La designación cardenalicia de su guía espiritual, George Alencherry, cuenta una realidad desconocida en la ecumene cristiana
GIORGIO BERNARDELLIROMA
En un consistorio muy escaso de purpurados para las Iglesias locales, su arzobispo mayor, de todos modos, estará. Seguramente, no aparecerá en la lista de los papables, pero entre los 22 nuevos cardenales que el 18 de febrero recibirán de Benedicto XVI el capelo, la cruz y el anillo estará también el indio Mar George Alencherry, la guía espiritual de la Iglesia sirio-malabar. En los siempre delicadísimos equilibrios de las Iglesias orientales católicas, este prelado de 66 años, hijo de campesinos de Kerala, tuvo la prioridad sobre el patriarca maronita Bechara Rai, guía de los cristianos del Líbano, que deberá, en cambio, esperar hasta el próximo nombramiento de purpurados. Un motivo más para ver en la designación de Alencherry una excelente oportunidad para observar dentro de una comunidad que presenta algunos rasgos verdaderamente singulares en el panorama de la Iglesia de hoy.
Los sirio-malabares son, de hecho, cristianos indios de tradición siria que viven principalmente en Kerala, el Estado de la India meridional que tiene sus costas sobre el mar Arábigo. Se los llama los cristianos de santo Tomás, porque habrían sido evangelizados precisamente por el apóstol que, según la tradición, en el año 52 llegó a estas costas donde, veinte años después, conocería el martirio: en Chennai (como se llama hoy la antigua Madrás), los sirio-malabares veneran su tumba aún hoy. Se cree que la fe anunciada por el apóstol fue consolidada en los siglos sucesivos por los sirios, los grandes misioneros del primer milenio, que atravesando Persia recorrieron un largo camino en Asia, llegando incluso hasta el corazón de China, como atestigua la estela de Xi'an. Pero, a diferencia de lo que sucedió a tantas otras antiguascomunidades, en Kerala ese cristianismo echó raíces profundas. Al punto que cuando, siglos después, luego de Vasco da Gama, llegó san Francisco Saverio, constató que la fe en Jesús y en la Iglesia ya estaba bien presente, si bien según un rito diferente al latino.
Así, aún hoy, Kerala representa una excepción en el panorama indio: en un país en el que los cristianos representan alrededor del 2 % de la población, aquí son una comunidad diez veces más grande. Minoría, sí, pero numéricamente significativa en una realidad heterogénea en la que, además de la mayoría hindú, hay un 25 % de musulmanes. Cristianos de rostro absolutamente no occidental porque, además, en su historia, los siro-malabares han tenido sus problemas en el intento de resistir a la latinización forzada que los portugueses quisieron imponer. No sorprende, entonces, que sean muy celosos de su identidad. Todo en un contexto como el de Kerala, donde a diferencia de otros Estados indios, las relaciones con los hindúes y musulmanes son bastante buenas. Y donde las raíces cristianas han dejado una huella importante en una tradición educativa que hace que este sea el Estado indio donde los índices de alfabetismo son más altos. Incluido el de las niñas.
De esta comunidad, George Alencherry es, desde hace pocos meses, arzobispo mayor: fue elegido en mayo pasado por el Sínodo de Obispos malabares para recoger el testimonio del cardenal Varkey Vithayathil, fallecido en abril. Fue la primeva vez que esta Iglesia oriental eligió a su arzobispo mayor gracias a una facultad acordada por el Vaticano solo en el 2004. Y, puntualmente, se trató de una elección sorpresa: Alencherry, obispo de Thuckalay, en el «periférico» Tamil Nadu, fue preferido a los curiales. Así, este pastor de origen muy humilde, que tiene en su haber estudios en el Instituto Católico de París, pero que igualmente no desdeña las visitas a las casas más pobres entre sus fieles, hoy guía a 4 millones de fieles que pertenecen a esta Iglesia.
Una comunidad que, lejos de ser una simple reliquia de una historia importante, hoy está conociendo por vías misteriosas una nueva época. Porque Kerala es tierra de migraciones y, por este motivo, también muchos de estos cristianos han ido mar adentro el mar Arábigo, cumpliendo hacia atrás el camino de sus evangelizadores. El resultado es que hoy 400 000 de estos fieles viven entre Arabia Saudí y el golfo Pérsico, en esas comunidades de trabajadores extranjeros cristianos que en estos países rígidamente musulmanes están dando vida a un laboratorio absolutamente nuevo. Sus pastores presionan para que puedan mantener su identidad oriental: en el 2009, obtuvieron la posibilidad de erigir en Qatar una iglesia siro-malabar que puede albergar hasta 1300 personas. Y, en el Sínodo para Oriente Medio, pidieron con fuerza poder ejercer su propia jurisdicción sobre esta diáspora, enviando a su servicio obispos propios. Se trata, no obstante, de una hipótesis contrastada por dos vicarios de Arabia, preocupados por no dividir comunidades que ya viven en un contexto difícil. Al final, entonces, le tocará al Vaticano tomar una posición.
Ciertamente, hoy los cristianos de santo Tomás que desembarcan en la península Arábiga son uno de los rostros más inéditos del catolicismo del siglo xxi. Síntesis intrigante entre cuestiones de identidad, dinámicas globales y testimonio del Evangelio, allí donde parecería imposible. Podrá vestirse diferente a los demás, pero el cardenal Alencherry lleva desafíos actualísimos al interior del Sagrado Colegio de Benedicto XVI.
Vatican insider
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