Friday, June 12, 2009

Historia de dos misiones


Había una vez una misión fundada por un sacerdote mayor y dos misioneros jóvenes. El sacerdote más veterano tenía un estilo de evangelización peculiar y había inspirado en el corazón de sus compañeros el amor por la sencillez, la idea de crear una misión en un territorio hostil con medios asequibles y de una manera dialogante con el entorno que les había tocado. Basándose en estos valores, se diseñó un método de evangelización muy al ritmo de la gente, sin grandes alardes ni avances espectaculares, sino avanzando pasito a pasito y esperando el kairós, el tiempo apropiado para hacer las cosas.

Este grupo de misioneros comenzó a visitar la vasta región en viajes que podían durar hasta tres meses, pero descartaron la posibilidad de tener un coche o una moto porque querían estar cercanos a la gente y utilizar los mismos medios con los que contaban los lugareños, yendo a pie o en canoa y hospedándose en las casas de los cristianos, los cuales se organizaban perfectamente para la manutención de los misioneros mientras iban de camino. Durante aquellos largos periplos, nunca tuvieron que llevar comida extra ya que nunca les faltó qué comer.

Aquella misión, por circunstancias históricas que no vienen al caso, contaba con una legión de catequistas, hombres y mujeres que habían fundado pequeñas comunidades y habían tomado sobre sí la responsabilidad de formar a grandes y pequeños en los temas bíblicos y catequéticos fundamentales. Formaban ya de hecho una red de pequeñas comunidades cristianas animadas siempre con un laico, no importaba si estaba más o menos formado.

Si alguna comunidad decidía transformar la pobre iglesia de paja en un edificio más sólido con materiales permanentes, se les pedía primero que como comunidad cristiana contribuyeran a hacer las paredes y reunieran el dinero para comprar las planchas de zinc. El resto -el capítulo del transporte que en aquel país no era moco de pavo- iría a cargo de la misión. Pero si la comunidad en cuestión no daba el primer paso, no se hacía nada al respecto.

A pesar de las muchas ofertas que tuvieron, se negaron a modernizar la misión con grandes adelantos, medios sofisticados o inversiones en costosos edificios o estructuras. Aguantaron la presión y siguieron en su actitud de no cambiar demasiado su estilo de vida... Su lema de querer ir al ritmo de la gente permanecía siempre en sus mentes, compartiendo sus mismos medios y siguiendo siempre ese estilo de sencillez y de pura evangelización sin crear estructuras que sobrepasaran las posibilidades de la gente. Ni que decir tiene que como resultado de un contacto tan directo e intenso con aquella realidad conocían como nadie tanto la cultura como la lengua local.

Aquella comunidad misionera estaba profundamente fundada en la espiritualidad y el contacto con Dios. Los sábados por la mañana se exponía el Santísimo durante cuatro horas, numerosos fieles pasaban allí horas enteras en oración junto a sus misioneros y muchas de las capillas se convirtieron en verdaderos centros eucarísticos donde los catequistas guardaban celosamente la comunión para ser venerada, ser repartida a los enfermos o a los fieles durante las celebraciones dominicales.
Al sacerdote mayor le llegó el momento de un año sabático y abandonó el lugar. También uno de sus jóvenes compañeros tuvo que volver a su provincia de origen, reclamado por la obediencia religiosa. Al poco tiempo, llegaron nuevos misioneros que, sin embargo, tenían otra idea de evangelización y otros enfoques para llevarla a cabo. Para estos nuevos religiosos, la misión "tenía que aportar cosas," es decir civilización, progreso, medios, edificios... sin las cuales no se podía vivir ni trabajar. En primer lugar se cambió de lugar la misión original de lugar y en aquel nuevo puesto comenzó una actividad frenética: se trajo un coche nuevo, se comenzó a construir no chozas de paja como antes sino un edificio bastante generoso de dimensiones donde cada habitación tenía ducha y servicio, había placas solares que proporcionaban electricidad a la misión y poco a poco aquello se llenó de adelantos técnicos en el medio de un ambiente carente de todo lo necesario.
Al contrario de lo que pasaba con sus antiguos compañeros, el mismo misionero que trajo tanto progreso y comenzó este nuevo estilo nunca tuvo tiempo para aprender la lengua local y por tanto, se concentraba en sus construcciones ya que apenas podía comunicarse con la gente. Poco a poco, como era de esperar, el dinero entró muy fuerte en aquella misión porque había que iniciar y mantener las estructuras, se contrataba a decenas de personas para que trabajaran allá y progresivamente se apagó en aquella zona aquel espíritu de gratuidad y de voluntarismo que había existido durante años. Ya no se hacía nada "de balde" por la comunidad puesto que se habían impuesto nuevas normas económicas y laborales y aquella misión floreció como centro social, aunque no sé hasta qué punto dio fruto evangelizador de construir comunidad y alcanzar una vida mejor para la gente.

Hasta aquí la historia. No digo que un estilo sea bueno y el otro malo. Supongo que tanto de un lado como de otro, las personas que llevaron a cabo estas iniciativas lo hicieron con su mejor intención, pero eso no quita para que podamos reflexionar hoy e intentar analizar los diferentes estilos y los resultados a largo plazo. Creo que hay muchos estilos de misión, pero al mismo tiempo da una terrible pena cuando se ha conseguido crear un modelo de evangelización que se basa principalmente en la autosuficiencia y en el progreso sostenible al ritmo de la gente local y se sustituye por un tipo de misión fuertemente basado en el apoyo financiero del exterior, con una viabilidad a medio plazo más que cuestionable y donde las actividades quizás tengan lugar de una manera demasiado rápida para la mentalidad local. Una vez que se ha comenzado con este estilo, es imposible volver al primero y pedirle a la gente que se lo continúe. Si un día -como ha sucedido varias veces- hubiera un problema importante de seguridad y hubiera que evacuar a los misioneros, el primer modelo seguiría subsistiendo porque se basaba en el apoyo y la autogestión comunitaria, mientras que el segundo se colapsaría en cuestión de días ya que no habría manera de mantenerlo ni la comunidad local tendría recursos para poder continuar a medio plazo.
Una de las visiones más deprimentes que he tenido visitando los rincones africanos han sido la multitud de enclaves que en su día fueron florecientes misiones, granjas, talleres o centros agrícolas y hoy son edificios ruinosos, agrietados y vacíos que hablan de que algo falló en aquella empresa porque la comunidad local no fue capaz de continuar aquella buena obra ejecutada con un método a todas luces bien intencionado pero quizás defectuoso en sus fundamentos.
Alberto Eisman
Jaén, 1966. Licenciado en Teología y máster en Políticas de Desarrollo. Ha sido director de país de Intermón Oxfam para Sudán donde se ha encargado de la coordinación de proyectos en Nairobi y Wau.
Muzungu
Interesante reflexión y los invito a dar su opinión
Que tengan un buen descanso
Roberto y Ruth

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