Sunday, October 13, 2013

Hans Küng, con párkinson y en Suiza


El teólogo, partidario del suicidio asistido


"Con su anunciada decisión, contraria de raíz a la antropología cristiana, me desconcertó"


(Ángel Aznárez, notario).- "El astrólogo dice a Tiberio: '¡Príncipe, voy a leerte el porvenir!'. Y Tiberio contesta: 'Imbécil, el porvenir es la muerte'". Paul Valéry (Cuadernos)
La noticia sobre la enfermedad degenerativa de Hans Küng, sacerdote y teólogo, unió en el silencio a sus admiradores y detractores, a amigos y enemigos, entre los últimos los envidiosos y tiñosos. La decisión manifestada por el propio Küng de recurrir al suicidio asistido, permitido por su ley nacional (la suiza), añadió más pena y/o revoltura, siendo obligadas, en cualquier caso, la delicadeza y tenerezza (palabra muy empleada por el Papa Francisco).
Hay que comenzar, para entender al personaje, afirmando que Juan Pablo II le retiró la licencia para enseñar Teología -ciencia ésta de gran importancia en la cultura germánica y menos en la latina (para saber Teología, hay que conocer la lengua alemana)-. Una Teología, la católica, rodeada o cercada por la cultura allí dominante: el protestantismo.
Hans Küng, que brilló por su palabra escrita (libros y artículos) y por su palabra hablada (conferencias y entrevistas), protagonizó dos intervenciones, estelares, en el programa de debate de la televisión francesa "Bibliothèque Médicis", realizado desde esa biblioteca, en el Palacio de Luxemburgo (París), próximo al estanque donde los niños se hacen nautas y juegan con barquitos de velas de trapo. Ambas intervenciones fueron bajo la batuta del presentador y moderador, el periodista Jean-Pierre Elkabbach.
La última intervención fue el 12 de febrero de 2010, en la que negó a Juan Pablo II la condición de teólogo, y recordó, con maldad, que el Papa Carolo, entonces estudiante, no fue admitido en la romana y jesuita Universidad Gregoriana para hacer el doctorado. También recordó lo ya sabido: que en 1965-1966 fue él (Hans Küng) quien nombró 'unico loco' a Joseph Ratzinger, profesor de Teología Dogmática en la Universidad de Tubinga, que, asustado por el "barullo" o bullicio protagonizado por los estudiantes de extrema izquierda, renunció regresando a su Baviera natal.
La primera renuncia de Joseph Ratzinger lleva a pensar en la segunda, la del 11 de febrero de 2013, esta vez al Papado; tal vez por otro "barullo" o bullicio, esta vez protagonizado por clérigos envasados en sotanas, con joyas en pectorales, y con pavor a lo otro: para un hombre (vero e proprio) lo "otro", esencial, es siempre la mujer, lo que "explica" (¡ojo, entre comillas!, jamás justificable) muchos comportamientos, incluso los terribles y depravados.
El asunto del género (gender) en la Iglesia -lo masculino, lo femenino y lo neutro- no lo profundizó Hans Küng. Y dimitir (lo aclaro) por no poder en conciencia desempeñar un cargo, es obligado, según otro germánico -prusiano y no bávaro- llamado Kant (de recomendada lectura su breve contestación a la pregunta: ¿Qué es la Ilustración?).
La primera intervención de Hans Küng en "Bibliothèque Médicis", que tuvo lugar el 10 de noviembre de 2006, ante el reproche, envenenado, por parte de Jean-Luc Marion, filósofo y de la Academia francesa (ocupa el sillón que fue el del Cardenal Lustiger), de que muchos teólogos "no hablan de Dios ni de la santidad ni de la inteligencia de la fe" -descentrados en cuestiones contingentes y temporales de la organización de la Iglesia-, Hans Küng respondió, cual sierpe bífida y erguida, manifestando que es autor de best sellers sobre Teología, entre ellos, "Ser cristiano" y "¿Existe Dios?".
Ambos libros fueron editados en España por Ediciones Cristiandad, vendido el último en 1978, voluminoso (casi mil páginas), al precio de 1.400 pesetas. Releo ahora las páginas 907 hasta el final sobre "El Dios de Jesucristo" y me parecen bien, mas sin nada extraordinario. Joseph y Hans, Ratzinger y Küng parecen como el haz y el envés; las caras o piezas de un mismo símbolo que no diábolo.
Por su confesión se sabe que Küng sufre una enfermedad degenerativa y neurológica: elpárkinson, que, junto al alzhéimer, la esclerosis, la paraplejía y otras, son azote del siglo XXI, con deterioro gradual e inexorablemente de lo nuclear humano: la personalidad del enfermo; con un avance silencioso, más o menos lento, más o menos veloz.
