Sunday, April 14, 2013

Meditación desde Buenafuente para el Domingo 3º de Pascua por Ángel Moreno



TEXTO


Después de comer, dice Jesús a Simón Pedro:
-«Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que éstos?»Él le contestó:-«Sí, Señor, tú sabes que te quiero.»Jesús le dice:-«Apacienta mis corderos.»segunda vez le pregunta:Por -«Simón, hijo de Juan, ¿me amas?»Él le contesta:-«Sí, Señor, tú sabes que te quiero.»Él le dice:-«Pastorea mis ovejas.»Por tercera vez le pregunta:-«Simón, hijo de Juan, ¿me quieres?»Se entristeció Pedro de que le preguntara por tercera vez si lo queríay le contestó:-«Señor, tú conoces todo, tú sabes que te quiero.»Jesús le dice:-«Apacienta mis ovejas.
CONTEMPLACIÓN
Siempre me extraña, Señor, tu respuesta ante la confesión de tu discípulo. Si le preguntas si te ama, y él te da una respuesta emocionada, ¿por qué en ese momento no lo abrazas? ¿Por qué tu orden inmediata de que vaya a pastorear?
¿No hubiera estado mejor que acogieras sus palabras con un gesto afectuoso, como se lo permitiste a otros, que se recostaron en tu pecho, o te abrazaron los pies, y les dejaste demostrarte su amistad?
Y me vienen a la memoria las palabras que el Papa Francisco ha dirigido a los sacerdotes el Jueves Santo, en la misa crismal: “El que no sale de sí, en vez de mediador, se va convirtiendo poco a poco en intermediario, en gestor. Todos conocemos la diferencia: el intermediario y el gestor «ya tienen su paga», y puesto que no ponen en juego la propia piel ni el corazón, tampoco reciben un agradecimiento afectuoso que nace del corazón. De aquí proviene precisamente la insatisfacción de algunos, que terminan tristes, sacerdotes tristes, y convertidos en una especie de coleccionistas de antigüedades o bien de novedades, en vez de ser pastores con «olor a oveja» – esto os pido: sed pastores con «olor a oveja», que eso se note –.”
Tú nos enseñas cómo sabernos, en verdad, amados y realizados, no en un movimiento afectivo endogámico, sino ejerciendo la misión de evangelizar, difundiendo el amor recibido, expandiendo la certeza de tu presencia resucitada.
Aunque me gustaría sentir tu abrazo al decirte que te quiero,  como nos contaste que se lo dio el padre al hijo pródigo, reconozco que el alma se ensancha cuando en verdad uno se entrega por entero a los demás.
Déjame decirte, aunque Tú ya lo sabes, Señor, que a pesar de mi debilidad y del peligro de que se rompa mi fidelidad,  no deseo otra cosa mayor que ser enteramente tuyo.
Ciudad Redonda

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