Lo curioso es que con el tiempo ni siquiera esas normas mínimas serán cumplidas. En la primera carta a los Corintios, Pablo dice expresamente que se puede comer la carne inmolada a los ídolos y que él sólo renunciaría por no escandalizar a un hermano de comunidad (capítulo 8). Es decir, da la impresión de que la decisión de los apóstoles no fue muy bien acogida. Y que con el tiempo algunas de esas normas cayeron en desuso.
El conflicto es parte de la comunión
La primera conclusión que podemos sacar de esta historia es que es normal que haya conflictos en la comunidad cristiana. ¡Forman parte de la vida! Una comunidad abierta y universal acoge a personas que piensan de modo diferente, con sensibilidades diversas. No hay que negar los conflictos. Son posibilidades abiertas al crecimiento. Hay que aprender a lidiar con ellos en caridad. La comunión no se basa en el pensamiento uniforme sino en la caridad que nos lleva a saber que más allá de lo que pensamos está la realidad de que todos somos hijos e hijas en el Hijo.
Ahí se funda la comunión de la Iglesia.
La segunda conclusión es que en la comunidad cristiana esa comunión se funda en los apóstoles –por eso Pablo y Bernabé “subieron” a Jerusalén–. Los apóstoles, como dice en un lenguaje poético la segunda lectura del libro del Apocalipsis, son los fundamentos de la muralla que protege a la nueva Jerusalén. Y Dios habita en medio de ella. Por eso, no se necesita ni sol ni luna, “la gloria de Dios la ilumina”.
Pero hay que recordar que los cimientos de un edificio no se ven. Están debajo. Soportan el peso de la estructura. Consolidan el edificio todo, sus diversas habitaciones. Así en la Iglesia hay lugares y habitaciones muy plurales. Los apóstoles, sus sucesores, tienen como función mantener la unidad y crear las posibilidades para que la Iglesia, el edificio, se desarrolle y crezca y tenga cada vez más espacio para acoger a todos, para que se parezca cada vez más al Reino, del que tanto habló Jesús.
Y la tercera conclusión, la ilumina el Evangelio. En él Jesús se dirige a sus discípulos en su despedida y les regala la paz. No como la da el mundo. La de Jesús es la paz de los valientes, la de los que miran a los problemas de frente y se enfrentan a ellos desde el amor, renunciando a cualquier forma de violencia o exclusión.
La paz de Jesús
Hay que dar por supuesto que todos los discípulos, todos los creyentes, desean guardar la Palabra de Jesús. Pero eso no significa, ya lo hemos visto más arriba, obedecer miméticamente lo que dicen los apóstoles y presbíteros de Jerusalén. El tiempo va haciendo también su discernimiento. El pueblo cristiano tiene un “sentido de la fe” que hay que saber respetar. La Iglesia no es una estructura basada en una disciplina de tipo militar.
La Iglesia es una comunidad de hombres y mujeres libres que buscan juntos hacer presente el Reino en nuestro mundo. Todos tenemos una palabra. Todos deben ser escuchados. Los conflictos son normales y serán siempre oportunidades para escucharnos más unos a otros y dejar que nos llegue al corazón la verdad del hermano. La comunión es una realidad que va más allá de las ideas. Se funda en la fe en Jesús resucitado.
La paz de Jesús se construye escuchando juntos la Palabra, dando tiempo para la escucha mutua, asumiendo los conflictos y dando tiempo para que las personas y las comunidades vayan haciendo su camino. La paz, el respeto mutuo, la aceptación del otro tal como es, son los signos de la comunión en lo fundamental al tiempo que de la aceptación de la natural diversidad de la comunidad cristiana. De lo que se trata no es de ser iguales ni de pensar lo mismo sino de seguir a Jesús Resucitado, de escuchar su Palabra y, sin miedo, llevarla a la práctica, creando fraternidad, esperanza y vida en nuestras vidas y en las vidas de todos los que nos encontramos al paso.
Fernando Torres Pérez cmf
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