Me preguntaron por Cristo hoy. Interesante tema. Se lo podría abordar por muchos lados. Escojo uno. Imaginémonos tres fronteras. Tres espacios en los que se debate el concepto de Cristo.
La primera frontera es la externa. La podríamos llamar también la frontera asiática. El cristianismo en el contexto del pluralismo religioso tiene dificultades para hacer creer en el amplio mundo que Jesús es el salvador único y universal. Lo es. A esto los cristianos no podemos renunciar. Pero hemos de encontrar la manera de explicar que Cristo está estrecha e inseparablemente vinculado a las otras tradiciones religiosas de la humanidad, tan respetables como el propio cristianismo. Hoy los mismos cristianos son tentados a considerar a Jesús como un hombre extraordinario pero nada más. Como si considerarlo “Dios” fuera un insulto a los otros credos.
La segunda frontera es interna. A muchos cristianos les cuesta creer que Jesús fue un ser humano. El monofisismo, que la Iglesia rechazó porque propagaba la idea de un Jesús imperfectamente humano, una especie de “super-man”, sigue presente en muchas mentes. La adhesión a un Cristo de este tipo impide entender que a más divinidad más humanidad. En otras palabras, que la salvación es un progreso incesante en niveles de humanidad. En la eternidad no dejaremos de ser hombres, sino que lo llegaremos a ser cada vez más.
La tercera frontera no sé bien cómo llamarla: ¿misionera? ¿liberacionista? ¿calcedónica?. Hay un cristianismo que procura la salvación de todos a partir de los últimos, los marginados, los discriminados…. En este caso Cristo, es el Jesús que optó por los pobres y que ofreció el reino a pobres y pobres de espíritu (los que optan por los pobres). Es, a la vez, el caso de Cristo resucitado que experimenta en sí mismo la justicia y, rehabilitado por Dios como inocente, ofrece el perdón sin excluir a nadie. Por ser Dios, este Cristo puede ser hondamente humano y liberador. Por ser hombre como nadie lo ha sido, revela que Dios puede lo que el hombre no puede: amar a los inocentes (que suelen ser tenidos por culpables) y morir por los pecadores (que muchas veces parecen inocentes o “normales”).
Digo frontera calcedónica, porque en el gran concilio de Calcedonia la Iglesia enseñó que Dios no compite “contra” el hombre, sino “con” el hombre. Es decir, que la plena divinidad del Hijo de Dios se manifiesta en la perfecta humanidad de Jesús; y, por extensión, que Cristo es la medida de lo humano doquiera lo humano se dé. Calcedonia no lo dijo, pero estaba implícito: Cristo resucitado alcanza a toda la humanidad a través del Espíritu, a todas las tradiciones religiosas y culturales, y activa en todas ellas las búsquedas de la justicia y de la paz.
Este es el espíritu que predominó en Asís, recién el año pasado. Veinticinco años después que Juan Pablo II se reuniera a orar con los líderes de las principales religiones, Benedicto XVI ha hecho lo mismo.
Jorge Costadoat SJ
Cristo en construcción
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