¿Recuerdan aquel cuento del pastor que siempre asustaba a sus compañeros diciendo que venía el lobo y salían todos corriendo para proteger sus ovejas? Dicen que se puso tan pesado con la broma que al final, cuando en verdad vino el lobo, nadie le hizo caso y la cosa se saldó con una verdadera escabechina ovejil.
Pues bien, algo así me ocurre a mí con la tan esperada vacuna de la malaria. Acabo de leer un artículo que aparece en el diario El Mundo y que habla en un tono pesimista de la vacuna contra la malaria en la cual ha estado involucrado el doctor español Pedro Alonso. Las estadísticas que comenzaron siendo muy optimistas se han vuelto cada vez más sombrías y ahora apuntan a sólo un 31% de efectividad. Recuerdo en mis años muchos más jóvenes, cuando ya estaba cerca mi partida para África, comenzaban a hacerse famosas las investigaciones del médico colombiano Dr. Patarroyo y la vacuna cuya patente creo recordar que fue donada a la Organización Mundial de la Salud. Después de él vinieron otras iniciativas y así todo un rosario de pálpitos y esperanzas que hasta ahora no han tenido impacto alguno en la realidad de la gente.
Llevo ya 17 años viviendo en diferentes partes de África y ni siquiera una sola vez me he encontrado con un establecimiento o un dispensario que ofrezca una vacuna contra la malaria. Ni la de Patarroyo ni la de nadie: todo lo que hay son tratamientos paliativospara contrarrestar los efectos de una enfermedad que sigue siendo una de las plagas más mortíferas que sufre el África subsahariana: más de 655.000 personas por año (en su mayoría niños menores de 5 años de edad), o sea más de 1.700 personas al día.
No suelo ser muy agorero en general, pero tengo que reconocer que después de tantas veces en las que los titulares nos prometían soluciones concretas casi al alcance de la mano y ver que nada cambia en el entorno que me rodea, he llegado a un cierto punto de escepticismo y no albergo muchas esperanzas. Ojalá me equivoque. Las cosas se mueven a un ritmo mucho más lento del que sería necesario y, claro, con los recortes que hay casi por doquier a la investigación científica la malaria seguirá dejando de ser una prioridad para los países que tienen los medios materiales y financieros para conseguir ese objetivo.
Y si esto pasa con la malaria, ni les cuento ya las perspectivas que hay para otras enfermedades tropicales ignoradas como la leshmaniasis, el kala azar, la enfermedad del sueño, la enfermedad del cabeceo y muchas otras que se cobran hasta 14 millones de muerte al año.
El que tenemos delante de nosotros no es un cuadro muy esperanzador... menos mal que África es el continente de la esperanza. A estas alturas y tal como está el patio necesito cuanto antes una transfusión de tan preciado valor.
Alberto Eisman
En clave de África
RD
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