Sí, inoportunidad, no me arrepiento del título, esa ha sido
mi impresión después de hacer una lectura seguida de los textos de Adviento.
Vienen cargados de tantas palabras resplandecientes: alegría, seguridad,
gloria, esplendor, paz, confianza, salvación…, que esa insistencia luminosa
resulta casi insultante en estos tiempos de tanta oscuridad.
Puestos a elegir, preferiríamos otras promesas más cercanas
a nuestra realidad: en vez de colinas que se abajan y valles que se levantan,
esperaríamos el anuncio de que bajan las hipotecas, desciende la prima de
riesgo y se eleva la responsabilidad de los bancos que han dejado sin ahorros a
tantas familias.
Estupendo que lo torcido se enderece, pero nos suena a
música celestial mientras continúen los métodos tortuosos de muchos empresarios
para solicitar EREs y mandar al paro a tanta gente.
Baruc nos exhorta a envolvernos en el manto de la justicia
de Dios y es una magnífica cobertura pero ¿de qué les va a servir a los
inmigrantes sin papeles si se quedan sin la sanitaria?
La teología y sus eruditos se defienden: “Se trata de una
perspectiva escatológica”, distinguen. Claro, pero sólo con eso no llego a fin
de mes, piensa más de uno.
Jesús, que afortunadamente no era un erudito, propone otras
salidas: da por sentada la existencia de situaciones desastrosas que nos
sacuden llenándonos de ansiedad y preocupación pero, donde nosotros no vemos
más que catástrofes, él ve “señales”.
La condición para descubrirlas es “levantar los ojos”, ir
más allá de lo inmediato que nos ciega y atrapa en redes de deseos
insatisfechos, en obsesiones por retener modos de vida que considerábamos
definitivos, en temores que embotan nuestro corazón impidiendo el fluir de la
vida.
Y esas “señales” ¿dónde buscarlas?: en el desierto, responde
el evangelio de Lucas en el 2º Domingo, en esos lugares marginales que nos
obligan a afrontar sin distracciones esas preguntas de las que tratamos de
escapar, que nos inquietan más allá de lo económico y que se enmascaran bajo
pretextos de impotencias y desánimos.
Los personajes políticos y religiosos nombrados (Poncio
Pilato, Herodes, Anás, Caifás….) quizá fueron peores que los que hoy nos
gobiernan pero, a pesar de sus poderes e intrigas, no consiguieron extinguir la
esperanza que convocaba la voz profética de Juan desde la periferia.
En la tercera semana las señales se vuelven más concretas: hay
que abrirse a la alteridad hasta llegar a compartir con otros, hay que salir
del estrecho círculo de “lo mío” para que la esclavitud del poseer deje paso a
la libertad de preferir el bien mayor de la relación: la alegría de que una
túnica sobrante abrigue ahora el cuerpo aterido de un hermano.
Las señales de la cuarta semana nos devuelven a la belleza
de lo pequeño, a la humildad de lo cotidiano: Dios elige como morada a Belén,
un pueblo insignificante; y un sencillo saludo, esa experiencia universal de
acogida del otro, desencadena un torrente de comunicación entre dos mujeres
embarazadas que se llenan de alegría, bendicen y se ríen juntas mientras la
vida crece en sus entrañas.
No son señales fáciles ni evidentes porque el Evangelio es
siempre un tesoro escondido, un don exigente, una gracia cara. Después de todo,
quizá el Adviento pueda conducirnos “oportunamente” hacia ese júbilo que se
atreve con tanto descaro a prometer.
Fe adulta
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