Monday, June 15, 2009

El rico Ronaldo y el pobre Frans


El periódico es a veces un libro de meditación. Contrastad estos días por ejemplo el abismo que hay entre el boliviano inmigrante sin papeles Frans Rilles, cuyo brazo tiraron a la basura sin parar las máquinas que se lo cortaron y las piernas de Cristiano Ronaldo, por las que el Real Madrid ha pagado 57 veces su peso en oro.

Por lo visto, “Los veneno” -que así llaman a los empresarios del Real de Gandía (Valencia)- se las gastan de esta manera. Tienen sin cobrar a inmigrantes hasta veinte días ” de prueba” y luego los echan.

Los ‘veneno’ seguían un patrón de trabajo estricto e inalterable impregnado de un destello de caciquismo difícil de comprender en los tiempos que corren. Echaban muchas horas a la panificadora industrial a costa de exprimir al máximo a sus trabajadores.

No pagaban buenos sueldos (700 euros por 12 horas diarias) y aprovechaban el interés de los inmigrantes indocumentados para intentar que trabajaran gratis. No querían ni oír hablar de hacerles contratos amparándose en la época de crisis.

Se nos llena la boca con “derechos humanos”, “libertad”, “democracia”,”protección del no nacido”, y pisoteamos los nacidos, entre los que hay ciudadanos de primera y de segunda, como los inmigrantes, que tan poco espacio han tenido en la funesta campaña para las europeas. Ahora nos enteramos que los del PP se llevaron a 100 inmigrantes al mitin de Valencia prometiéndoles trabajo. Luego, si te he visto no me acuerdo. Esto se llama chupar la sangre del pobre, utilizarlo. Y no es partidismo político. Tampoco los inmigrantes tuvieron sitio en la campaña del PSOE.

Aquí lo que importa es el fútbol. A Florentino se le perdona todo, en aras del “pan y circo” como los romanos. El espectáculo nos domina. “Es un negocio”, dicen. ¿Imagináis los niños que podrían comer en los países en vías de desarrollo, las escuelas que se podrían crear, las vacunas que se repartirían con esa suma sideral de dinero?

Bastaría con reeler la parabola de el Rico Epulón y el pobre Lázaro.

Pedro Miguel Lamet

El alegre cansancio

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