Nuestras nuevas intenciones parecían llenas de posibilidades. Pero ya algunas se han perdido en la rutina del día a día, que se impone cuando el año comienza a funcionar. La oración también puede volverse rutinaria. A veces nos llena de energía, a veces nos entusiasma; pero llega a ser prosaica, incluso aburrida. Pero esto no debe molestarnos; los tonos y colores de la oración son afectadas por los altos y bajos de la vida, y por los ánimos de cada día. El Divino que encontramos en la oración sabe todo esto. No somos personas muy orantes; pero Jesús nos conoce de lado a lado, y sigue siendo nuestro amigo siempre.
La oración es simple: se trata de formar una amistad entre el Misterio de Dios y nosotras/os. Le permitimos a Dios que se haga nuestro amigo, en todo lo que es nuestra vida. La oración es tan simple como esto: sólo estar con el Divino como yo estoy, aquí y ahora, y confiando que el Divino está conmigo.
Ignacio de Loyola nos invita a iniciar nuestras oraciones de esa forma. Él dice: “Consideraré cómo Dios me observa”. Teresa de Ávila dice: “Contempla a Dios, que te contempla amorosa y humildemente”. Uno de los místicos franceses escribió: “Me contemplaste y sonreíste!” Conectarse es la clave; porque yo creo que soy amada/o, yo puedo dejar al Divino que me mire. La oración transforma lo ordinario y lo rutinario. Convierte el Ahora en un momento de Gracia y alegría, lo que puede suceder en este instante!
Espacio Sagrado
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