Hace pocos días, una noticia recorría los titulares de muchos periódicos y las televisiones lo daban, también, como noticia: Vicente Ferrer había muerto. Todos los días, cada minuto, cada segundo, mueren hombres. Y la mayoría son llorados por sus familias y amigos cercanos. Aunque no todos, porque no todos tienen familia ni todos tienen amigos.
Pero de vez en cuando, entre tantos muertos, hay un hombre que deja una huella indeleble en los desiertos de otras muchas vidas, destellos luminosos, estelas fulgurantes que alumbran con luz propia las tinieblas de este mundo.
Uno de esos hombres ha sido Vicente Ferrer. Tenía cerca de noventa años, casi todos dedicados a ayudar a los más desfavorecidos, en uno de los lugares más pobres y marginados de la India. Miles de “intocables”, hombres, mujeres y niños, han llorado la muerte de Vicente. Su labor fue inmensa, y deja su herencia y su espíritu en la ONGD (organización no gubernamental de desarrollo) comprometida con el proceso de transformación de una de las zonas más pobres y necesitadas de la India. Nos deja sus pensamientos y palabras. Pero sobre todo sus HECHOS. El dijo:”He declarado guerra al dolor y al sufrimiento, y he firmado un compromiso de paz: contribuir a la unidad entre las naciones y los pueblos”.
Pero junto a un gran hombre es frecuente encontrar a una gran mujer. En este caso fue Ana Ferrer, periodista de origen inglés, afincada en la India, junto a Vicente Ferrer, con el que contrajo matrimonio y con el que ha dedicado su vida a la misma obra de desarrollo, y ahora la continúa. ¡Chapó para Vicente y Ana, y para tantas otras gentes que saben hacer de su vida, vida para los demás!
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