Por José María Maruri, SJ
1.- Apiñados junto a la chimenea del caserío, rezábamos el rosario dirigido por el tío Juanjo. Y tras el rosario una larga retahíla de padrenuestros que acaban con aquel último “por los animales de dentro y fuera de casa…” Padrenuestro siempre boicoteado por los niños madrileños refugiados en casa de los tíos. (**)
Este barroquismo perdura en la Iglesia. Tras una misa por un difunto se reza un responso por el mismo. O se añaden moniciones interminables ante partes de la misa que se explican por si mismas. Albarda sobre albarda. La sencillez y la interioridad no es nuestra fuerte el bla-bla, si.
En Antioquia la cosa era mucho más grave, para que nada de la tradición se perdiese se pretendía que todo nuevo cristiano se hiciese judío por la circuncisión y la ley. Y esto era para Pablo acabar con la libertad del Espíritu y regresar a la muerte por la ley judía.
--Por querer salvaguardarlo todo nos horroriza la aventura de la fe por caminos nuevos, queremos caminos trillados, sin caer en la cuenta que donde no hay movimiento y cambio no hay vida: hay un cerebro plano sin esperanzas de funcionamiento
--Para evitar todo error se mantuvo durante siglos al pueblo de Dios alejado de la Sagrada Escritura. Es decir, alejado del pan de Dios. Para mantener la unidad se mantuvo el latín en misas y seminarios, que eran el gran obstáculo para la formación de los sacerdotes.
--Cuando se tiene miedo al soplo vertiginoso del Espíritu proliferan las normas, reglas y excomuniones.
Para los judíos era esencial el templo de Jerusalén y aquellos más de 700 mandatos de los fariseos. Y es que allí ya faltaba el aire de la vida y se respiraba el aire húmedo del cementerio.
3.- Si no es Dios el templo, si no es Dios el sol y la luna, nuestros templos estarán vacíos de espíritu religioso aunque estén llenos de gentes. No habrá luz alegre ni de día ni de noche en la ciudad de Dios. Dios mismo se nos escapará de la jaula de oro en que queremos encerrarlo.
La seguridad insegura de la fe no se consigue más que metiendo en el propio corazón donde el Señor ha hecho su morada, junto a Él vamos a encontrar peso, seguridad, paz en medio de los cambios, de los ruidos, de la aceleración de la vida.
Sin la intimidad con Dios ni andamios, ni rodrigones, van a sujetar nuestro edificio, ni el encerrarnos en la sacristía va ayudarnos a conservar la fe o las buenas costumbres. De allí se nos escapará Dios huyendo del olor a viejo. No busquemos un reaseguro para un seguro porque en las cosas de Dios Él es el único seguro.
4.- Hay un cruce junto nuestra universidad Sofía de Tokio, por donde cruzan al día miles de estudiantes. Y para su seguridad hay allí un semáforo que naturalmente cambia de color pero al tiempo suena un timbre atronador y el policía municipal toca el silbato para luego añadir co el megáfono. “Señores, se ha puesto en rojo”. Ante tanta medida de seguridad más de una vez he tenido la tentación de tirarme al carril bus gritando: “Dejadme morir gloriosamente aplastado por las ruedas del autobús”. No sé si hubiera sido bueno hacerlo…
Con el Señor no valen seguros. Solo vale ponerse en sus manos, confiar en É, que vive en nuestro corazón. Y dejar que nos lleve y guíe por sus caminos. No por los nuestros. Ni por los de otros que nos prometen seguridad.
(**) El padre Maruri cita un episodio de su vida siendo niño durante la Guerra civil española.
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