Thursday, October 03, 2013

«El Papa quiere que vaya personalmente a ayudar a los necesitados». El arzobispo Konrad Krajewski habla de su nueva actividad como limosnero


El arzobispo Konrad Krajewski habla de su nueva actividad como limosnero con “L’Osservatore Romano”: llevar el abrazo del Papa a los hospitales y entre los vagabundos

ANDREA TORNIELLICIUDAD DEL VATICANO
Papa Francisco, al confiarle el encargo de limosnero, le dijo: «No serás un obispo de escritorio, ni te quiero ver atrás de mí durante las celebraciones. Te quiero saber siempre entre la gente. Tendrás que ser la extensión de mi mano para llevar una caricia a los pobres, a los desheredados, a los últimos. En Buenos Aires salía a menudo por la noche para ir a encontrar a mis pobres. Ahora ya no puedo: me es un poco difícil salir del Vaticano. Entonces tú lo vas a hacer por mí, tú serás la extensión de mi corazón que los alcanza y les lleva la sonrisa y la misericordia del Padre celeste».


Desde entonces, el padre Konrad Krajewski, que prefiere ser lalmado de esta forma a pesar de ser arzobispo, recorre ciudades y alrededores «para llevar la solidaridad del obispo de Roma a los suburbios más oscuros y más desesperados» y ya «empezó a visitar a los huéspedes de algunas casas de reposo», como él mismo contó en una entrevista con el periodista Mario Ponzi de “L’Osservatore Romano”.


«Me llena de alegría –cuenta Krajewski– saber que cuando ahora abrazo a uno de estos más desafortunados hermanos nuestros les transmito todo el calor, todo el amor y toda la solidaridad del Papa. Y él, Papa Francisco, a menudo me pide que le cuente. Quiere saber». El nuevo limosnero, que vive en Roma desde 1998 y fue maestro de ceremonias de Wojtyla, pudo conocer «ese sotobosque que gravita alrededor de los Sacros Palacios, sobre todo durante la noche. Un sotobosque poblado de gente desesperada, sin hogar fijo, que a menudo necesita más que comida –Roma en este sentido es muy generosa– calor humano, alguno dispuesto a escucharla, a hacerle sentir el calor de un abrazo, de una caricia».


Así, con la ayuda de las monjas de la Guardia Suiza, de las del almacén privado y de un grupo de jóvenes voluntarios de la misma Guardia Suiza, el padre Konrad organizó una especie de comedor itinerante. «Recogíamos –contó al periódico vaticano– lo que quedaba después de las comidas y de las cenas de la Guardia. Lo empaquetábamos en muchas raciones individuales y, después de las 20.30, salíamos del Vaticano para llevar comida a los pobres que pueblan la noche en la Plaza San Pedro». Unas cuarenta personas sin hogar que se alojaban como podían bajo los arcos de la Vía de la Conciliazione. «Era una manera para acercanros, para estar un poco con ellos». Una práctica que continúa todavía.


Justamente de esos desheredados, dijo, «recibí el regalo más hermoso el día de mi ordenación episcopal. Invité a unos veinte de ellos y me regalaron dos días enteros sin tomar ni siquiera medio vaso de vino. Fue muy difícil resistir a la tentación del alcohol. Lo hicieron con el corazón, y lo lograron. Sabían que esto para mí habría sido el regalo más hermoso. Incluso lavaron su ropa en las fuentes de Roma y al día siguiente, en el Aula Pablo VI, regresaron y me regalaron un ramo de flores: a decir la verdad no sé de dónde lo sacaron, pero fue una manera para expresar su afecto. Y estoy feliz porque ahora, cuando voy a verlos, llevo conmigo el corazón del Papa justamente para ellos».


El Papa se lo pidió públicamente –según explicó padre Krajewski– durante la audiencia «que nos concedió a mi y a mis familiares el día siguiente de la ordenación episcopal: ser el limosnero significa, sobre todo, ejercer una caridad que va más allá de los muros. Me pidió expresamente que no me quede detrás de un escritorio firmando pergaminos, sino que vaya a encontrar a los pobres, a los necesitados, en el cuerpo y en el espíritu».


Así pues, no es suficiente el subsidio ofrecido a los necesitados. «Claro que no. El Papa quiere que entre en contacto directo con ellos, que me encuentre con ellos en sus realidades existenciales, en los comedores, en las casas de acogida, en las casas de reposo o en los hospitales. Le pongo un ejemplo. Si alguien pide ayuda para pagar un recibo, está bien que yo vaya a su casa, si es posible, par allevarle materialmente la ayuda, para darle a entender que el Papa, a través del limosnero, está cerca de él; si alguien pide ayuda porque está solo o abandonado, debo correr a su encuentro y abrazarlo para hacerle sentir el calor del Papa, por ende de la Iglesia de Cristo. Quisiera hacerlo personalmente, como hacía en Buenos Aires, pero ya no puede. Por esto quiere que lo haga yo en su lugar».

Las cartas en las que mucha gente pide ayuda que llegan a Roma, pero también de muchas otras partes de Italia, «representan un cuadro doloroso de miserias en aumento –explicó–, que tienen que ver con la persona en su totalidad y no solo bajo el perfil estrictamente económico. Es más, diría que lo económico es un simple aspecto de este cuadro. Situaciones precarias se transforman en un abrir y cerrar de ojos en situaciones desesperadas. Así como desesperadas son las condiciones de los inmigrantes y de los refugiados que se dirigen a la Limosnería. Por no hablar de los enfermos graves que no encuentran acceso a las curas médicas ni a los fármacos. Para ellos hemos predispuesto un servicio garantizado por nuestros médicos voluntarios y tratamos de satisfacer a todos».


«El Papa nos ayuda. Algunos entes y asociaciones caritativas ponen a disposición sumas de dinero además de sus mismas estructuras para acoger a la gente. El año pasado logramos distribuir, en nombre del Papa, más de 900.000 euros».


Una fuente muy importante para el apoyo de esta actividad caritativa sigue siendo la distribución de los pergaminos con la bendición apostólica.

Vatican Insider

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