Seguimos en ATRIO publicando los artículos que nos parece más interesante que sean reproducidos aquí. O por provenir de medios más desconocidos o por su especial interés para ser comentados y discutidos en ATRIO. El actual proviene del coordinador de KOINONÍA, donde ha sido reproducido ahora aunque había sido publicado inmediatamente después de la elección de Benedicto XVI. Estamos de acuerdo en que, siguiendo el pensamiento del joven teólogo Ratzinger, hay que rechazar el difundido error blasfemo de atribuir al mismo Dios la elección histórica de los papas.
Dios no ha escogido a Ratzinger (28 abril 2005)
José María Vigil
Reproducimos este artículo de abril de 2005, cuya reflexión recobra actualidad.
Me he quedado asombrado leyendo la homilía del nuevo Papa Benedicto XVI en el día de la inauguración de su ministerio. Con toda naturalidad habla dos veces de “el que Dios había escogido” para papa ya antes del cónclave, aquel “a quien Dios quería otorgar esta misión” y los cardenales debían tratar de identificar con sus votaciones en el cónclave…
Quedo asombrado, digo, porque ése es un supuesto falso: Dios no ha escogido a Ratzinger. A Ratzinger lo han escogido los cardenales. Ni más ni menos.
Dar por supuesto que Dios antes del cónclave ya “había escogido” a esa persona para obispo de Roma, es un pensamiento muy piadoso, pero sin fundamento teológico, muy peligroso y quizá nada ingenuo. Merece una reflexión.
Dar por supuesto que los cardenales, en el proceso de sus votaciones, acaban espontáneamente descubriendo a la persona “elegida por Dios”, me parece una pretensión desmedida, algo así como una especie de “infalibilidad cardenalicia”, mucho más allá de la decimonónica infalibilidad pontificia. (Este papa Benedicto XVI ha olvidado lo que Ratzinger escribió hace algunos años: “No me gustaría decir cómo interviene el Espíritu Santo en la elección del Papa, porque está claro que hay muchos ejemplos de Pontífices en los que no ha tenido nada que ver”) (1).
Hablar así confunde a muchas personas cristianas sencillas, que no tienen capacidad de discernir críticamente en los trasfondos del lenguaje religioso. Hablar así empuja también a no pocos cristianos y cristianas más críticos hacia la mala conciencia, haciéndolos sentirse “faltos de fe”, al verse a sí mismos en desacuerdo con la decisión tomada por los señores cardenales, supuestamente coincidente con la decisión previa del Espíritu Santo.
Son millones sin duda los católicos y católicas que pueden no considerar acertada la decisión de los cardenales, ni el procedimiento mismo de la elección, ni tampoco –aunque esto a muchos ya les cueste más descubrirlo- el supuesto de que los cardenales no han hecho más que dar con “el que Dios ya había elegido”.
En primer lugar: es un antropomorfismo (un imaginarse a Dios de una manera demasiado humana) decir que Dios «elige» a alguien antes de que los cardenales lo «descubran» con sus votaciones. Es en realidad un «pensamiento mágico» (un Dios arriba, que elige a uno, que guía a otros…). Pues bien, no aceptar este tipo de pensamientos no significa tener menos fe, sino “creer de otra manera”, de una manera más adulta y menos mágica.
Segundo: es una osadía -un verdadero abuso- dar por supuesto que la elección de los cardenales acierta casi infaliblemente con el supuesto «elegido por Dios». Los cardenales se han equivocado muchas veces, porque se pueden equivocar. Afirmar lo contrario sería herejía.
Tercero: es más lógico, más teológico y más evangélico pensar que Dios no quiere que sean los cardenales quienes elijan. Porque el sistema actual del «cónclave», no sólo es un anacronismo (ninguna sociedad «actual» hace algo semejante), sino que es antievangélico (hoy día es evidentemente antievangélico confiar la elección del sucesor de Pedro a una escogida élite sexista –sólo varones-, clerical –todos clérigos-, gerontocrática –abrumadoramente ancianos- y cooptada –elegidos a dedo por aquél a quien van suceder–).
Cuarto: todo cristiano tiene derecho a disentir de la opinión de los cardenales, incluso a estar convencidos de que se han equivocado. Como Pueblo de Dios continuamos cautivos e impotentes, bajo una estructura patológicamente autoritaria que la institución católica se ha dado a sí misma hace mil años, y necesita liberarse con un crecimiento de su conciencia adulta y crítica.
Finalmente: Si el elegido por los cardenales se siente además «elegido por Dios», nadie nos podrá librar del fundamentalismo, porque su base, en todas las religiones, es, precisamente, el “creer ser los elegidos por Dios”
Atreverse a pensar esto aun en medio de la propaganda contraria de los medios del sistema, reivindicar su legitimidad teológica en medio de un gregarismo papista corporativista, quiere ser un ejercicio de fe adulta, y un servicio también para «confirmar en la fe» a quienes sienten «creer de otra manera”
ATRIO
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