Sunday, June 28, 2009

Lecturas

Domingo 13 del tiempo ordinario


LIBRO DE LA SABIDURÍA, 1,13 a 2,25

No fue Dios quien hizo la muerte ni se recrea en la destrucción de los vivientes; él todo lo creó para que subsistiera… Pero los impíos... se dicen discurriendo desacertadamente: corta es y triste nuestra vida; no hay remedio en la muerte del hombre ni se sabe de nadie que haya vuelto del Hades... Venid, pues, y disfrutemos de los bienes presentes, gocemos de las criaturas con el ardor de la juventud…. Oprimamos al justo pobre, no perdonemos a la viuda, no respetemos las canas llenas de años del anciano… Así discurren, pero se equivocan; les ciega su maldad; no conocen los secretos de Dios, no esperan recompensa por la santidad ni creen en el premio de las almas intachables. Porque Dios creó al hombre para la incorruptibilidad, le hizo imagen de su misma naturaleza…

Es el último de los “libros Sapienciales” y el último de los escritos del Antiguo Testamento, escrito quizá a principios del siglo primero. Algunos autores llegan a pensar que es contemporáneo de Jesús. No está incluido en el canon hebreo. La Iglesia lo ha tenido siempre en mucho aprecio, y se lee frecuentemente en la Eucaristía.

Como todos los libros sapienciales, “sabiduría” es saber vivir, aplicar la Palabra de Dios a la vida, obrar sensatamente según la voluntad de Dios. El texto que hoy leemos es magnífico, y nos ofrece una doble reflexión:
· Dios no quiere la muerte, sino la vida, para eso lo ha creado todo;
· se engañan los impíos al pensar que todo acaba aquí y por tanto lo único que importa es disfrutar.
Me llama la atención la palabra “impíos”, sobre todo aplicándola a nosotros hoy. Entiendo por “nosotros” a la sociedad del primer mundo, de occidente, del Norte o como se quiera llamar, que se dice (nos decimos) seguidores de Jesús, pero que sentimos la muerte como el desastre definitivo y aspiramos ante todo ante la felicidad efímera del consumo. Es decir, impíos.

Son temas que por una parte nos llenan de esperanza y de vergüenza y, por otra, animan a una vida regida por los criterios de Jesús, dirigida a la Vida Definitiva.


2 CORINTIOS 8, 7-15

Y del mismo modo que sobresalís en todo: en fe, en palabra, en ciencia, en todo interés y en la caridad que os hemos comunicado, sobresalid también en esta generosidad. No es una orden; sólo quiero, mediante el interés por los demás, probar la sinceridad de vuestra caridad. Pues conocéis la generosidad de nuestro Señor Jesucristo, el cual, siendo rico, por vosotros se hizo pobre a fin de que os enriquecierais con su pobreza.

No se trata de aliviar a otros pasando vosotros estrecheces, se trata de nivelar. En el momento actual nuestra abundancia remedia la falta que ellos tienen; y un día, la abundancia de ellos remediará vuestra falta; así habrá nivelación.

Es lo que dice la Escritura: “Al que recogía mucho, no le sobraba; y al que recogía poco no le faltaba”.


Pablo ha organizado una colecta a favor de los hermanos de Jerusalén, que están pasando penurias económicas. En estas líneas, exhorta a los hermanos de Corinto a que sean generosos.

El tema no tiene relación directa con los otros dos textos, pero en el contexto de nuestra sociedad actual de occidente surge una conexión sorprendente: el ideal de vida de buena parte de nuestra sociedad, que se manifiesta en la juventud de manera estrepitosa pero reside en todas las edades, muestra la conexión profunda de las actitudes: poner la meta de la vida en disfrutar de lo inmediato y desinteresarse de los problemas ajenos.

La palabra “nivelar” se queda corta. Jesús hablará de sentir como propios los problemas de los demás. Y en las primeras comunidades “nadie consideraba como propios a sus bienes” sino que los ponían a disposición de la comunidad de manera que “no había entre ellos ningún indigente”.

José Enrique Galarreta, S.J.

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