El cardenal Piacenza se encuentra en Cracovia, en donde reflexiona sobre la formación del clero con los responsables de formación permanente en el país
ANDREA TORNIELLICIUDAD DEL VATICANO
«Cada sacerdote ha sido llamado a amar a la Iglesia, su esposa, ofreciendo cotidiana y generosamente la vida por ella». Lo dijo esta tarde en Cracovia el cardenal italiano Mauro Piacenza, Prefecto de la Congregación del Clero, que habló ante los responsables de la formación permanente de los sacerdotes polacos. También fue una ocasión para que el purpurado italiano aludiera a los contenidos del libro “Sacerdotes en la modernidad” (Ediciones Cantagalli), que acaba de ser publicado y que contiene las intervenciones más recientes del card. Piacenza sobre el sacerdocio.
«A través de un sacerdote bien formado, robusto en la fe, sólido en la espiritualidad y en la piedad, culturalmente estructurado, moralmente fiel y pastoralmente celador, es posible, como pastores de la Iglesia, cuidar a las comunidades y a todas las personas que el Señor nos confía», indicó el cardenal Piacenza. Después hizo un breve resumen de la nueva edición actualizada del volumen “Directorio para el ministerio y la vida de los presbíteros», publicado por la Congregación del Clero y que contiene el magisterio más reciente de Juan Pablo II y Benedicto XVI.
El cardenal reflexionó, sobre todo, sobre la “identidad del sacerdote”. «Como Cristo ama la Iglesia, a tal punto de ofrecerse a sí mismo –explicó–, así cada uno de los sacerdotes está llamado, justamente por la participación del mismo sacerdocio de Cristo (y, luego, arraigando esta actitud en su relación con Él), a amar a la Iglesia, su esposa, ofreciendo cotidiana y generosamente la vida por ella».
Pero, añadió, «dar la vida por la Iglesia podría ser una abstracción si el cuerpo de la Iglesia no llegara a asumir la semblanza del concreto pueblo de Dios confiado a nosotros». Servir a la Iglesia, pues, «significa colaborar con Dios en la edificación de su cuerpo, en la convocación de su pueblo, que siempre tiene derecho a escuchar el anuncio del Evangelio, a recibir la divina misericordia y de alimentarse del pan eucarístico».
Piacenza recordó también las palabras que el Papa Francisco pronunció durante la homilía de la Misa Crismal, a propósito de la «unción» que reciben los sacerdotes «para ungir al pueblo». «Me impresionó mucho, personalmente, esta imagen, sobre todo cuando el Santo Padre situó la confirmación de la unción en la alegría con la que la gente sale de nuestras celebraciones. Si esas han sido unciones reales, es decir real anuncio de la buena noticia, germina en el corazón y en el rostro de nuestros fieles una real alegría».
El cardenal después indicó que la misionariedad para el sacerdote «es parte constitutiva» de su existencia. Una misionariedad que, «interpretada en las dimensiones más diversas, hoy parece imprescindible si queremos que la Nueva Evangelización no se quede en una consigna demagógicamente repetida, sino que se convierta en una realidad concreta de hombres y mujeres que, saludablemente provocados por nuestro anuncio y por nuestro testimonio, se conviertan a Cristo, cambien de vida y, de esta manera, remodelen la sociedad y reescriban la historia».
El cardenal también insistió en la necesidad de que los sacerdotes trabajen «sobre nuestra humanidad, sobre nuestros límites, sobre nuestros, a veces, persistentes defectos». «No es por una manía narcisista de perfección ascética que tenemos que trabajar sobre nosotros mismos, sino por amor de Dios y de las almas. Para que nada en nosotros, en nuestra humanidad, pueda obstaculziar el encuentro de los hombres con Dios, frenando la misericordia y la ternura que el Señor quiere mostrar a sus hijos, a través de nuestra humanidad».
Vatican Insider
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