Sunday, June 14, 2009

La homilía de Betania: JESÚS EUCARISTÍA

Por José María Maruri, SJ

1.- “Encontrareis un hombre que lleva un cántaro de agua…” Así, en la sencillez de un día en que un hombre vuelve a la fuente llevando el cántaro de agua es como se va a realizar la nueva y eterna alianza entre Dios y los hombres por medio de la sangre de Cristo. No entre temblores de tierra y erupciones de volcanes como la alianza de Moisés. No en lo alto de un monte con cuchillo, hoguera y víctima humana como la alianza con Abrahán. No después de un diluvio que arrasó la tierra como en tiempos de Noé, si no en la naturalidad de un día ordinario, en una cena de amigos, en una casa de un dueño innominado, en la naturalidad del que coge agua en la fuente del pueblo “Encontrareis un hombre que lleva un cántaro de agua…”


Aquel compartir el pan y el vino convertidos en el cuerpo y la sangre de Jesús que se lo ofrece a los suyos, Dios Todopoderoso hace una última promesa, firma con los hombres su último pacto que ya será eterno, porque la sangre de Cristo que firma el pacto no se derramará más y porque la fidelidad de Dios es inconmovible.


De pactos entre naciones o entre partidos políticos todos sabemos y sabemos los intereses, a veces inconfesables, que tras todo ello hay. El pacto que Dios hace con nosotros es totalmente gratuito, porque Dios no esperada nada para sí, todo lo espera para el hombre. Entre los hombres solo hay un pacto, una alianza semejante a la de Dios, y es la alianza matrimonial (de ahí que se llamen alianzas los anillos), en la que ese lazo de unión es tanto más fuerte cuanto ambas partes buscan menos el bien propio y miran más por el bien de la otra persona.


En cada Eucaristía repetimos “sangre de la alianza nueva y eterna” recordando que el Señor sigue estando a nuestro lado en nuestro día con la sencillez del hombre que lleva un cántaro de agua.



2.- Hoy más especialmente lo que celebramos es ese tener a Dios Eucaristía de nuestro lado, a nuestro lado, aliado nuestro, vecino nuestro, realmente presente a nuestro lado. Con la naturalidad del hombre que trae agua de la fuente. Porque para estar y hablar con el Señor Eucaristía no hay echar instancias, ni pagar pólizas, esperar fechas, ni horas. Está a nuestra disposición día y noche.


Me imagino que esas líneas telefónicas directas que algunos políticos ponen para hablar con los ciudadanos acabarán en fracaso por las limitaciones que tienen las personas que ocupan los cargos. Pues entre el Señor y cada uno de nosotros existe la línea que no es sólo para mí, que solo se conecta si yo llamo, a donde cualquier compañía telefónica no tiene acceso para cortarla o estropearla.


Y todavía es más, porque el trato con el Señor Eucaristía no tiene la lejanía del teléfono. Es semejante a los amigos sentados en la penumbra de la tarde, que saben presentes aunque no se vean, ninguno siente la necesidad de levantarse a dar la luz porque se saben cercanos. Es la cercanía y la certeza de los discípulos a la orilla del Tiberiades después de la pesca milagrosa, cuando “nadie se atrevía a preguntarle Tú quien eres, porque sabían que era el Señor”



3.- Y es que la Eucaristía es la última aparición del Señor Jesús resucitado. A los evangelistas se les olvidó contar entre las apariciones, la nuestra, la mía personal. Como entonces los discípulos le veían diferente y sin embargo que el era el mismo, le veían jardinero, caminante, hasta les pareció un fantasma, pero sabían que el era el Señor. Así nosotros no le vemos en su forma humana pero sabemos que es el Señor. En la Eucaristía, como entonces, el Señor viene a traernos la paz, “la paz con vosotros”, cuantas veces hemos encontrado la paz ante el sagrario.



4.- Paz que tantas veces ha traído a nuestros corazones la seguridad de estar perdonados, como expiró sobre los discípulos para darles el poder del perdón, sigue expirando en nuestros corazones la paz del perdón. Como se llenaron de alegría al reconocer en ese conocido al Señor, sentimos nosotros la alegría del Señor personalmente. Como mientras nuestros ojos están cegados como los de los discípulos de Emaus, sin embargo como ellos le reconocemos en el ardor de nuestros corazones cuando Él nos habla. Cuantas veces hemos sentido ganas de abrazarnos a sus pies como María, al oírnos llamar por nuestro nombre desde el sagrario.


Y ante ese Dios cercano, vecino, inquilino de una casa en una calle y en un número definido, deberíamos caer postrados ante el sagrario con aquel “Señor mío y Dios mío” de Tomás y nadie debería ser capaz de arrancarnos de allí.


Jesús Eucaristía, nuestra aparición de Jesús resucitado, mío, muy mío, como la de María, la de Pedro, la de Tomás, la de los dos de Emaus.


Pero la Eucaristía tiene necesariamente, por ser pacto entre Dios y su pueblo, por ser comida de hermanos, una dimensión social, plural. Y siempre lo ha interpretado así la Iglesia desde sus comienzos. Eucaristía y amor fraterno los unió Jesús desde su principio.

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