Friday, July 18, 2008

Desde el cenáculo de Sídney (16) por Jesús de las Heras Muela


CRISTO DA MÁS. LO OFRECE TODO. LO DA TODO



“Cristo ofrece. Más aún, ofrece todo. Solo El, que es la Verdad, puede ser la Vía y, por tanto, también la Vida. Así, la “Vía” que los apóstoles llevaron hasta los confines de la tierra es la vida en Cristo. Es la vida de la Iglesia”.

Sí, sí, si tuviera que elegir una frase de las palabras del Papa en la fiesta de recepción a la XXIII JMJ en Barangaroo, sería esta. Y si tuviera que elegir un titular sería el que encabeza esta crónica: Cristo da más. Lo ofrece todo. Lo da todo.
Somos criaturas nuevas, se nos da una vida nueva

Pero, ¿qué es lo que nos da Cristo? Una vida nueva. Una existencia transformada e iluminada en el tamiz de la suya y de la Palabra de Dios. Cristo nos da las certezas, las respuestas que el hombre de hoy y de todos los tiempos –también el joven- busca y necesita. Cristo nos hace criaturas nuevas.
Es la nueva y transformada vida que les llegó a los apóstoles a partir del primer y definitivo Pentecostés. Es la nueva vida que los transformó de rudos, acobardados y pusilánimes hombres en aguerridos, tenaces y apasionados testigos de Jesucristo. Llenos del Espíritu, se pusieron el mundo por montera y expandieron la semilla del Evangelio por doquier, incluso oponiéndonos “a la perversidad de la cultura que les circundaba”.
Es la nueva y transformada vida por nos hace entender la creación como don y como tarea del Padre, como servidores y administradores de un mundo magnífico pero no perfecto, un mundo que se ha cuidar y salvaguardar, conscientes de que el ser humano es la primera de las criaturas, pero no por ello la única ni la dominadora del resto. De un mundo, en suma, en el que el hombre ha de labrar el rostro de la eternidad.
Es la nueva y transformada vida que sabe que la existencia, que el cosmos, la naturaleza y las personas no están gobernadas por el azar, por la casualidad o por la materia, sino que obedecen a un plan superior y excelso, a un plan amoroso y bondadoso, a una historia de verdadera salvación.
Es la vida nueva y transformada que sabe que sí existe una verdad absoluta, que sí existen lo bueno y lo malo, la verdad y la mentira, que hay principios y valores muy por encima de los intereses ocasionales de los poderosos de turno de este mundo.
Es la vida nueva y transformada que no se deja engañar o seducir por el brillo de los oropeles y de los honores pasajeros y lisonjeros, por las leyes del mercado, del consumo o de la moda, por la primacía de la imagen y del envoltorio.
Es la vida nueva y transformada que descubre que eclipsar a Dios, que negar a Dios, que arrinconarlo de la vida pública, que expulsarlo del corazón de las personas, siempre se vuelve contra el hombre porque este eclipse de Dios es siempre eclipse del hombre. Ni el secularismo ni el laicismo responden a la verdad del hombre. Al contrario, lo confinan, lo empequeñecen y pueden acabar con él. Y la vida entera, en todas sus etapas y momentos, no se entiende se deja a Dios en el “banquillo”, si la religión queda relevada, excluida y marginada del mundo.
Es la vida nueva y transformada que antepone la dignidad sagrada de la persona –de toda persona, más aún de la que sufre por cualquier causa- a cualquier otro principio o dogma de lo política o culturalmente correcto.
Es la vida nueva y transforma que siempre defiende a la persona, incluso a la ya gestada aunque todavía no nacida porque “¿cómo es posible que el seno materno, el ámbito humano más admirable y sagrado, se haya convertido en lugar de indecible violencia?”, porque “¿cómo es posible que la violencia doméstica atormente a tantas madres y niños?”, porque no se pueden negar en la práctica – aunque sea bajo capa de progreso y con toda la artillería del mundo de soflamas y demagogias varias…-, los derechos y la dignidad de los ancianos, de los pobres, de los emigrantes, de los sin voz.
Es la vida nueva y transformada que busca la paz, la justicia, la reconciliación, los derechos de todos, el desarrollo sostenible y el cuidado de nuestro entorno -todo ello de vital importancia-, pero que jamás prescinde u olvida la dignidad inviolable y sagrada que Dios otorgó al hombre creado a su imagen y semejanza.
Es, sí, la vida nueva, transformada y transformante que el Padre planeó y pensó con amor indecible en la aurora de los tiempos. La vida nueva, transformada y transformante que Jesús nos ganó con vida y muerte redentoras. La vida nueva, transformada y transformante a la que nos guía el Espíritu, que hace que todo sea grande, bueno y hermoso en nosotros. La vida nueva, transformada y transformante que nos sirve la Iglesia a través de sus sacramentos, de la Palabra de Dios y del oficio del pastoreo. Es, en suma, la vida nueva, transformada y transformante que nos ha hecho criaturas nuevas y, por ello, testigos de Quién nos ha regenerado: Jesucristo el Señor.

Se da a sí mismo y nos da su Espíritu

Y esta es la única esperanza que nos salva, el gran regalo, la gran oferta de Jesucristo que da más que los demás, que da más que nadie porque lo ofrece y lo da todo, se da a sí mismo, para siempre y para todos.
“Habéis sido recreados en el bautismo y fortalecidos con los dones del Espíritu para dar testimonio de esta realidad. Qué este sea el mensaje que vosotros llevéis al mundo desde Sídney”.
Qué este sea el gran don, el gran efecto, el más granado fruto de este cenáculo hermoso, alegre y festivo que es el cenáculo de la XXIII JMJ Sídney 2008.
Ecclesia Digital

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