2 REYES 5, 14-17
En aquellos días, Naamán el sirio bajó y se bañó siete veces en el Jordán, como se lo había mandado Eliseo, en nombre de Dios, y su carne quedó limpia de la lepra, como la de un niño. Volvió con su comitiva al hombre de Dios y se le presentó diciendo:
- Ahora reconozco que no hay Dios en toda la tierra más que el de Israel. Y tú acepta un presente de tu servidor.
Contestó Eliseo:
- Juro por Dios a quien sirvo que no aceptaré nada.
Y aunque le insistía, lo rehusó. Naamán dijo:
- Entonces, que entreguen a tu servidor una carga de tierra que pueda llevar un par de mulas; porque en adelante tu servidor no ofrecerá holocaustos ni sacrificios de comunión a otro Dios que no sea "el Señor".
Los dos Libros de los Reyes cuentan la historia del Pueblo de Israel desde la muerte de David (971 aC.) hasta la destrucción de Jerusalén (587 aC.)
Estos libros se tienen por libros "históricos". Sin embargo, sabemos bien que Israel no escribe estos libros por interés histórico. Para eso estaban otros libros, frecuentemente citados en éstos, libros de Anales, crónicas de corte.
Los autores de los Libros de los Reyes (la escuela Deuteronomista) utilizan esos otros libros como materiales para su obra, y en ella hacen una "lectura teológica" de la historia de Israel, mostrando cómo al pueblo le va bien cuando guarda la Alianza, y le va mal cuando se aleja de Dios.
Por esta razón, estos libros se llamaban originariamente "los profetas anteriores", porque su intención es la misma que la de los "profetas posteriores" (los que ahora nosotros conocemos como libros proféticos, Isaías, Jeremías, etc. etc.), es decir: leer la historia a la luz de La Palabra y hacer que el Pueblo, y los reyes, cumplan la Alianza.
Incluso se piensa que el Deuteronomio y los libros "históricos" que le siguen (Josué-Jueces-Samuel-Reyes) son una única obra, en que el Deuteronomio es un gran prólogo teológico que da las pautas teológicas básicas y los otros libros las aplican al desarrollo de la historia del pueblo.
En estos dos libros aparecen muchos "profetas", hombres de Dios que anuncian La Palabra, amenazan al Pueblo con castigos de Dios si se apartan de La Ley, y lo animan a fiarse sólo de Dios en unos momentos históricos amenazadores.
Entre estos profetas hay dos especialmente importantes: Elías y su discípulo Eliseo, que ocupan capítulos enteros de manera que se suele hablar del "ciclo de Elías" y el "ciclo de Eliseo" como partes fundamentales de estos libros.
En el fragmento que hoy leemos, Eliseo, que es uno de los profetas más milagreros de todo el AT, cura a un personaje sirio, general y hombre importante de la corte, enfermo de una afección cutánea (que no es lepra propiamente dicha, pues si lo fuera estaría excluido de toda función pública).
El relato es literariamente complejísimo, lleno de símbolos que hoy nos pasan casi desapercibidos. La esencia del relato es, sin embargo, clara: la presencia en Israel del poder del único Dios, que cura a cualquiera por la acción de su siervo el profeta. Es una incitación al pueblo a reconocer que el poder de Dios es mucho mayor que el poder de los falsos dioses extranjeros y, por tanto, una exhortación a confiar en Él.
2 TIMOTEO 2, 8-13
Haz memoria de Cristo el Señor, resucitado de entre los muertos, nacido del linaje de David. Este ha sido mi evangelio por el que sufro hasta llevar cadenas como un malhechor. Pero la Palabra de Dios no está encadenada.
Por eso lo aguanto todo por los elegidos, para que ellos también alcancen su salvación, lograda por Cristo Jesús, con la gloria eterna.
Es doctrina segura:
Si morimos con Él, viviremos con Él.
Si perseveramos, reinaremos con Él.
Si lo negamos, también Él os negará.
Si somos infieles, Él permanecerá fiel,
porque no puede negarse a sí mismo.
Si perseveramos, reinaremos con Él.
Si lo negamos, también Él os negará.
Si somos infieles, Él permanecerá fiel,
porque no puede negarse a sí mismo.
Dando por supuesto lo que explicamos los domingos anteriores sobre esta carta, vemos en este fragmento una hermosa exhortación de Pablo (más bien puesta en boca de Pablo por el autor) a mantener la fidelidad a Cristo en tiempos muy difíciles.
El texto de hoy ofrece una síntesis mínima pero densa de la fe en el Resucitado, fuente y motivo de toda esperanza. La evoca Pablo encadenado, en prisión, recordando los maravillosos frutos que se han seguido de esa prisión y manifestando otra vez su inquebrantable confianza.
El himno final muestra una serie de oposiciones que se rompen en el último verso, y es un acto de fe en Cristo por encima de nuestra propia fidelidad: aunque nosotros le seamos infieles, Él tiene que ser fiel a sí mismo. Nuestra confianza no radica en nuestra propia justicia, sino en el ser mismo de Dios Salvador.
José Enrique Galarreta, S.J.
Fe Adulta
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