Thursday, December 06, 2012

Oración de un trabajador


“¡Señor! ¡Consérvame la cólera!

Que ante la injusticia, mi corazón se rebele. Que sienta en mi alma la rabia del orden que tapa el desorden.

Que me sienta capaz de luchar. Que pueda, en cualquier tiempo, coger el látigo y arrojar a los mercaderes del templo. Porque Tu templo no es sólo la Iglesia ¿No se lo dijiste a la samaritana?

Tu templo son las fábricas, los despachos, los talleres –el lugar desde donde te rezamos-. Y hay hombres que han convertido la casa de Dios en cueva de ladrones. Que me sienta capaz de vencerlos.

No permitas, Dios, que me resigne. Porque resignarse es declararse vencido. Y sólo ante Ti debemos declararnos vencidos. Ante nadie más. Y nunca ante los sembradores de iniquidad.

¡Señor” ¡Purifica mi cólera!

Que en mi ira no piense en mi, sino en la gloria del Padre y en mi prójimo. Como Tú lo hiciste. Como fue tu ejemplo: constante rebelado, compañero de los hijos del Trueno, venidos a sembrar guerras y no paz, sumiso al Padre y muerto por amor a tus hermanos. Que me sienta yo, como Tú, capaz de vivir y morir por mis hermanos.

Que no piense que soy yo quien lucha, sino nosotros. Que no piense que soy yo quien reza, sino que en mí confluye el grito de los oprimidos. Porque la cólera por causa “mía” lleva al odio; la cólera, “nuestra” causa, conduce al amor.

¡Señor! ¡Dame el amor!

Dame el amor, Dios, para que mi cólera no sea obra del infierno.

Que mi cólera sea amor a mis compañeros.

Que mi cólera sea amor a todo el pueblo desheredado. ¡Pobre pueblo, oprimido siglo tras siglo!

Que mi cólera sea pasión con ellos: la “com-pasión” auténtica, fuerte y viril.

Que mi cólera sea también amor al enemigo; al pobre, al desgraciado sembrador de injusticias, al que ha derribado Tu altar y en su lugar ha fundido un ídolo de oro. ¡Dios! ¡Apiádate de él y, por su bien, ilumínale! ¡Que te conozca!

Que mi cólera no sea contra los hombres, sino contra su mal. Que no sea odio. Que mi cólera sea caridad.

¡Señor Tú sí, porque Tú sabes qué quiere decir esta palabra; ¡Dame tu caridad!

(Militantes..., Pág. 171-172) 
Guillermo Rovirosa.

HOAC

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