No se dispone aún de tratamientos que hagan revertir el proceso de degeneración neuronal (ni siquiera la "Dopa" contra el párkinson). Enfermedades que según información facilitada al diario "Le Monde" (martes, 13 de abril de 2010, página 23) por Gérard Vaillant, presidente del Instituto del Cerebro y de la Médula Espinal, dañan a una persona sobre ocho en Europa. En estos tiempos de depresiones por el paro masivo y por angustias económicas, incluso en jóvenes, forzosamente han de bajar la inmunidad y las resistencias naturales frente a esas enfermedades, que también han de incluirse en el pasivo de la actual crisis.
Es sorprendente la lentitud en los avances contra las enfermedades cerebrales aunque cada vez se sabe más del mecanismo biológico subyacente. Son también sorprendentes los avances en programas de inteligencia artificial, nanotecnologías y robótica con fines dañinos, para el supuesto "mejorar la especie humana", vía clonación y otras manipulaciones genéticas; todo ello en el marco de proyectos llamados "transhumanistas", que en realidad son deshumanizadores y contra la humanidad. Para eso hay mucho dinero, dado el potencial de business.
Jean-Claude Guillebaud ya denunció en 2011 la "imbricación cada vez más estrecha entre la investigación científica y la carrera por el profit (lucro)". Y aquí nos volvemos a encontrar con el imperante capitalismo libertario, al que los papas deben públicamente condenar sin contemplaciones, con nombre y apellido (no quiero pensar que el Vaticano, a través de su Banco, el IOR, haya invertido en proyectos "transhumanistas", tan rentables y productivos).
Lo que Suiza hace con los "potentados" e hijos de sus herencias, que allí se naturalizan, es tremendo, de mucho trajinar y ajetreo. Primero han de trasladar su fortuna (o parte) para hacerla tuerta o ciega al fisco de procedencia y muchas veces tuerta y ciega a ellos mismos, engañados por hombres más de hierro (testaferros) que de paja. Luego, cuando son ancianos, los ricachos tienen que trasladarse a Alemania, por miedo a que los encierren en una de esas clínicas especializadas, con muchos floreros y músicas suaves y relajantes, para el "suicidio asistido", de límites borrosos con la eutanasia pasiva e indirecta. En Alemania, por la experiencia del nazismo, se toma muy en serio lo del final de vida.
La decisión anunciada por Hans Küng de suicidarse con asistencia, por el avance inexorable de su enfermedad (párkinson), forma parte de su libertad o autonomía en cuanto persona, y eso es merecedor de todos los respetos. A ese enunciado principal añado otro, subordinado adversativo o de adversidad según los gramáticos: pero Küng es, además, un perSONAje, de mucho sonar.
Disfruté leyendo y escuchándole; sigo de acuerdo en muchas de sus críticas a la praxis del Concilio Vaticano II, a la infalibilidad papal, al paradigma imperial del Vaticano, y siempre le consideré integrado en la comunidad o comunión, que es también la mía: la cristiana y católica. Con su anunciada decisión, contraria de raíz a la antropología cristiana, me desconcertó y con escándalo.
Es verdad que fue muy dura la guerra del Vaticano contra Küng, al que no hicieron caso. La retirada de la licencia por Juan Pablo II para enseñar Teología no fue -recuérdese- acompañada de la pérdida de su condición sacerdotal. Grandes teólogos del siglo XX, Congar, Lubac, Danielou, también fueron castigados y/o advertidos por la "inquisición vaticana" y murieron, no obstante, rehabilitados, incluso con la birreta roja de cardenales.Tuve la esperanza años atrás de que mi bendito Benedicto tendiera la mano a su otra cara o envés: a Hans Küng. No lo hizo; y por eso, Ratzinger también me desconcertó por haber sido oveja entre los lobos.
Ocurrió al principio de esta última semana; encontré por casualidad en la biblioteca el libro "Cuadernos" de Paul Valéry (edición en castellano de Galaxia Gutenberg); también por casualidad se me ocurrió leerlo empezando por el final. En la página 491 encontré el breve diálogo entre el astrólogo y el emperador Tiberio del encabezamiento. En la página 511 está, a mi juicio, lo más conmovedor leído sobre la muerte: "Quien hace un hijo hace un muerto. Cada beso presagia una nueva agonía". Pensé en mis hijos y me agobié; y en ese agobio, conocí, horas después, la decisión trágica de Hans Küng, hermano mayor y grande.
Y termino pidiendo a los lectores y lectoras perdones por el inquietante y duro final.

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