Monday, May 17, 2010

Urgencia, condiciones y criterios para evangelizar en la era digital - Editorial Ecclesia


La Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales de este año, en la solemnidad de la Ascensión como pidió el Concilio Vaticano II, plantea la necesaria interpelación de la presencia y de la acción evangelizadora de toda la Iglesia –singularmente de los sacerdotes- en la era digital
«El sacerdote y la pastoral en el mundo digital: los nuevos medios al servicio de la Palabra» es su tema. Y es que los datos de la realidad son obvios y abrumadores al respecto. Y, como recuerdan los obispos españoles de la Comisión de Medios de Comunicación, «la evangelización de la cultura actual, esencialmente mediática, pasa por esta necesaria exigencia a la que no basta responder sólo con encomiables consideraciones teóricas sobre los medios, sino sobre todo con un mayor esfuerzo práctico en proyectos y realizaciones, con la imprescindible y generosa aportación económica de los fieles, que han de ver también en esta tarea pastoral su deber de “ayudar a la Iglesia en sus necesidades”».
Sobre la urgencia y necesidad de este reto, queremos nosotros ahora hacer algunos subrayados. El primero de ellos nos lo ofrece el mismo Papa Benedicto XVI en su mensaje para esta Jornada, que, al igual que el ya citado mensaje de los obispos españoles, publicamos en este mismo número de ecclesia. Se refiere al «riesgo de un uso dictado sobre todo por la mera exigencia de hacerse presentes, considerando internet solamente, y de manera errónea, como un espacio que debe ocuparse. Por el contrario, se pide a los presbíteros la capacidad de participar en el mundo digital en constante fidelidad al mensaje del Evangelio, para ejercer su papel de animadores de comunidades que se expresan cada vez más a través de las muchas voces surgidas en el mundo digital».
Esto es, no basta con estar en internet, no basta con tener una propia página web. Es necesario que esta presencia digital sea evangelizadora, sea eclesial. Para que la Iglesia no pierda el tren de la cultura digital es precisa la presencia, sí, pero se trata de una presencia organizada, coordinada, rigurosa, actualizada –y actualizada al minuto, como exige la misma dinámica interna de la red y como demandan y esperan los usuarios–, atractiva, interactiva, basada en las reglas deontológicas de la comunicación y en una eclesialidad auténtica, que busca la comunión, que sirve a la verdad, que fomenta la evangelización, que rehuye el sensacionalismo, que mantiene la ecuanimidad, que respeta a todas las personas y a todas las instituciones y que no está trufada de sectarismos –del signo que sean– y de espurios intereses económicos o de grupos de poder y de influencia.
En segundo lugar, esta presencia eclesial en el mundo digital requiere de una adecuada formación por parte de emisores y de usuarios. Al respecto, Benedicto XVI llama a insertar esta formación ya en el mismo periodo formativo de los estudios eclesiásticos y de la formación permanente del clero y de la vida consagrada. Esta formación no ha de ser puramente puntual, ocasional, cosmética, sino que se ha de hacer de modo transversal y, a la vez, específico, en los distintos foros de formación de la Iglesia. Esta adecuada formación será además una inversión en eclesialidad, en dinamismo evangelizador y en capacidad de discernimiento crítico y electivo entre las diversas ofertas y sofismas de la sociedad de la comunicación.
En tercer lugar, las páginas web propiamente de Iglesia –tal y como las hemos descrito antes– han de merecer el apoyo, el reconocimiento y las visitas de todos los miembros de la Iglesia. Y también, como dicen nuestros obispos en frase ya reflejada al comienzo de este editorial, en su imprescindible vertiente económica. No es lo económico lo principal, pero sin recursos de esta naturaleza, materializados de un modo u otro, se hace imposible o, al menos, muy complicada y precaria la existencia de estos servicios serviciales en la red. Por supuesto, que la Iglesia, a través de las distintas realidades de su estructura jerárquica, ha de invertir en presencias digitales profesionales incisivas y potentes. Pero estas mismas presencias, sin el apoyo de los católicos, verían muy mermadas sus posibilidades de acción, de desarrollo, crecimiento e incidencia.
La era digital no puede esperar. Y la Iglesia ha de aunar esfuerzos, inteligencias y recursos, y navegar en ella –nunca mejor dicho– mar adentro, con decisión, respaldo, solidez, capacitación y solvencia.

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