Desde la conversión del emperador romano Constantino al cristianismo, la Iglesia católica -encarnando la espiritualidad de Occidente- paulatinamente se convirtió en una verdadera potencia diplomática, con influencia e incuestionable relevancia en la problemática mundial, que ha rebasado muchas veces coyunturas y pontificados, y que ha estado inmersa con mayor o menor intensidad, en momentos complejos y enormemente graves para la humanidad, con posiciones que quedaron, en algunas ocasiones, sin respuestas, temas para la polémica y terribles y lamentables omisiones en la conflictividad humana en estos dos milenios, y que en el novecientos la sentaron en el banquillo de la sospecha en más de una oportunidad, como por ejemplo durante la guerra civil española o en el genocidio judío.
No obstante, la proyección histórica de la política exterior de la Santa Sede ha tenido importantes y exitosos hitos, avanzada la segunda mitad de la centuria pasada; su eficaz papel mediador en la crisis entre Argentina y Chile, que hubiera culminado en un conflicto armado de proporciones y que con certeza involucraba a otros países de la región: Bolivia y Perú, y probablemente a aquellos que en esa década de fines de los setenta eran gobernados por dictaduras militares, y gracias al laudo emitido, se construyó el dique que contuvo la conflagración fratricida.
Juan XXIII, en su encíclica Pacem in Terris, en 1963, sostenía que el orden que rige en la convivencia de los seres humanos es de naturaleza moral y, por tanto, la paz y la negociación deben sustituir a las imposiciones y la guerra, porque -además- la ética obliga a las personas a actuar como tales y el derecho regula más bien el comportamiento de los hombres como seres sociales.
En el siglo XXI la diplomacia vaticana ha impulsado la idea del incorporar el concepto de la identidad cristiana con los preceptos humanistas que la integran a los marcos constitucionales nuevos, sin resultados en referencia a la Carta fundamental europea, pero tomada muy en cuenta en las Constituciones políticas de Ecuador y Venezuela. Hoy que libérrimos vientos sacuden al orbe, que los países de economía emergentes surgen con energía renovada, y los pueblos y gobiernos progresistas de América Latina aparecen denunciando las injusticias implícitas al capitalismo, a la guerra y sus efectos devastadores, los delitos de lesa humanidad y la urgencia imperiosa de luchar contra el hambre y la pobreza que padecen millones de nuestros semejantes son valiosos argumentos para el surgimiento de un nuevo orden mundial que posibilite la sana convivencia entre las civilizaciones como una necesidad sentida de carácter universal.
Las políticas de Francisco, el primer Papa sudamericano, reflejadas en buena parte de sus acciones en estos primeros tiempos de su pontificado, muestran su compromiso por la paz mundial y la justicia social, el reforzamiento de una infraestructura humana e institucional de la Iglesia para modificar múltiples situaciones del pasado, y que la mayoría de la opinión publica apoya sin ambages, son muy importantes. El servicio exterior del Estado Vaticano tiene una experiencia y sabiduría de siglos, y sería un punto vital en una estrategia global para este cambio fundamental que, en su esencia, se requiere para la supervivencia del planeta, que, sin ser de un racionalismo exagerado, refleja la realidad del mundo.
Ilitch Verduga Vélez
Iglesia de a pie
Iglesia de a pie
No comments:
Post a Comment