Sus residentes describen su llegada como un "regalo divino", pero creen que, después, el gobierno se olvidará de ellos
RÍO DE JANEIRO.- Por momentos, el viento trae un fuerte olor a cloacas abiertas que se mezcla con el de tierra seca de las polvorientas calles de la favela de Varginha, dentro del Complejo de Manguinhos.
Escépticos, los habitantes de esta comunidad en la empobrecida Zona Norte de Río de Janeiro aún no pueden hacerse a la idea de que muy pronto, el 25 de julio próximo, serán visitados por el papa Francisco , como parte de sus actividades durante la Jornada Mundial de la Juventud , que se celebrará del 23 al 28 de este mes.
"Al principio no lo podía creer. Lo dudé hasta que comencé a ver que estaban haciendo algunas obras. Nosotros somos gente muy humilde, que tiene muchas necesidades; no entendía por qué el Papa eligió venir a Varginha. Pero es lógico si quiere conocer cómo vive la mayoría de los brasileños, ¿no?", reflexiona ante LA NACION la recepcionista Fabiana dos Anjos, de 29 años, mientras sus hijas, Graciele, de 6, y Gabriele, de 4, juegan en la calle, en una zona hasta hace poco conocida como "Franja de Gaza" por los intensos enfrentamientos entre narcotraficantes y policías.
Ocupado en octubre último por las fuerzas de seguridad como parte del "proceso de pacificación" de las favelas de Río, desde enero de este año, el Complejo de Manguinhos posee una Unidad de Policía Pacificadora (UPP).
Así se llama a estas nuevas comisarías comunitarias que pretenden retomar el territorio antes dominado por bandas de narcotraficantes; en el caso de Manguinhos, el temible Comando Vermelho.
"Nosotros como iglesia nunca tuvimos ningún tipo de problema para realizar nuestro trabajo de evangelización, de asistencia espiritual y de ayuda material. Pero veíamos la opresión, las dificultades y los problemas que la gente sufría, si bien tenía fe en que vendrían tiempos mejores. Es una comunidad con mucha fe, muy dedicada y fervorosa", comenta el padre Marcio Queiroz, 45, párroco de la capilla São Jeronimo Emiliani, que será visitada por Francisco.
Allí, tras saludar a niños, discapacitados y enfermos que lo esperarán en el patio, el pontífice argentino rezará una oración acompañado por una docena de sacerdotes que trabajan en las favelas de la Zona Norte.
Será una imagen que seguramente le recuerde los días en que, conocido como Jorge Bergoglio, arzobispo de Buenos Aires, recorría los barrios porteños más pobres con sus "curas villeros".
"Es un papa muy especial, tiene un entendimiento y una experiencia únicos de cómo es la vida en las comunidades pobres", agrega el técnico informático Everaldo Oliveira, de 42 años, que está ayudando al padre Queiroz con la visita papal, y quien recordó que la Madre Teresa de Calcuta también pasó por allí en 1982.
Tal vez por su vasta experiencia entre los pobres, Francisco no se dejará impresionar mucho por el "maquillaje" que, según muchos de los pobladores de Varginha, están preparando las autoridades: nuevas lámparas en las calles, frentes de casas pintadas y los pozos de la avenida de acceso rellenados.
"Hace años que nos quejábamos de estas cosas, de las inundaciones, de la falta de un sistema de cloacas, de escuelas y atención médica, y no hacían nada. Lo malo es que cuando el Papa se vaya todo seguirá igual", señala el estudiante Brando Caio, 18, quien también se quejó de la actitud que tienen los nuevos policías de la UPP frente a los pobladores.
"Para ellos somos marginales; las chicas son todas putas y los chicos son todos traficantes de drogas", dice.
No lejos de allí, en la sede de la UPP, el capitán Marcelo Martins reconoce que, como en toda favela "pacificada", todavía se requiere mucho trabajo para ganar la confianza de la gente.
"Creo que la visita del Papa va a ayudar a consolidar la imagen de cambio que hubo en la comunidad. Igual, nosotros intentamos siempre resaltar que la UPP no es una solución mágica, que resolverá todos los problemas de la noche a la mañana. Establecemos la seguridad necesaria para que luego vengan los servicios que la comunidad precisa: agua, cloacas, viviendas. Pero hay mucha frustración porque los servicios no llegan a la velocidad que los pobladores desearían", explica.
Con él coincide Cecilio Luiz, de 50 años, administrador de la cancha de fútbol comunitaria, muy cerca de la capilla donde el Papa bendecirá a la gente que se acerque a saludarlo. "Éste es un regalo divino y tenemos que aprovechar la atención que está trayendo a la comunidad", resalta.
Sobre ese campo juega todos los martes y jueves el equipo local infantil Furacão. Muchos en Varginha saben que el Papa es un fanático del fútbol y hasta al padre Queiroz le gustaría que la cancha estuviese libre ese día para hacer un picadito.
"Si jugáramos lo dejaría hacer un gol porque es el Santo Padre, pero no hay que olvidar que es argentino, hay que ganarle", bromea.
La Nación.
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