Un joven universitario brasileño me preguntó el otro día si yo sabía por qué no se le exigía al clero regular el voto de pobreza, mientras se le exige el celibato so pena de no poder ser ordenado.
Surgió su pregunta a raíz del hecho que tenemos un papa que ha hecho voto de pobreza, ya que Francisco, no deja de ser jesuita y los religiosos de todas las órdenes y Congregaciones religiosas hacen voto de pobreza además de los de obediencia y castidad.
Hay quién sugiere que, esa actitud de pobreza y despegue de los bienes materiales que presenta el nuevo papa Francisco, se deben a que está obligado a ello al ser jesuita y haber hecho dicho voto.
Reflexioné más tarde sobre la pregunta inesperada del universitario y la uní a la frase pronunciada por el papa ante los miles de periodistas que siguieron en Roma la elección papal: “!Cómo me gustaría una iglesia pobre y de los pobres!” les dijo. Una frase que entraña una revolución.
Hasta ahora la Iglesia ha sostenido que ella se interesa de los más pobres, como es justo, ya que ello pertenece al mensaje original de aquel profeta que está en el primer eslabón del cristianismo y que “no tenía donde reclinar la cabeza”. Les decía a los suyos que si querían ver a gentes “vestidas de seda” que fueran a verlas en los palacios del poder.
El papa Francisco, que ha acabado con todas las especulaciones de que se puso el nombre de Francisco por el poverello de Asís y no por San Francisco Xavier, ha dado un paso más. Ha hecho una revolución con un sólo adjetivo, como también ha escrito su primera gran Encíclica con una sola palabra: con su nombreFrancisco, como ha afirmado agudamente su amigo el cardenal brasileño Claudio Hummes.
El papa no ha dicho, como se decía hasta ahora que le gustaría que “La Iglesia se interesara de los pobres”. A la Iglesia le colocó un adjetivo que es todo un programa explosivo. Le gustaría, les dijo a los periodistas, una Iglesia que no sólo se interese de los pobres sino que ella misma fuera “pobre”.
Lo presentó como un deseo de su corazón. No dijo, ahora, conmigo, la Iglesia va a ser “pobre”. Sabía que estaba expresando una utopía: “!Cómo me gustaría!”. Es que lo ve muy difícil. He sabido que obispos, cardenales y hasta jesuitas hermanos suyos, criticaban ya al cardenal Bergoglio, arzobispo de Buenos Aires, sus “excesivas exhibiciones” de pobreza.
Lo presentó como un deseo de su corazón. No dijo, ahora, conmigo, la Iglesia va a ser “pobre”. Sabía que estaba expresando una utopía: “!Cómo me gustaría!”. Es que lo ve muy difícil. He sabido que obispos, cardenales y hasta jesuitas hermanos suyos, criticaban ya al cardenal Bergoglio, arzobispo de Buenos Aires, sus “excesivas exhibiciones” de pobreza.
Es muy posible que el papa Francisco tenga que seguir viviendo con ese deseo utópico en su corazón, por más que él continuará seguramente demostrando personalmente que la Iglesia debería ser pobre además de servidora de los pobres.
Y aquí enlaza la pregunta del universitario de por qué la Iglesia no exige a curas y obispos seculares, el voto de pobreza, como les exige el del celibato.
Quizás ese deseo utópico podría hacerse en parte realidad, si el papa Francisco acabara exigiendo para poder ejercer el sacerdocio el voto de pobreza al clero regular como se hace con el clero religioso.
A veces me pregunto por qué la Iglesia ve tan grave el que un sacerdote pueda tener una familia y ejercer igualmente su ministerio, mientras le parece normal, ya que no se lo exige como condición indispensable para el sacerdocio, el que pueda ser “rico” y en ocasiones vivir “como rico”.
“Es que él es rico de familia”, se decía una vez cuando un sacerdote, obispo o cardenal, se paseaba en un coche de lujo o podía frecuentar restaurantes caros y llevar macizos anillos de oro y piedras preciosas.
La Iglesia no se importa de que un sacerdote pueda ser rico y practicar como tal. No conozco un sólo caso en que la Iglesia haya prohibido a un sacerdote ejercer el sacerdocio por exhibir riqueza, mientras que lo excluye del ministerio si se busca una compañera de vida aunque ella sea empeñada en el trabajo de la Iglesia entre los pobres.
Un sacerdote puede ser un gandul, un glotón, un exhibicionista de riqueza que la Iglesia no le expulsará de su seno. Lo hará sólo si cae en la tentación de querer vivir su sexualidad en el matrimonio.
La Iglesia obliga al clero a ser célibe y ya estamos viviendo el drama de los miles de niños violados por el clero. Podría el papa hacer un malabarismo: liberar al clero secular de la obligatoriedad del celibato, una práctica que no existía en los primeros siglos del cristianismo donde sacerdotes, obispos y papas estaban casados y obligarles, eso sí, a “hacer voto de pobreza”.
¿Una locura?
A lo mejor esa locura acaba ocurriéndosele al nuevo papa que ha llegado a Obispo de Roma con su voto de pobreza vivido “con los pobres”, ya que si de algo no ha sido nunca acusado el cardenal argentino que ha llegado a papa, es el de haberse desinteresado de los pobres y enfermos que fueron siempre sus preferidos y espero lo sigan siendo desde el trono de Pedro.
Trono que ya ha empezado a arrinconar y en el que no le gusta sentarse. Prefiere abrazar a la gente de pie, o “caminando” como les ha dicho a los cardenales, no sentado como un rey. Y vestido, fuera de las celebraciones litúrgicas, sólo de blanco, sin oropeles, purpuras y oros. Y sin zapatos rojos.
Juan Arias
periodista y escritor traducido en diez idiomas. Fue corresponsal de EL PAIS 18 años en Italia y en el Vaticano, director de BABELIA y Ombudsman del diario
Vientos de Brasil
El País
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