¿No tienes ganas, a veces, de romper un poco las fronteras cotidianas, las convenciones sólidamente arraigadas, las seguridades que forman parte del día a día?
¿No tienes ganas de cambiar los horarios, darle la vuelta a las expectativas, decir versos inesperados?
¿No tienes ganas de zambullirte en una fe que te zarandee hasta la entraña, que le dé la vuelta a tu horizonte, que te inquiete, te llame, te fascine y te seduzca?
¿No tienes ganas, a veces, de volar para ver mejor?
¿Y si salimos de la tierra conocida? - Demasiado se da por sentado
«El Señor dijo a Abrán: Sal de tu tierra nativa y de la casa de tu padre, a la tierra que te mostraré.» (Gen 12, 1)
La gente da por sentadas muchas cosas, muchas seguridades, muchos prejuicios: los jóvenes son superficiales; los cristianos son de derechas; los justos son de izquierdas; los viejos se quejan; los pobres son buenos; los creyentes son ingenuos o necios; los políticos son malos y corruptos; los curas tienen panza, y viven como Dios; las monjas son monjitas; los científicos son ateos; los guapos son tontos… suma y sigue.
¿No hace falta, alguna vez, zarandear tantas estupideces, tantas afirmaciones que no tienen otro fundamento que el vacío, y mirar, con audacia y valentía, el mundo de otra manera…?
¿Por qué no intentar mirar a tu mundo y a tu gente, por un día, sin dar demasiadas cosas por sentado?
Encargo (fragmento)
Id, canciones mías, al solitario y al insatisfecho,
id también al desquiciado, al esclavo de las convenciones,
llevadles mi desprecio hacia sus opresores.
Id como una ola gigante de agua fría,
llevad mi desprecio por los opresores.
Hablad contra la opresión inconsciente,
hablad contra la tiranía de los que no tienen imaginación,
hablad contra las ataduras,
id a la burguesa que se está muriendo de tedio,
id a las mujeres de los barrios residenciales,
id a las repugnantemente casadas,
id a aquellas cuyo fracaso está oculto,
id a las emparejadas sin fortuna,
id a la esposa comprada,
id a la mujer comprometida.
Id a los que tienen una lujuria exquisita,
id a aquellos cuyos deseos exquisitos son frustrados,
id como una plaga contra el aburrimiento del mundo;
id con vuestro filo contra esto,
reforzad los sutiles cordones,
traed confianza a las algas y tentáculos del alma.
id también al desquiciado, al esclavo de las convenciones,
llevadles mi desprecio hacia sus opresores.
Id como una ola gigante de agua fría,
llevad mi desprecio por los opresores.
Hablad contra la opresión inconsciente,
hablad contra la tiranía de los que no tienen imaginación,
hablad contra las ataduras,
id a la burguesa que se está muriendo de tedio,
id a las mujeres de los barrios residenciales,
id a las repugnantemente casadas,
id a aquellas cuyo fracaso está oculto,
id a las emparejadas sin fortuna,
id a la esposa comprada,
id a la mujer comprometida.
Id a los que tienen una lujuria exquisita,
id a aquellos cuyos deseos exquisitos son frustrados,
id como una plaga contra el aburrimiento del mundo;
id con vuestro filo contra esto,
reforzad los sutiles cordones,
traed confianza a las algas y tentáculos del alma.
Ezra Pound
¿Y si salimos de la tierra conocida? - La audacia de soñar
«Después derramaré mi espíritu sobre todos: vuestros hijos e hijas profetizarán, vuestros ancianos soñarán sueños, vuestros jóvenes verán visiones.» (Joel 3, 1)
Eso sí merece la pena. Soñar en otro mundo posible. Soñar en otra vida, en otra justicia, en otra humanidad mucho más capaz de resolver sus cuitas. Y más que soñar creer.
Creer que hay caminos para acercarse a ese mundo mejor. Caminos necesarios, fascinantes. Caminos alternativos.
Lógicas que prescinden de lo que el mundo vende como imprescindible, necesario e inevitable.
Formas que arrancan del amor y la búsqueda de una verdad diferente. No puede ser de otra manera.
¿En qué sueñas tú?
Hombres descalzos
Grávida luz, me hiere tu silencio;
quéjate, grita, rómpeme la sangre
con un feroz escalofrío.
Será la muerte, sí, pero no importa.
¡Morir hasta que el mundo resucite!
Morir hasta que sean en el mundo
los hombres recorriéndolo descalzos:
¡la humanidad por fin enriquecida!
Hombres descalzos;
por su planta desnuda, justos, buenos.
Hombres que al ir andando en carne viva.
sintieran el dolor de cada hombre
latir en cada piedra que rozaran;
sintieran cada gota de rocío
temblar a cada sed, a cada lágrima,
morir a cada muerte, y gota a gota,
encadenando así nuevos rocíos.
Hombres descalzos;
por su planta desnuda,
sobre la tierra lentos y seguros,
como una enredadera sorprendente,
como si Dios sus águilas postrase,
y fueran en el mundo las palomas.
Ana Inés Bonin Armstrong
Grávida luz, me hiere tu silencio;
quéjate, grita, rómpeme la sangre
con un feroz escalofrío.
Será la muerte, sí, pero no importa.
¡Morir hasta que el mundo resucite!
Morir hasta que sean en el mundo
los hombres recorriéndolo descalzos:
¡la humanidad por fin enriquecida!
Hombres descalzos;
por su planta desnuda, justos, buenos.
Hombres que al ir andando en carne viva.
sintieran el dolor de cada hombre
latir en cada piedra que rozaran;
sintieran cada gota de rocío
temblar a cada sed, a cada lágrima,
morir a cada muerte, y gota a gota,
encadenando así nuevos rocíos.
Hombres descalzos;
por su planta desnuda,
sobre la tierra lentos y seguros,
como una enredadera sorprendente,
como si Dios sus águilas postrase,
y fueran en el mundo las palomas.
Ana Inés Bonin Armstrong
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