
–¿Se están organizando de alguna manera?
–En estos momentos hay 25 conflictos distintos en Chile que giran en torno al agua. Algunos de estos litigios son incluso violentos.
–¿Y la situación chilena podría trasladarse a algún otro país?
–El problema es similar en Argentina, aunque allí las leyes son diferentes. De hecho, estamos trabajando conjuntamente con los obispos de la Patagonia argentina.
–La iniciativa la han tomado los obispos latinoamericanos, pero ¿qué dice el Vaticano?
–La verdad es que no me preocupa demasiado. La Iglesia se ha de considerar como pueblo de Dios, del que la jerarquía es solo una parte. La carta pastoral sobre el agua surge tras tres años de proceso, de conversaciones con gente preocupada. Está redactada desde la Iglesia local para que, a partir de valores éticos y espirituales, se inicie una reflexión general.
–No parece momento para reflexiones... La jerarquía eclesiástica está más ocupada en otros asuntos.
–Tal vez no lo sea, pero lo cierto es que el Osservatore Romano, que, como sabe, es uno de los órganos de comunicación de la Iglesia, ya se ha hecho eco de nuestra posición.–Es un paso importante.–En esta gira por Europa queremos denunciar que se está privatizando un bien común. Por eso pedimos a los europeos que, siendo las multinacionales europeas dueñas del agua y de otros recursos naturales, nos ayuden a acabar con esa colonización que se está haciendo en el Sur. El 20% de la población mundial usa el 80% de los bienes del planeta. Si toda la humanidad tuviera el nivel de vida que tienen los países occidentales, necesitaríamos tres planetas Tierra para poder vivir todos. De seguir así, vamos rumbo a la destrucción del planeta.
–Usted usa la palabra ecocidio...
–Igual que en otros tiempos la Iglesia en América Latina levantó la voz para decir basta a la violación de derechos humanos, hoy hemos de levantarla con la misma fuerza para decir basta al ecocidio. La Iglesia no siempre ha tenido una interpretación feliz sobre el mandato bíblico que nos animó a dominar la Tierra. La verdad es que hubiera sido más correcto interpretar que el ser humano es una parte más de la creación de Dios. Porque, dígame, ¿a qué aspira un gato?
–Pues, no sé... ¿a comer cada día y a que le dejen dormir?
–Eso creo yo también: el gato aspira a su propia perfección. El fin de un gato es ser un gato perfecto, un buen gato, y no un león, ¿no? Tampoco creo que aspire a ser una hormiga, por muy perfecta que sea. Igual que el naranjo, que debe aspirar a ser un buen naranjo. El ser humano debe propiciar esa perfección y cuidar de todos esos bienes. Por ética.
El Periódico
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